Crisis transitoria
Haga memoria y remóntese al primer día que escuchó hablar de una extraña neumonía que estaba infectando a clientes y locatarios de un mercado de mariscos en Wuhan, una ciudad china de la que usted quizá nunca había oído hablar.
¿Qué hubiera pensado si en ese momento alguien le hubiera dicho que, tres meses después, la mitad de la población mundial estaría confinada en casa, los niños no podrían ir a la escuela, los adultos no podrían ir a trabajar y más de 70 mil personas estarían muertas por este mal, la mayoría de ellas en naciones desarrolladas?
Seguramente no lo habría creído. Tampoco, que esta enfermedad, llamada COVID-19, pondría en coma la economía mundial –por usar la expresión del economista Paul Krugman–, interrumpiendo las cadenas globales de suministro y mandando al desempleo a millones de personas. ¿Cómo va a suceder una cosa así?, habría exclamado.
Hoy, el presidente Andrés Manuel López Obrador nos quiere convencer que esta crisis es transitoria, lo cual no deja de ser una verdad de Perogrullo.
La cosa es saber cuánto durará. Si lo supiéramos, sería más fácil tomar decisiones. Pero el signo de este jinete de dos cabezas –crisis sanitaria y crisis económica– es la incertidumbre. ¿Qué significa que justo cuando Italia sentía que podía sacar de nuevo el cuello por encima del agua, fue necesario poner en cuarentena a Nerola, un pueblo de mil 800 habitantes, en la parte media del país, porque repentinamente aparecieron 77 casos de infectados por coronavirus? ¿Quién puede decir que esta pandemia será de corta duración y que no pegará en México como lo está haciendo en Estados Unidos? ¿Por qué afirma López Obrador algo que los principales científicos del mundo no se atreven a pronosticar?
Lo que está claro es que el COVID-19 no dejará de ser un peligro para la humanidad y un azote para la economía mientras no se encuentre la vacuna y se pruebe en decenas y luego en cientos y después en miles de personas, antes de ser lanzada al mercado. Ese proceso se puede llevar más de un año. ¿Qué pasará, mientras tanto, con la economía? No lo sabemos. Hoy sólo conocemos el dato de 10 millones de nuevos desempleados en la mayor potencia económica del mundo. “Nuestro país no fue hecho para esto”, decía un desesperado presidente Donald Trump el domingo pasado. Pues no.
La potencial devastación de esta crisis supera cualquier cosa que haya visto alguien vivo o, cuando menos, la enorme mayoría de las personas. Para tener alguna referencia, hay que leer a John Steinbeck y sus descripciones del dust bowl, la sequía que magnificó los efectos de la Gran Depresión.
México, sumido además en una ola de violencia criminal, no parece tener manera de zafarse del poder destructivo de la pandemia y sus efectos económicos.
Aquí no se trata de pensar positivamente, y tratar así de conjurar el mal, sino de prepararnos. Pero, en lugar de eso, el Presidente vaticina que saldremos pronto de la crisis cuando ni siquiera hemos entrado en ella. México va a enfrentar una tormenta perfecta que va a secar sus ingresos por concepto de turismo, exportaciones, petróleo y remesas, entre otros.
¿Qué vamos a hacer para aminorar los daños? López Obrador quiere matar a la gallina de los huevos de oro. Ahorcar a la empresa, obligándola a pagar salarios e impuestos, sin pensar que se están desplomando sus ingresos. Y cuando digo empresa, no hablo de grandes consorcios, sino de las millones de pymes que son la columna vertebral de la economía.
México está por entrar a su peor recesión en un siglo, que seguramente traerá –si no se hace nada e incluso si se hace algo– desempleo, hambre y violencia. Pero el Presidente dice que será transitoria y propone ampliar los programas sociales sin tener claro de dónde saldrá el dinero para pagarlos. Es más, dice que la pandemia vino “como anillo al dedo” a su proyecto político.
Si el plan es pararse en la playa a esperar que el huracán siga de largo y no se fije en nosotros, ojalá tenga razón. Porque si no, y nos pega de lleno, estaremos en la peor de las condiciones para hacerle frente.