El instinto del Presidente
• Lo que como opositor fue virtud, como gobernante no lo es. El tiempo no transcurre igual en la oposición que en el gobierno.
Durante los treinta años que hizo política como opositor, Andrés Manuel López Obrador confió en su instinto y se mantuvo apegado a él, prácticamente sin salirse de su guion.
Su persistencia –y la ayuda de sus contrincantes– lo llevarían eventualmente a la Presidencia de la República.
El haber llegado a la meta, luego de una larguísima travesía, lo hacen sentir reivindicado en la estrategia elegida. Con frecuencia ha dicho a sus colaboradores que, por el hecho de haber dado varias vueltas al país –en las que ha tocado todos sus municipios–, él conoce México mejor que nadie.
Sin embargo, ser opositor no es igual que gobernar. López Obrador tuvo tres oportunidades para alcanzar el poder. Un gobernante no tiene sino una sola. Por eso, el instinto no puede ser el mejor consejero de un Presidente, que debe estar dispuesto a corregir la ruta tantas veces como sean necesarias para alcanzar los objetivos de su gobierno.
Uno de ellos es la pacificación del país. Entre las razones por las que AMLO ganó las elecciones de 2018 está que ofreció terminar con el derramamiento de sangre que comenzó a ser muy evidente a mediados de 2005, cuando el entonces presidente Vicente Fox lanzó el programa México Seguro.
El instinto de López Obrador lo llevó a proponer que el abatimiento de la violencia se llevara a cabo mediante la elevación del nivel de vida de los mexicanos más desfavorecidos, así como por la “moralización” de la vida pública.
Lo cierto es que ninguna de las medidas que ha puesto en marcha el gobierno federal en 15 meses ha funcionado para reducir la violencia. El año pasado, el primer año completo de la administración de López Obrador, ha sido el más sangriento de la historia reciente del país, con casi 36 mil homicidios.
No cabe duda que parte de la razón es la inercia que ya traía el crecimiento de la ola criminal, pero López Obrador fue elegido para dar resultados y no debiera escudarse en ese hecho (aunque lo sigue haciendo, 15 meses después de su toma de posesión).
El tiempo se ha convertido en el mayor reto para el Presidente. El fin de semana, en su tierra natal, se quejó de que la “politiquería” había creado la impresión de que su gobierno no ha hecho nada.
Pero eso no ha sido tanto por el esfuerzo de sus adversarios en hacerlo ver mal, sino por la obstinación presidencial de no corregir el rumbo.
Lo que como opositor fue virtud, como gobernante no lo es. El tiempo no transcurre igual en la oposición que en el gobierno.
La estrategia de dar becas a jóvenes de escasos recursos para que no se sientan atraídos de irse a las filas de la delincuencia no ha funcionado. Y puede ser por distintas razones: o porque las becas no son atractivas por sí mismas o porque, de plano, como se lo reclamaron en Tabasco el domingo, nomás no están llegando a sus destinatarios.
No sé si el Presidente vaya a ser capaz de cambiar de estrategia en la lucha contra la inseguridad, el fenómeno que más le está costando en términos de popularidad, según distintas encuestas.
Muchas veces ha hablado de su tenacidad como un valor. “No quieran jugar a las vencidas porque soy muy terco”, advirtió a los huachicoleros en agosto del año pasado. Lo mismo ha dicho a campesinos que se han movilizado para exigir apoyos y a quienes se oponen a su proyecto de Tren Maya, entre otros.
“No voy a hablar –ya saben que soy muy terco– hasta que me escuchen”, dijo el domingo en Macuspana, Tabasco, a quienes abucheaban al gobernador y al alcalde y le reclamaban que no hubiese llegado toda la ayuda social que prometió.
La tenacidad del Presidente de seguir su instinto y contrastarse con cualquier cosa que hagan sus rivales le está costando a su gobierno. Y el problema es que él no parece dispuesto a pedir ayuda para mejorar su desempeño como gobernante y casi ningún colaborador se atreve a sugerírsela.