El adulterio ha existido siempre. Si Adán y Eva no lo practicaron es porque no tenían con quién. Los romanos, tan pragmáticos ellos, tan realistas, acabaron por admitirlo como costumbre y uso establecidos: cuando regresaban a su casa después de un viaje enviaban por delante a un criado para que diera aviso a su esposa, a fin de no pillarla en situación comprometida. Lo mismo hacía en algunas partes el maquinista del ferrocarril: al entrar en el pueblo o ciudad donde vivía sonaba tres veces el pito de la locomotora a fin de que su mujer supiera que ya estaba de vuelta y tuviera tiempo de despedir sin prisas al sancho o patadelana, vale decir al hombre que en sus ausencias lo suplía en el lecho. En efecto, la llegada intempestiva del marido puede poner en apuros a su cónyuge. Un tipo entró en su casa cuando no era esperado, y sin más le preguntó a su esposa: "¿Con quién estabas?" "Con nadie" -respondió ella nerviosamente. Dijo el sujeto: "¿Y entonces el vuelito de la mecedora?" Y es que el coime de la mujer había estado con ella en la sala, y al oír que el marido llegaba salió a escape por la puerta de atrás y dejó la mecedora en movimiento. En eso de las relaciones ilícitas hay una gran desigualdad. El adulterio del hombre es generalmente admitido, en tanto que el de la mujer es unánimemente reprobado. Sin embargo también a la inversa hay desigualdad: la mujer engañada es compadecida, pero el marido de la infiel es objeto de burlas y sarcasmos. Declaremos, entonces, un empate. En teoría el adulterio es un chiste, pero en la realidad suele ser una tragedia. Yo me especializo en lo primero -en el chiste, quiero decir-, pues la tragedia tiene alturas que no puedo alcanzar. ¿Quién puede igualar en lo trágico a Esquilo, Sófocles o Eurípides? Me voy entonces por los caminos de la comedia, que es la forma menos trágica de la tragedia. He aquí algunas pequeñas muestras de la visión cómica del adulterio... El padre Arsilio le preguntó en el confesionario a doña Facilisa: "¿Le eres fiel a tu marido?" Respondió ella, orgullosa: "Con bastante frecuencia, señor cura". Otro confesor interrogó a la penitente: "¿Engañas a tu esposo?" Preguntó ella a su vez: "¿Pues a quién más, padrecito?" En el lecho de muerte el agonizante le pidió a su mujer: "Ahora que ya voy a morir dime la verdad: ¿alguna vez me fuiste infiel?" "¡Ah no! -se negó la señora a responder-. ¿Y luego si no te mueres?" Don Astasio y su esposa Facilisa estaban cenando con sus ocho hijos y un compadre de la pareja. El jefe de la casa se mostraba molesto por los mosquitos o zancudos que lo asediaban, y se libraba de ellos con sonoros golpes. El visitante lo amonestó: "No los mate, compadre. Son los únicos aquí que llevan su sangre"... Otro marido entró en la alcoba conyugal y sorprendió a su esposa haciendo el amor con un individuo en la postura que los romanos llamaban "more ferarum", al modo de los animales, y los americanos nombran "doggy style", o sea de perrito. Lo vio la señora y le dijo desde su comprometedora posición: "No vayas a pensar mal, Cornulio. No es lo que parece". Doy fin a esta prolongada relación adulterina con un cuentecillo muy esperanzador. Frente a la puerta del Cielo se había formado una larguísima fila de hombres y mujeres que esperaban ser admitidos en la morada celestial. Todos estaban molestos, pues la fila se movía con una lentitud desesperante. De pronto se oyó un alegre vocerío, y la fila empezó a avanzar rápidamente. Preguntó alguien: "¿Por qué ahora la fila se mueve tan aprisa?" Otro le contestó, feliz: "¡Es que ya no están contando el adulterio!"... FIN.