¡Qué coronavirus ni qué ocho cuartos!
En plena crisis de la influenza A H1N1 –6 de mayo de 2009, en Tamulté de las Sabanas–, un desafiante López Obrador se brincó los lineamientos sanitarios del IFE y celebró un mitin de campaña con los candidatos a diputados del PRD en Tabasco, donde gritó: “¡qué influenza ni qué ocho cuartos!”
Le dijo a los congregados, compuesto por una abigarrada concurrencia en la que nadie llevaba cubrebocas, que “el virus que más afecta a la población es el del mal gobierno”.
Ahora tenemos un nuevo virus que amenaza al mundo, el Covid-19, y no se ha visto una campaña masiva de difusión de parte del gobierno para defender a la población de esa pandemia que, dice la Secretaría de Salud, es inminente que llegue a México.
La pregunta es si López Obrador va a actuar con la misma irresponsabilidad con que lo hizo con la influenza en 2009, cuando culpó al gobierno de su propagación porque en su opinión actuó mal en la prevención de la epidemia.
A nuestros correos han llegado alertas de amigos que dan algunos consejos prácticos para protegerse de los riesgos del contagio: lávate las manos con frecuencia, usa gel antibacterial constantemente, de preferencia no saludes de mano.
También nos dicen que al estornudar o toser hay que hacerlo hacia el interior del codo o papel desechable, pues la idea es que las minigotas de saliva no pululen por el aire ni caigan en otras superficies de contacto. Y así otros señalamientos prácticos sobre esta pandemia que tiene en alerta a la población mundial.
Ahí es cuando uno se pregunta, ¿dónde está el gobierno, para cuidar a las personas?
Esperemos que en esta ocasión no nos salga López Obrador, ya como Presidente de México, con “¡qué coronavirus ni qué ocho cuartos!”
Ayer una publicación china señalaba que entre las razones por las cuales la epidemia se expande con tanta rapidez es porque el virus se encuentra en el excremento de las personas infectadas.
En la “caca”, pues, para utilizar la célebre y presidencial palabra.
Señala el Centro Chino de Control y Prevención de Enfermedades, que el hallazgo de partículas de virus vivas en muestras de heces indica una ruta fecal-oral para el coronavirus, lo que explica por qué se propaga tan rápido.
Esa es una mala noticia para nosotros, especialmente para quienes vivimos en la zona metropolitana del Valle de México.
La capital del país y zona conurbada, es una de las metrópolis que más materia fecal tiene en las partículas suspendidas en la atmósfera. Quizá únicamente superada por las grandes ciudades de India y Pakistán.
Además, tenemos muchos terrenos baldíos que, con la sequía y las tolvaneras, son una fuente altamente peligrosa para expandir la contaminación de un virus que se aloja en las heces fecales depositadas al aire libre.
¿Qué catálogo de recomendaciones nos ha hecho la Secretaría de Salud?
¿Hay que proveerse de cubrebocas? Hemos leído que no, que no sirven para este caso. O tal vez sí. Hay escasez de esos utensilios y un sobreprecio descarado.
Las autoridades de Salud deberían explicar todo lo anterior con paciencia, a la manera en que lo hizo hace una década el doctor Córdova Villalobos con el H1N1.
Si en lugar de usar al subsecretario López-Gatell para desacreditar a los médicos y familiares de enfermos que resultan molestos al gobierno, le dieran indicaciones para lanzar una campaña de orientación sanitaria precisa a la población, podríamos aminorar riesgos.
Esperemos que la llegada del coronavirus a México sea tarde y suave, y que las autoridades recapaciten y tomen con responsabilidad el papel de tranquilizar y orientar a la población.
Si nos pega fuerte –esperemos que no– el daño será incalculable, pues se va a juntar con una economía parada, producto de los errores del gobierno que, dicho sea de paso, desaprovechó uno de los ciclos expansivos más prolongados de la economía de Estados Unidos y nos fuimos bajo cero.
Nos va a encontrar con ingobernabilidad en vastas zonas del país, porque el gobierno les cedió el terreno a los cárteles criminales.
Y nos va a hallar con una crisis en el sector salud, creada por el propio gobierno al destruir el Seguro Popular, realizar despidos de enfermeras y personal médico en esa área, sin haber comprado suficientes medicinas, pichicatear el gasto en lo básico para el cuidado de la población porque lo necesitan para otros menesteres, como una refinería y un aeropuerto en Santa Lucía.
A persignarse, o tocar madera, cruzar los dedos y a rogar porque nuestro Presidente no grite, en su fuero interno, “¡qué coronavirus ni qué ocho cuartos!”, como hizo en la epidemia de 2009.