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SERPIENTES Y ESCALERAS

¿Cuánto vale una vida?

Decía José Alfredo Jiménez en Camino de Guanajuato: La vida no vale nada.

La inseguridad se ha convertido en algo común en nuestra forma de vida; todos los días vemos hechos violentos, acciones que rompen la calma y alteran la estabilidad emocional de las personas. Los asaltos, las balaceras, los secuestros, las extorsiones, los asesinatos… todo se volvió cotidiano y nos hemos acostumbrado a vivir con ello. Nuestra capacidad de asombro es cada vez menor.

Hagan memoria, lectora lector queridos, sobre lo que pasa en nuestra entidad y en nuestro México desde hace varios años: la sangre corre todos los días como resultado de acciones criminales de todo tipo, sin que exista una estrategia eficiente para detener la masacre o ponerle un alto a las criminalidad. Un día es una balacera en un restaurant y al otro una ejecución en un lugar público; todo el tiempo sucede algo y nunca pasa nada.

La forma de operar de la delincuencia se ha transformado radicalmente en muchos sentidos: antes existían cánones criminales que obligaban a los grupos a respetar a las familias, a reconocer lugares como zonas neutras y nunca agredir a mujeres y niños. Hoy todo eso se ha olvidado, cualquiera puede ser víctima.

Atentar contra una mujer, un menor de edad o un niño se ha vuelto normal sin que existan consecuencias ni remordimiento entre quienes lo hacen; para la sociedad esos hechos son cosa normal y no ameritan mayora atención que la del momento.

Recordemos cuando allá por el año 2009, después de la muerte de Arturo Beltrán Leyva, aparecieron colgadas de un puente varias personas; fue una noche que cambió las cosas en el estado, porque a partir de ahí el nivel de crueldad de los grupos delictivos se elevó y sus acciones se volvieron cada vez más frecuentes y públicas.

Lo que sucedió aquella noche cuando varios cadáveres quedaron suspendidos frente a Galerías Cuernavaca fue el inicio de una nueva época delictiva en Morelos que poco a poco ha ido trastocando la forma de vida de los morelenses y modificando la sensibilidad de todos. Explico:

La noticia de los colgados fue nota internacional y durante varios meses la gente habló de ello, muchos cuestionaron a las autoridades, exigieron que investigaran lo sucedido y se evitara que este tipo de situaciones se repitieran. Hasta ese momento Morelos era un estado relativamente tranquilo en donde no veíamos situaciones así, pero a partir de ahí todo cambió.

Hace más de una década que la violencia se ha apoderado del territorio estatal y lo mismo que en el resto del país, el actuar de los grupos criminales es cada vez más violento, frecuente e impune. En aquel tiempo la noticia de una balacera, de un asesinato o de un acto criminal de alto impacto movía a la sociedad, provocaba reacciones masivas y obligaba a las autoridades a actuar. Hoy todo es diferente, ahora vemos masacres en una casa, atentados en restaurantes y bares, secuestros de personajes prominentes, ejecuciones públicas, ataque a negocios, empresas y dependencias públicas… y todo se ha vuelto normal, al grado que la sorpresa nos dura unas horas.

La violencia se incrementa todos los días en todo México, pero es algo que se ha normalizado en la mente ciudadana. Nos hemos acostumbrado a vivir con miedo, a reducir nuestro campo de actuación y a convivir entre cuatro paredes; las autoridades de los tres niveles de gobierno aseguran que las cosas van bien y que el gobierno no está rebasado, pero poco a poco la gente modifica sus hábitos, se mueve en menos lugares, evita zonas, no sale de noche y se cuida de todo.

La incidencia delictiva ha modificado la forma como conviven y reaccionan los ciudadanos: la violencia es el pan de cada día en todos los estados del país, ocurre a toda hora y no se centra en un solo estrato de la sociedad. El secuestro, los levantones, las ejecuciones, los rafagueados y el cobro de piso (solo por mencionar algunos) son expresiones comunes entre la gente, es algo que todos entienden y de lo que todos hablan.

Si buscamos algo más grave que la violencia, es la indolencia en la que estamos cayendo como sociedad; nada que ocurra, por grave que sea, amerita más de un día de atención. La información corre muy rápido y los hechos son tantos que las personas se han insensibilizado: nada nos sorprende, ninguna acción perdura y las malas noticias apenas se discuten unas cuantas horas.

El tema es muy grave, porque al normalizar la violencia nos estamos acostumbrando a vivir con ella. El ciudadano exige seguridad a los gobiernos, pero lo hace sin participar, reclama en las redes sociales, pero muchas veces de forma anónima; todos alzamos la voz, pero muy pocos hacen algo en su espacio para que las cosas cambien.

Hablar de la crisis de violencia e inseguridad es sencillo, pero solo unos cuantos intentan realmente cambiar la situación. La salida fácil es decir que eso le toca al gobierno, que a ellos les corresponde resolver el problema porque para ello fueron electos; cierto. Pero tampoco participamos como sociedad, no denunciamos, preferimos hacernos a un lado cuando las cosas van mal y solo reaccionamos cuando nos volvemos parte de la estadística delictiva.

El asunto es de fondo y de forma: la estrategia de seguridad en México (incluyendo a los estados y a los municipios) no ha funcionado porque la situación cada día es más grave y la violencia crece a cada momento y por todos lados. Las autoridades pueden repetir mil veces que vamos bien, pero sabemos que no es cierto.

El problema es que la violencia se normalizó desde hace mucho tiempo y de unos años para acá las series de televisión modifcaron la percepción de los criminales: los productores muestran a los narcotraficantes y a sus sicarios como figuras respetables cuyas acciones, aunque están fuera de la ley, infunden respeto y admiración; es una cultura de la violencia que atrae a las nuevas generaciones y ayuda a los cárteles a reclutar elementos nuevos, cada vez más jóvenes.

En este plano preguntamos ¿Cuánto vale una vida? Y no me refiero al costo monetario de una acción violenta en contra de alguien, sino de lo que le importa a la sociedad que una persona viva o muera. Las estadísticas delictivas son números que la mayoría no ve, porque no les interesa. En cualquier momento alguien importante o famoso puede ser asesinado, pero la noticia se olvidará mañana, o cuando muera alguien más.

A los ciudadanos les ha dejado de importar todo: nos lamentamos del clima de inseguridad que vivimos, pero no hacemos nada a menos que la violencia nos toque de manera directa. El pensamiento general en todos los casos es: ¿Qué sigue?

Mientras no seamos nosotros las víctimas, todo lo que le pase a los demás nos parece intrascendente.

Cuando la violencia se normaliza, se queda.

posdata

Morena arrasó en las elecciones del 2018 en Morelos y obtuvo el mayor número de espacios en la cámara de diputados; la 54 es una legislatura de 20 integrantes, la mayoría de ellos emanados de la coalición Juntos Haremos el Cambio en Morelos, conformada por los partidos del Trabajo, Encuentro Social y Regeneración Nacional.

Por Morena llegaron a la curul siete personas: Alejandra Flores, Javier García, Ariadna Barrera, Keila Celene Figueroa, José Casas, Marcos Zapotitla y Elsa Delia González. Luego de una serie de conflictos internos y chapulineo, Morena se quedó con 4 integrantes: Alejandra, Javier, Ariadna y Elsa Delia.

Igual que el resto de la legslatura, los de Morena sufren un severo desgaste social como consecuencia de los problemas en los que se han visto envueltos; muy rápido este congreso se ubicó en el ojo del huracán y poco a poco ha ido perdiendo la confianza que tenían al llegar, al grado de ser considerados iguales o peores que sus antecesores.

De manera natural todos los diputados locales (igual que los federales y los presidentes municipales) tienen aspiraciones políticas y deseo de continuar su carrera, pero todo depende, en el caso concreto de Morena, de que su partido les abra la puerta y modifique su reglamento. Explico:

De acuerdo con los estatutos de Morena, ninguno de sus miembros puede reelegirse, aunque legalmente esten posibilitados para ello; a menos que esa regla cambie, ni los alcaldes ni los legisladores pueden repetir en el cargo. Para que los estatutos de Morena se modifiquen, lo primero es que la cúpula se ponga de acuerdo, cosa que no ha podido suceder, de ahí los constantes enfrentamientos, el fracaso en sus asambleas y los dos presidentes nacionales que ahora tienen.

Algún morenista me dijo: puedo ampararme y recurrir a mi derecho constitucional, que está por encima del reglamento de un partido; cierto: pero si el partido no te postula, no hay forma de que recurras a un amparo.

Habrá que ver cuál es el camino que siguen los representantes populares del Movimiento de Regeneración Nacional; los diputados federales pueden buscar una curul local o una alcaldía, los locales una federal o ir a un municipio y los ediles deberán explorar una posición en el parlamento.

Para la alcaldía de Cuernavaca los aspirantes naturales de Morena son Alejandro Mojica (diputado federal por el primer distrito), Alejandra Flores y Javier García, ambos legisladores locales. Los candidatos del gobernador en una alianza serían Jorge Argüelles, Gilberto Alcalá o Pablo Ojeda.

Si no hubiera coalición con el PES y Morena designara a su propio candidato (cosa poco probable)

¿Por cuál diputado votarías?

nota

Los partidos políticos en Morelos están desdibujados, prácticamente no existen.

Después de las elecciones del 2018 todas las fuerzas políticas se desvanecieron del escenario, incluyendo Morena.

El otrora poderoso PRI es ahora una caricatura de si mismo, sin fuerza, sin representación y sin rumbo; en el PRI (o lo que queda de él) hay una lucha encarnizada entre grupos: el de los Maricelos, el de los Amados, el de Meade (solo y su alma) y el de la dirigencia que encabeza Alberto Martínez. Todos son impresentables y todos pelean hoy por el dinero de las prerrogativas.

El PRD paso de ser un partido todopodesoso a casi desaparecer; la dirigencia a cargo de Matías Quiroz es una vergüenza, el doctor que en otro momento era considerado una buena persona y un buen político se transformó en un sujeto mediocre, sin credibilidad ni liderazgo. Nadie, ni los perredistas, quieren estar en el PRD.

El PAN es un partido cuya estructura estatal cuenta con apenas 1 mil 300 militantes, muchos de ellos alejados de la dirigencia porque no se sienten identificados; la fuerza del presidente es el consejo, donde ha colocado gente afín, pero carece de empatía social porque nunca ha abanderado ninguna causa ciudadana, ni se ha preocupado por alzar la voz.

Morena es un caso peculiar: ganaron la presidencia de la república, la gubernatura, los congresos y la mayoría de los municipios, pero su dirigente en Morelos es un político ranchero, sin preparación, sin personalidad ni estatura para conducir un partido de este tamaño. Morena igual que el PRI, el PRD y el PAN no aparecen por ningun lado y las pocas veces que se les escucha, lanzan mensajes torpes y olvidables.

Luego siguen los partidos chicos, empezando por Movimiento Ciudadano, conducido por un sujeto tibio, poco capaz y absolutamente mediocre; así están los demás partidos: sin cabeza, sin proyecto, sin representatvidad, ni oportunidad de ganar el 2021.

La elección del 2018 no solo desplazó a los políticos tradicionales, también colocó a las dirigencias de los partidos en el peor momento de su historia.

post it

Los ayuntamientos morelenses atraviesan una doble crisis: económica y política. A los alcaldes los ven como los patitos feos del escenario político y constantemente son maltratados por los diputados. Obvio: cada quien anda por su lado.

Si cerraran filas y actuaran juntos, nadie los ningunearía. Nadie.

redes sociales

Todo pasa por algo. Por pendejo, por ejemplo.

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