Choque de realidad
La centralización del ejercicio del gobierno y el discurso, hace que cada tema delicado le estalle al presidente Andrés Manuel López Obrador todos los días en su comparecencia pública. Por lo mismo, el desgaste del ejercicio del poder se ha acelerado como nunca antes, al igual que la crítica. Es proporcional. Si él es el único dueño de la verdad oficial y carece de amortiguadores, toda la metralla recae sobre de él, al no distribuir las cargas negativas, cada vez más grandes que las positivas. La enorme atención mediática sobre él, es consecuencia de su estilo unipersonal de gobernar.
Su discurso es deliberadamente paranoico y conspirativo –los conservadores lo quieren desbarrancar y hay complots universales para impedir que cumpla con lo prometido–, pero, al mismo tiempo, épico –no lo vencerán, y será imposible que se revierta lo construido. Políticamente sagaz y retóricamente habilidoso, detiene los golpes, pero no resuelve nada. Esta percepción, observan expertos en opinión pública, le empieza a afectar negativamente. Encuestas próximas a publicar encontraron que el blindaje de López Obrador se rompió, y que la gente empieza a vincular su persona con un mal gobierno.
La rifa del avión, lance innecesario, salvo como al parecer fue su intento de desviar la atención que estaba enfocada en el desabasto de medicinas, evolucionó como se había previsto, aplacando momentáneamente la molestia de la gente, sin solucionar el problema, pero creando otros dos: cómo resolver la venta del avión en medio de la generación de altas expectativas, y llevar a López Obrador al límite de la ridiculez. Francisco Abundis, director asociado de Parametría, ubica el tema del Insabi, el Instituto de Salud para el Bienestar, donde 3 de cada 4 personas se enteraron de la sustitución del Seguro Popular, como uno de los puntos más dañinos al Presidente. Se puede explicar no por la creación del mismo, sino porque se mezcló con el desabasto de medicinas.
Datos preliminares de las nuevas encuestas, sugieren que la gente está dejando de creerle. No ha sido tan drástico como cuando el 17 de octubre pasado, en una sola tarde, la gente dejó de creer en su manejo sobre la seguridad, como se apreció en la encuesta que publicó El Financiero esta semana, pero cobró una alta cuota a su credibilidad. El reciente tema de las pensiones, donde reemergió la jurisprudencia de la Suprema Corte sobre el tope de salarios mínimos, no era nuevo, como tampoco el rechazo por parte del director del Seguro Social, pero dejó un sabor de boca en muchos de que el Presidente sí pensó en hacerlo. Cierto o no, ya no es relevante. López Obrador se ha encargado de anidar en el imaginario mexicano, la realidad a partir de los símbolos, no de los hechos.
Todo esto es lo que ya pasó. Falta lo que vendrá, como el impacto que tendrá el aumento al peaje en las carreteras, vigente desde ayer, 17% promedio, un costo que se sumará a los 92 mil millones de pesos de pérdidas anuales por robos, o su nueva idea de eliminar los puentes de conmemoraciones cívicas, que repercutirá directamente en el turismo y la economía. Los escenarios son negativos, particularmente en materia de seguridad, donde la violencia continuará mientras crece la percepción de que el verdadero poder en México es el Cártel de Sinaloa, y en la economía, que se perfila a un estadio ominoso para el crecimiento.
Todos los bancos, consultoras y encuestas en México y el mundo, ya redujeron la tasa de crecimiento para este año entre 0.6% y 1.3%, lo que significa que si el año pasado estuvimos mal, este puede ser peor. La Secretaría de Hacienda mantiene su expectativa de crecimiento en 2% para este año, pero el subsecretario Gabriel Yorio lo rechazó porque, dijo, ellos tienen otra información, traducido al newspeak de López Obrador de yo tengo otros datos. El discurso permea. En una entrevista con el Financial Times este miércoles, el director de Fonatur y responsable del Tren Maya, Rogelio Jiménez Pons, respondió a cuestionamientos sobre la viabilidad financiera de los ambiciosos proyectos de infraestructura, con esta frase: “Es una diferente visión de desarrollo; no nos prejuzguen”.
Diferentes palabras, mismo sentido. El yo tengo otros datos se ha vuelto el ADN del régimen lopezobradorista, al que la realidad lo alcanzó desde el 17 de octubre pasado en Culiacán, cuando muchos perdieron la inocencia sobre la capacidad y las intenciones impolutas del Presidente y su equipo, como se aprecia en todas las encuestas. El discurso del Presidente está entrando probablemente en el último tramo de efectividad, en la forma y encuadre como lo tiene, a decir por la manera como quienes eran antes cercanos a él y lo apoyaron durante años, le han dado la espalda. Dos comunicadores de larga carrera, Ricardo Rocha y Víctor Trujillo, ya rompieron públicamente con él. Rocha, quien dentro de los medios figuró entre sus más entrañables, dijo recientemente que la frase “haremos historia” se está volviendo en “haremos histeria”. Cuando el núcleo duro se quiebra, algo se pudrió por dentro.
López Obrador lleva menos de 15 meses en el poder y falta mucho por avanzar en el sexenio. Hasta ahora, los resultados han sido magros, salvo por la agitación al sistema –que se agradece– y a un eficaz muro para la rendición de cuentas –que también se le aplaude. Pero no basta. De palabras, promesas y chistoretes no vive un país. Con actos de fe tampoco trascenderá a la Historia, ni será un buen Presidente, como tanto anhela. Tiene a su favor que hay tiempo para corregir. En su contra, sin embargo, se ancla su reduccionista visión que tiene sobre México y el mundo, que ni siquiera es plenamente compartido dentro de su gobierno.