Sin ellas
Un singular acto tuvo lugar el viernes al interior de la Suprema Corte con centenares de servidoras del Poder Judicial protestando contra la violencia de género. En ordenado tumulto, atestaron la escalinata principal ataviadas de negro y portando moños morados y veladoras. Guardaron silencio por las víctimas de feminicidio y los demás atropellos a la dignidad femenina. Una participante declamó Halladas, de Ana Rossetti, al final de lo cual todas corearon con estruendo “¡Ni una más...!”.
La noche anterior se iluminó de morado el edificio, una semana después de que el Consejo de la Judicatura Federal anunció la creación de la Unidad de Prevención y Combate al Acoso Sexual con el mandato “cero tolerancia” a toda agresión en ese, uno de los Tres Poderes, algunos de cuyos jueces y magistrados han dado la nota roja con sus abusos.
Sin su formato original y con disculpas a la autora de Halladas, aquí algunos de sus estremecedores fragmentos:
En el desierto. Encuentran un cuerpo en el desierto/ ¿Quién lo puso allí? ¿Desde cuándo está allí? ¿Hay señales de fieras?/ ¿Hay vestigios de zarpas o dientes? ¿Hay picotazos?/ ¿Hay hormigas expandiendo sus puntadas como un tul movedizo?/ ¿Y cuánta carnicería le corresponde a los depredadores y cuánta a los asesinos?
No se salvó a la hija. No se pudo evitar el horror de la carnicería, el pánico de la muerte/ Ahora, solamente es posible rescatarla del sol, privarla de la corona negra de los buitres, de las lágrimas nocturnas del desierto/ ¿Es eso un alivio?/ Llevársela de allí/ Recomponer el mosaico de su cuerpo desbaratado/ Envolverlo en un lienzo nuevo y entregarlo otra vez/ para que la muerte reanude su festín.
A cambio de un cadáver herido, mutilado, se deja de esperar a la hija. A la hija que salió de la casa con urgencia pero que no se dio prisa en volver. Demoró su vuelta tanto y tanto hasta borrar los compartimentos del tiempo.
Pero los relojes ya empiezan a marchar/ Se acabó el presente interminable. A partir de ahora ya no será necesario resistir, tener valor, aguzar el oído al otro lado de la puerta, intentar identificar sus pasos, la canción que cantaba; atisbar en todas las muchachas la semejanza a una forma de peinarse, un andar, esa blusa de colores, esa falda, igual a la suya…
A partir de ahora se encajarán días, horas, sucesos. A partir de ese cadáver, la hija deja de existir.
Reconózcala. Diga si es ella. Dígalo de una vez: sí o no.
No todos son convocados ante una sábana estirada. No todos son apremiados a acabar con la congoja. No todos pueden envolver con el amor de los lienzos esas niñas despedazadas, traspasadas, aplastadas por la abominación. No todos pueden escribir un nombre en una lápida, cubrirla de flores, encenderle cirios. No todos pueden entregarse al duelo…
Será una marca que nos distinguirá para siempre/ Como si las victimas tuviéramos que expiar, de por vida, los crímenes de los asesinos.
Sí, es ella. Gracias. Gracias…