Las malas horas de Marcelo
La estrella de Marcelo Ebrard se está apagando. O cuando menos, emergen señales de que el poderoso secretario de Relaciones Exteriores, un vicepresidente al estilo europeo con toda la fuerza para las funciones transversales que le encargó el presidente Andrés Manuel López Obrador, está siendo sometido a un golpeteo intenso desde Palacio Nacional. En privado ha recibido críticas desde finales de noviembre, por temas donde se involucró pese a no ser de su responsabilidad directa. En público, las cosas brincaron la semana pasada durante la reunión de embajadores y cónsules, al estallar en las redes sociales el viejo conflicto que tiene con Martha Bárcena, embajadora de México ante la Casa Blanca.
Bárcena se quejó en Twitter que en la reunión con el Presidente la habían dejado en las últimas filas, y la prensa identificó al jefe de Oficina de Ebrard, Fabián Medina, de haber sido el causante de lo que se percibía como un atropello. En realidad, narrado por embajadores presentes, es que no había lugares asignados, salvo para funcionarios de la secretaría y embajadores eméritos, y que se fueron acomodando conforme fueron encontrando lugares tras llegar en autobuses a Palacio Nacional. La explicación fue opacada por la portada de Proceso este domingo, dedicada a Javier López Casarín, viejo amigo de Ebrard, que preside honoríficamente un consejo técnico académico y científico dentro de la Cancillería.
El reportaje de Proceso aportó poco a lo que se ha publicado desde hace tiempo, pero fueron el timing y el contexto lo relevante. Ebrard es viejo amigo, y muy cercano, de Julio Scherer, consejero jurídico de la Presidencia, cuyo apellido está pegado, por ley, impronta y prestigio, con la revista. Scherer no tiene ascendencia en la revista, pero la cercanía, como ha sucedido en otros temas, no blindó al canciller. El tema, por lo demás, fue oportuno no por sus revelaciones, que no hubo, sino por lo que sucedió con Bárcena.
El conflicto entre ellos es profundo, como se vio en varias columnas el lunes, donde se señaló directamente a un colaborador de la embajadora, como responsable de la información de Proceso. El secretario no ha superado que Bárcena sea nombramiento de López Obrador y que tenga acceso directo a él. La embajadora fue el enlace del excanciller, Luis Videgaray, para establecer un puente de comunicación entre López Obrador y el expresidente Enrique Peña Nieto antes de las elecciones, y quien proporcionó a Los Pinos el teléfono donde podían hablar directamente el día de los comicios, cuando su victoria era inminente. Ebrard pidió al Senado atrasar la ratificación de Bárcena como embajadora en Estados Unidos y buscó abrir una oficina alterna en Washington, manejada por la tía de López Casarín, que fue descubierta por Bárcena, que confrontó al canciller y lo acusó con López Obrador.
En la primavera del año pasado, le adjudicaron la filtración del borrador de la carta que había enviado el presidente al rey de España, Felipe VI, exigiendo una disculpa por la Conquista, con lo cual se saboteó la negociación llevada directamente por la esposa de López Obrador, Beatriz Gutiérrez Müller, sobrina política de Bárcena, con la ministra de Justicia española, Dolores Delgado. El canciller, contra lo que se piensa fuera de Palacio Nacional, no es de la confianza de López Obrador, y en el entorno más cercano al Presidente, lo consideran un “traidor”. Pero ha sido altamente funcional al Presidente, donde radica su exposición y prestigio en la opinión pública. Aunque parece prematuro, para nadie en el universo de Palacio Nacional, este tipo de escaramuzas están relacionadas con la sucesión presidencial de 2024, donde la candidata emocional en el entorno presidencial es la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.
Los problemas para Ebrard en Palacio Nacional se han ido multiplicando. A finales de noviembre, las empresas francesas NavBlue y ADP Ingéniere, contratadas para validar el proyecto del sistema aeroportuario y el nuevo aeropuerto en Santa Lucía, emitieron sus primeros reportes, y no cayeron bien en Palacio Nacional. NavBlue informó que la operación de los aeropuertos Benito Juárez, Santa Lucia y Toluca, que conforman el sistema aeroportuario anunciado por el gobierno –a cambio de la obra abandonada en Texcoco–, “requerirán de un rediseño más grande del espacio aéreo”. ADP Ingéniere aseguró también que no podía haber operaciones simultáneas en Santa Lucía.
Ebrard fue quien recomendó a esas empresas cuando se canceló el proyecto del nuevo aeropuerto en Texcoco y le urgía a López Obrador obtener legitimidad internacional para minimizar las críticas. Cuando se hicieron públicos sus estudios preliminares, el Presidente le reclamó a Ebrard por qué no iban esas empresas en la misma narrativa presidencial. No se sabe si el canciller habló con las compañías francesas y cuál fue, eventualmente, la respuesta. En cualquier caso, las empresas no pueden ir con la narrativa de López Obrador, que Santa Lucía operará de manera simultánea, que ampliará la capacidad aérea, será más barata y estará más pronto, si sus estudios muestran lo contrario. Su prestigio y negocio están en juego y por encima de las necesidades políticas de López Obrador.
Pero a Ebrard no se le acomoda bien la realidad. Para el Presidente nada puede estorbar su narrativa, aunque no sea posible concretar sus dichos. Pero él no pierde, sino encuentra siempre a quién responsabilizar. En el caso de Santa Lucía, no hay margen alguno para echarle la culpa a la corrupción y al pasado. En este caso, Ebrard sería el responsable, aunque públicamente no lo sea, sumándosele a sus rendimientos decrecientes. Lo hecho público en los últimos días, si bien no orquestado, hasta donde se sabe, sí fue resultado de que están oliendo sangre donde importa, en Palacio Nacional.