En el frente de la guerra contra el coronavirus
• La vacuna tiene que pasar por varias fases antes de poder salir al público. Probablemente, en un año.
A 50 kilómetros al norte de Tijuana, en un laboratorio en el barrio sandieguino de La Jolla, se concentra la mayor esperanza de la humanidad para vencer a la pandemia que ha puesto de rodillas la economía mundial y ha matado, al momento de escribir esto, a 16 mil 500 de las 378 mil personas que ha infectado.
La búsqueda de una vacuna contra el coronavirus es encabezada allí por la científica británica Kate Broderick, vicepresidenta de Investigación Preclínica de Inovio, una firma estadunidense de biotecnología que desarrolla tratamientos contra el cáncer y enfermedades infecciosas.
Inovio es una de las 30 compañías y centros de investigación a nivel mundial que compiten para desarrollar la vacuna contra el coronavirus, entre las cuales están Gilead Sciences, Novavax y Moderna.
El laboratorio de la doctora Broderick (Dunfermline, Escocia, 1977) recibió una secuencia genética del gobierno chino el 11 de enero y desde entonces comenzó a diseñar un remedio contra el virus, basado en su ADN.
“En unas tres horas logramos sintetizar un segmento de ADN y ésa ha sido la base de nuestro proyecto. Durante dos meses hemos probado la vacuna en el laboratorio y estamos muy contentos con los resultados obtenidos hasta ahora”.
Esos resultados, ha explicado Broderick, serán la base para llevar la vacuna a una etapa experimental con humanos, que podría comenzar el mes entrante.
“Estamos tratando de hacer en cuatro meses lo que en el caso del zika nos tomó siete, porque entendemos que en este caso es realmente crítico”, ha señalado. Originalmente, se esperaba que las pruebas ocurrieran en mayo o junio.
Aun así, la vacuna todavía tendría que pasar por varias fases antes de poder salir al público. Es muy difícil decir cuándo podría ocurrir eso, pero, probablemente, en un año.
En la primera fase, la vacuna se probaría en un número limitado de voluntarios. El objetivo sería demostrar su inmunogenicidad, es decir, la propensión de un medicamento a inducir una respuesta inmunitaria frente a sí mismo.
Broderick ha detallado que los pasos que hay que dar son, primero, ver si la vacuna es segura y, segundo, si genera el tipo correcto de anticuerpos y respuesta de células T, fundamentales en la lucha del organismo contra las infecciones víricas.
La siguiente fase, que requeriría permisos de las autoridades regulatorias, involucraría probablemente a miles de personas.
A diferencia de las bacterias, que pueden ser combatidas con medicamentos de amplio espectro, como la penicilina –que bloquea una molécula que esos organismos usan para levantar sus paredes celulares–, los virus utilizan la maquinaria celular del cuerpo humano para reproducirse.
Las proteínas que generan los virus, como parte de su proceso de replicación, son únicas. De ahí que los remedios no pueden ser de amplio espectro, como sucede con antibióticos.
Entender esas proteínas puede ser clave para desarrollar una vacuna, explicó Alessandro Sette, del Instituto de Inmunología de La Jolla, al diario The Washington Post.
Estudios recientes han identificado las llamadas proteínas de espiga –armaduras que el coronavirus usa para penetrar las paredes exteriores de las células humanas y animales– como la debilidad del patógeno. Se estima que si la gente es inoculada con una versión de la proteína de espiga, eso podría enseñar al sistema inmune a reconocer al virus y permitirle responder más rápido.
Aunque la devastación causada por el coronavirus ha dado lugar a angustia en todo el mundo, la rapidez con la que avanza la comprensión de este patógeno, y de la manera en que invade las células humanas y se replica, permite tener esperanza de que una vacuna pueda estar disponible en cosa de un año.
Mientras tanto, lo mejor que podemos hacer contra la propagación del COVID-19 es una práctica radical del distanciamiento social y la aplicación masiva de pruebas para desenmascararlo en personas que aún no presentan síntomas, pero que ya son contagiosas. Convencer de ello a algunos gobiernos, como el de México, es la clave.