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BITÁCORA DEL DIRECTOR

BUSCAPIÉS

Ayer, en la conferencia mañanera, preguntaron al presidente Andrés Manuel López Obrador si tenía algún mensaje respecto del primer aniversario del asesinato del locutor de radio y activista indígena morelense Samir Flores, quien encabezaba la oposición a la termoeléctrica de La Huesca y a quien mataron a la puerta de su casa, la víspera en la que se realizara una consulta sobre si esa obra, propiedad de la CFE, debía continuar. Parte de la respuesta del mandatario fue la siguiente: “Fue muy lamentable que esto pasara porque les sirvió a los oportunistas, a los que están buscando cómo culparnos para afectarnos”. Para él fue lamentable por eso, no porque estén impunes los asesinos ni por los cuatro huérfanos y la viuda que dejó el homicidio de Samir ni porque se apagara una voz respetada en su comunidad.

Descalzos en la nieve: los niños de Idlib

21 de Febrero de 2020

Es cierto, tenemos muchos problemas en el país y diariamente nos alcanza una nueva tragedia.

Aun así, hay que hacer un esfuerzo por dejar de mirarnos el ombligo y voltear a lo que pasa en el resto del mundo. Y no para constatar que en otros lados están peor –siempre habrá alguien que lo esté–, sino por la solidaridad que debemos a otros seres humanos en desgracia.

A mí me ha afectado particularmente lo que sucede desde finales del año pasado en ese rincón del noroeste de Siria llamado Idlib y que no ha merecido mucha atención en nuestro país.

Las cifras son difíciles de creer. Desde el 1 de diciembre, 500 mil niños han tenido que huir de la guerra. ¡Medio millón! El equivalente a la toda la población de Celaya, Guanajuato. En promedio, más de seis mil niños cada día. Y con ellos, 300 mil adultos, la mayoría mujeres.

Se trata del peor desplazamiento humano de la peor guerra en una generación, ha dicho Jan Egeland, secretario general del Comité Noruego para los Refugiados. La sexta parte –142 mil personas– se acumuló en sólo tres días, entre el 9 y el 12 de febrero.

Los cerca de 800 mil civiles han huido aterrorizados por los bombardeos del régimen de Bashar al-Ásad y sus aliados rusos contra uno de los últimos reductos de la oposición armada en Siria. Las fuerzas oficiales han atacado lo mismo edificios residenciales que los siete hospitales de la ciudad, lo que ha provocado un enorme y desesperado éxodo.

Los desplazados se han movilizado hacia el norte, hacia la frontera con Turquía, cerradas desde hace dos años, luego de que en siete años de guerra civil la cruzaron unos 3.6 millones de refugiados sirios.

En los hechos, estas nuevas víctimas están atrapadas en pueblos y parajes fronterizos como Al Atarib, Kafr Karmin, Sarmada, Deir Hassan y Ad Dana, ubicados a menos de 20 kilómetros de los límites con Turquía. Los más afortunados están amontonados en casas de campaña, pero hay unos 80 mil a la intemperie, en una zona donde a menudo cae nieve en invierno y las temperaturas bajan de cero.

Los voluntarios de organizaciones como Médicos Sin Fronteras dan un promedio de 150 consultas al día a refugiados que presentan diversas enfermedades, así como heridas de guerra. Sin embargo, las necesidades rebasan por mucho la ayuda. En días recientes, decenas de niños han muerto de frío por falta de abrigo. Algunos no tienen ni zapatos.

Para calentarse, hay quienes han recurrido a quemar plástico porque ya no encuentran leña. Ajmad Yamin, de Save The Children, describió la situación como “el peor desplazamiento que he visto”.

Imagine millón y medio de personas –800 mil llegados de diciembre para acá– atrapadas entre los bombardeos en la ciudad de Idlib, capital de la provincia homónima, y la frontera turca cerrada. Seres humanos sin servicios ni ropa adecuada, pasando frío, enfermos y con comida racionada y sin esperanza. Un horror, ante el que la Organización de Naciones Unidas ha reaccionado sin tino ni prisa.

Ámbito: 
Nacional