Los deslices de Ackerman
Aunque uno de ellos forme parte del Consejo Interno del Instituto Nacional de Formación Política de Morena, los otros seis son por completo ajenos al activismo partidista. Nada malévolo cabe esperar de lo que, por mayoría de votos (o de preferencia en consenso), decida el Comité Técnico de Evaluación que designará a los cuatro nuevos consejeros electorales. Y sobre el temor a que la aplanadora lopezobradorista en la Cámara de Diputados termine ungiendo a quienes le dé la gana entre las personas que propongan los siete, que harán la selección de entre casi 400 aspirantes, nada ni nadie podría evitarlo porque, dígase lo que se diga, son los partidos políticos quienes deciden por mayoría legislativa la conformación del Consejo General del INE.
Lo más que puede reprocharse de la dupla que impuso la Comisión Nacional de los Derechos Humanos es que su cuestionable presidenta, Rosario Piedra, replicara la misma receta con que ella fue designada, ya que John Ackerman es consejero del Instituto Nacional de Formación Política de Morena, con la diferencia de que la señora negó con descaro su militancia, en tanto que su candidato la asume orgulloso y es consecuente con la que practica.
Para los panistas en San Lázaro, “el hecho de proponer a una persona que está participando activamente en un órgano de un partido político es una mancha en este proceso”, según expresó Jorge Arturo Espadas.
Menos profiláctica, la coordinadora de la fracción perredista, Verónica Juárez, dijo que a los siete comisionados les precede su reputación, por lo que espera que se comporten con altura. “Me parece que tenemos que darle la vuelta a este tema para evitar la descalificación de personas o perfiles y ver hacia delante”, recomendó.
Por los priistas habló René Juárez: “Nadie tiene la verdad absoluta, nadie la posee”.
Cada uno de los integrantes echó rollo y la concurrencia les aplaudió a todos menos a John Ackerman.
El vacío se lo ganó porque peroró como si con su llegada al Comité fuera a comenzar la democracia en México: “Es la oportunidad para recuperar la confianza, para volver a transformar las instituciones electorales en vanguardias y representantes de la democracia para que no haya un fraude más en este país (…). Los invito a la calma, a la pluralidad y a que todos podamos recuperar este espíritu originario de 94, de 96, de pluralidad”.
Sin proponérselo, con esas palabras hizo un reconocimiento a quien ciudadanizó el entonces Instituto Federal Electoral, Carlos Salinas de Gortari, y a la elección de su sucesor, Ernesto Zedillo, ambos emblemáticos del neoliberalismo que tanto irrita a Morena.
Y cometió la imprudencia de darle argumentos a la oposición al afirmar dos mentiras contumaces: que en la elección de 2006 hubo “fraude” y en 2018 un intento de lo mismo.
Por su alusión al IFE saliniano-zedillista debieron aplaudirle, pero se ganó el desdén con la vacilada de los “fraudes”.