En cada espacio abandonado nos dimos cuenta de la peor manera que nos hacen tanta falta
Lo que ayer vivimos fue postapocalíptico. Las pocas mujeres que había en las calles también tenían sus reclamos, que eran muchos, pero el desierto de la ciudad, de las ciudades, hizo a alguien revivir la resaca de los largos asuetos. Era mucho más denso, más profundo, hasta sepulcral. Las mujeres nos dejaron sólos y los puestos de trabajo, las calles, las plazas, los cafés, y todos los lugares tradicionalmente llenos de ellas, tenían una especie de teñido gris, no como sombra porque era mucho más corpóreo.
Dejaron la ciudad que hasta hoy supimos que era más de ellas que de los hombres (siempre ocupados y de prisa, transitando y no habitando). Esa propiedad no reconocida donde el miedo que las hizo salir el domingo, las mantuvo cautivas el lunes (un cautiverio por decisión debe ser el peor de los cautiverios). Desde temprano se extrañó su presencia, la que damos por hecha todas las mañanas fuera de las escuelas (que en un apoyo más parecido a boicot dieron el día libre a miles de los niñas, niños y adolescentes), en el tráfico matutino, en el desayuno y el almuerzo. Lo terrible fue pasar por los espacios vacíos, el hueco infame nos hizo percatarnos de la indiferencia.
Cada espacio oscuro, abandonado, dejado como el viernes o sábado por quien no estuvo y que, nos dimos cuenta de la peor manera, nos hace tanta falta. No hubo el saludo amable y siempre protector de todas ellas. Cierto que quienes por convicción, obligación, o cualquier otro motivo, asistieron fueron tan amables y dispuestas como siempre, pero al resto se les extrañó.
Sin ellas Morelos no pudo avanzar
Las calles desiertas por la mañana y en el transcurso del día nos hizo darnos cuenta de que sin ellas nada funciona.
En las oficinas, hasta las operaciones más simples tuvieron que esperar. “Perdón, es que no está la responsable”, se disculpaban los hombres y notaban que las responsabilidades de ellas son muchas, vitales, y van de lo más sencillo, como saber dónde están las cosas; hasta lo más complejo como decisiones del rumbo de las empresas, de grandes adquisiciones, de operaciones complejísimas que se vieron detenidas.
Fallaron las amenazas, los reproches, las omisiones de muchos a las que ellas se han acostumbrado; en cambio estuvo el vacío contudente.
Ya entrada la tarde, uno suele acostumbrarse a mucho, pero esta ausencia se sentía mucho más. Porque otros días uno puede ver que poco a poco la gente retoma las actividades, las calles, los espacios que son suyos para convivir. Ahora no fue así, incluso los recorridos en auto seguían siendo en medio de un aparente desierto, ni los microbuses se llenaban, las banquetas seguían vacías.