Coronavirus: el espejo italiano
Las ocho columnas de Il Corriere de la Sera del 9 de marzo decían: “Como en toda guerra, tenemos que escoger a quién tratar y a quién no”.
Los hospitales del norte de Italia estaban saturados. Se había producido la primera escasez grave que la pandemia produce: no miles de muertos, sino un porcentaje de infectados que satura muy rápido los hospitales, pues todos son enfermos que requieren cuidados intensivos.
En la historia italiana de la pandemia, la saturación hospitalaria no ha sido uno de los problemas a resolver, sino el problema.
La anestesióloga de un hospital de Bérgamo, corazón del epicentro italiano por su fluida relación industrial con Wuhan, dijo a Il Corriere que las unidades de atención intensiva estaban saturadas y los doctores debían tomar decisiones sobre a quién atender y salvar, y a quién no.
Decidían esto según la edad, la salud previa y la esperanza de vida de los pacientes: “Como en tiempos de guerra”.
Relatos semejantes corrieron por la prensa italiana. La sociedad de anestesiólogos del país se vio obligada a emitir unas guías sobre cómo proceder, dados los problemas éticos que planteaba la nueva situación.
Su criterio fue muy duro: la norma establecida de atender por orden a los enfermos que iban llegando, no era adecuada aquí para salvar el mayor número de vidas. Hacía falta también el criterio de quién podía sobrevivir al tratamiento y quién no.
Tomo esto del texto de Mattia Ferrares publicado en el Boston Globe, el 13 de marzo pasado. “A Coronavirus Cautionary Tale: Don’t Do What We Did”.
Tómennos como ejemplo, no hagan lo que nosotros, advierte Ferrares. Lo que hicieron los italianos, explica, fue dejar pasar los días en que la epidemia era poco visible y la atacaron sólo cuando ya era una avalancha.
No podían prever la epidemia pero podían haberla mitigado, añade Ferrares, tomando una decisión “sencilla, de gran peso moral: quedarnos en casa”.
Las alertas suaves del gobierno no cambian la conducta colectiva ni reducen el daño de una epidemia, sigue Ferrares.
Sólo pesan las llamadas perentorias, las decisiones tajantes tomadas antes de que los daños sean visibles.
Concluye Ferrares: “Cuando los daños son evidentes, generalmente es tarde para actuar”.