Los sueños del Presidente
El presidente Andrés Manuel López Obrador dijo ante el cuerpo diplomático mexicano reunido, como cada año, en la Secretaría de Relaciones Exteriores, que ya deben estar notando cómo la imagen de México se ha venido fortaleciendo en el mundo y que –aseguró–, se le está volviendo a considerar “el hermano mayor de América Latina”. Como muchas cosas que dice, fue una frase sin sustento alguno. De hecho, como lo saben muchas de las y los diplomáticos convocados, la imagen de México como país podrá no haberse deteriorado, pero la de su Presidente, que entró en rendimientos decrecientes hace muchos meses, está en picada.
López Obrador dibujó una realidad alterna. Ayer mismo tuvo una señal de ello. Al asumir la Presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, hubo dos ausencias. Una fue la de Bolivia, cuyo gobierno lanzó recientemente una andanada de insultos personales y denigrantes contra López Obrador, como no se recuerda antes contra un mandatario mexicano. La otra, de gran relevancia por su poderío político y económico, fue la de Brasil, cuyo gobierno desdeñó el liderazgo que presumió López Obrador.
La afirmación de López Obrador se encuentra en las antípodas de la realidad. Las únicas reafirmaciones latinoamericanas a favor del Presidente han salido de Cuba y Venezuela, de Bolivia durante el gobierno de Evo Morales, y cautelosamente del nuevo gobierno argentino. Se ha ido quedando aislado en América Latina, al tiempo de perder prestigio por mostrarse dócil y subordinado al presidente Donald Trump. En otros episodios, López Obrador ha sido maltratado y ridiculizado en España, tras la ocurrencia de exigirle perdón por la Conquista. Su visión bananera de la política exterior y su relación con el mundo no fortalece su imagen, sino la debilita y lo vuelve caricaturesco.
La prensa inglesa, en particular el diario Financial Times y el semanario The Economist, dos de las publicaciones más influyentes del mundo, se han mofado de él, llamándolo “historiador amateur” por su obsesión a utilizar la historia en su acción política cotidiana, que ha mostrado enormes lagunas y fallas en su conocimiento de la materia. Las críticas a López Obrador han venido desde los frentes de la derecha y la izquierda en el mundo, por diferentes razones y políticas. Amnistía Internacional, que se ha enfrentado a dictadores por décadas, ha criticado su enclenque política de derechos humanos. La Organización de las Naciones Unidas lo acusó de manipulador en una consulta de marras, sin apegarse a los principios normativos, para acomodar un resultado favorable al proyecto del Tren Maya.
López Obrador afirmó al cuerpo diplomático que el mundo ha tomado nota de la política de austeridad como uno de los grandes avances de su administración. Pero esas medidas se han registrado más bien como un puritanismo que paralizó a la economía. No fueron vistas como positivas, sino como acciones políticas que produjeron que una de las 15 economías más poderosas del mundo, entrara a un incipiente periodo de precarización. José Antonio Ocampo, miembro del consejo del Banco de Colombia y presidente del Comité de Política de Desarrollo de las Naciones Unidas, escribió hace unos días que López Obrador se había comprometido a un crecimiento de 4% anual, pero en lugar de ello, la economía se ha estancado y resbaló hacia la recesión en el primer semestre de 2019. “Hay preocupación de que el manejo económico de López Obrador ha contribuido a este resultado”, advirtió.
Mucho se ha escrito en los medios internacionales sobre su forma de comunicarse con la sociedad a través de las mañaneras, donde si bien se reconoce como un fenómeno, no se le acredita la misma efectividad. “Más de un año después de su elección”, escribió en septiembre Nathaniel Parish Flannery en la revista Forbes, “López Obrador sigue desarrollando narrativas complejas sobre el futuro que promete construir. Se contradice y tropieza cuando explica los detalles de su agenda. López Obrador es un talentoso orador, pero un comunicador desastroso… Está en riesgo de convertirse en una chachalaca”.
En muchos sectores del mundo se le ve como un político ineficaz. Pero nada, en términos cuantitativos y cualitativos, ha sido más grave que cuando el 17 de octubre pasado su gobierno dejó en libertad a Ovidio Guzmán López, el hijo más querido de Joaquín El Chapo Guzmán. Nunca antes en la historia un evento había tenido más cobertura en el mundo que ese, porque el gobierno fue humillado por el Cártel de Sinaloa. “Un López Obrador atado dio lugar para que se atestiguara mundialmente su fracaso en materia de seguridad”, escribió apenas este miércoles un exoficial de policía estadounidense, Jaeson Jones, en el portal Breitbart News, una fuente de información de Trump. “Carece de estrategia de seguridad y sus fracasos trascienden las fronteras nacionales”.
A principio de este año, Paul Imison escribió en la revista The New Republic, con una línea editorial de centroizquierda, que México deseaba algo mejor que López Obrador. “El año pasado, quedó crecientemente claro que López representa una amenaza genuina contra la prosperidad y la democracia mexicana”, señaló. “Sus acciones al gobernar se asemejan poco a la agenda progresista con la que contendió”. A López Obrador lo ven como un populista, y son varios medios influyentes que lo colocan en el mismo paquete que Trump, Jair Bolsonaro, de Brasil, y Viktor Orbán, de Hungría, con quienes comparte tendencias autoritarias.
Esta es la forma como el mundo ve a López Obrador y la imagen que ha construido del Presidente. Podrá decir lo contrario a quien lo quiera escuchar, y habrá muchos, en México, que quieran creerlo. Cada quien cree lo que quiere, pero lo que dijo el Presidente sólo existe en su cabeza.