Plaza de almas
Este señor está enfermo de filosofía. Todo lo pasa por el tamiz del pensamiento, y ésa es una mala costumbre que puede hacer desdichado a cualquier hombre. "Si quieres ser feliz como tú dices, no analices, hermano, no analices". El otro día, en la charla cotidiana del café, salió el tema del sexo. Es natural que en esa reunión se hable de sexo: ninguno de los que a ella asisten lo ejercita ya. Por la misma razón los maduros tertulianos hablan de política: también ese juego han dejado de jugarlo, y no les queda más que hablar de él. Uno de los concurrentes trajo a colación el sexo, quién sabe a propósito de qué, y aquel señor manifestó: "Yo, al igual que ustedes, en esa materia ya estoy más allá del bien y del mal. Sobre todo del mal. Puedo decir lo mismo que don Artemio: 'Mi vida se encuentra sosegada; la pasión no la aguija; se ha aquietado en ella toda turbación; se halla en serenidad contemplativa; está en paz'. Espero haberlo citado bien, pues lo hice de memoria, y a mis años la memoria se vuelve traicionera, igual que mujer joven a la que hemos dejado de cumplirle. Pero si algo aprendí acerca del sexo es que nadie debe decir nunca: 'De esta agua no beberé'. Permítanme contarles algo que me sucedió cuando fui alcalde. Lo haré rápidamente, para que luego ustedes puedan hablar de cosas menos importantes. En aquellos años nuestra ciudad era pequeña, no como ahora, que ya no es una ciudad, sino una aglomeración de piedras, vehículos y gente. En ese tiempo el presidente municipal conocía de todos los asuntos y atendía a todas las personas. Una mañana se me presentó un hombre joven y se quejó de que le habían robado la cartera en un cabaret de la zona de tolerancia. Llamé al jefe de la policía para pedirle que investigara el caso. Ahí mismo le preguntó al muchacho en cuál de los cabarets que había en la zona lo habían robado. Noté que el joven vacilaba al contestar, pero al fin respondió bajando la cabeza: 'En el Jano'. El jefe le pidió que presentara una denuncia para poder proceder. Entonces el muchacho dijo: 'Mejor a'i muere'. Y se salió. Al ver mi extrañeza por su repentino desistimiento el policía me explicó: 'Es que en ese cabaret no hay mujeres: quienes trabajan ahí son hombres que se visten de mujer. Por eso no quiso presentar la denuncia: le dio miedo que se sepa que va ahí'. Me asombré. Ignoraba que en mi ciudad, tan pequeña, tan recatada, hubiera un lugar de esos. Pensé que aquello se prestaba a engaños y desórdenes, y le pedí al encargado de la policía que trajera a mi presencia al propietario. Cuando al día siguiente compareció le ordené que pusiera en el interior de su establecimiento un cartel con letras grandes en el cual informara claramente a la clientela que las personas que ahí prestaban sus servicios no eran mujeres, sino hombres. De ese modo nadie se llamaría engañado, y no habría lugar a pleitos o reclamaciones. El sujeto protestó. Ese cartel, me dijo, lo perjudicaría, pues los que iban ahí hacían como que no sabían, y si se daba a conocer la naturaleza del lugar perdería muchos clientes. Le contesté que era una orden, y debía cumplirla. Se retiró mascullando maldiciones. A las dos semanas regresó. Pensé que iba a solicitar mi autorización para quitar el aviso. Estaba equivocado. Me dijo: 'Señor alcalde: vengo a pedirle permiso para poner el letrero afuera del local, y en letras más grandes. Desde que se supo que los que bailan ahí, y lo demás, no son mujeres, sino hombres, mi clientela se ha multiplicado'. Por eso pienso que en tratándose de sexo nadie debe decir: 'De esta agua no beberé'". Calló el señor. Y los demás callaron también. Unos estaban pensando. Otros quizás estaban recordando... FIN.