¿Serénense artistas?
Parece que hace un siglo de eso. Cuando al fin amaneció, salí a la calle –estaba desierta– y esperé a que abrieran el puesto de periódicos de la esquina. Al pobre vendedor casi le arrebaté de las manos EL UNIVERSAL. Con el diario bajo el brazo entré a un café de chinos y escogí una mesa pegada al ventanal. Todo olía a pan dulce recién hecho y pensé que un olor así no podía acompañar más que una buena noticia.
Tenía miedo, sin embargo, de abrir el ejemplar. No lo hice hasta que una mesera me acercó una taza humeante y desportillada. Abrí por fin el periódico, y había ocurrido. Encontré mi nombre en la lista de proyectos ganadores del Fonca para el periodo 1995-1996.
El mío consistía en escribir un libro de cuentos en el que se cruzaran la Historia, los fantasmas, el tiempo y la ciudad: obsesiones y fascinaciones que había tenido siempre.
Aquel año el tutor de cuento era Eusebio Ruvalcaba. El primer consejo que me dio: “Como los antiguos chinos, deposita en cada palabra el más hondo respeto”.
Los becarios de aquella generación, unos 150, nos encontramos por primera vez en un encuentro celebrado en Querétaro. Durante días de júbilo explosivo asistimos a talleres en los que dimos a conocer nuestro trabajo y entramos en conocimiento de otros: poemas, ensayos, novelas, instalaciones, obras de teatro… Cada quien andaba en un rumbo distinto, rutas que sin aquel encuentro difícilmente habríamos imaginado.
Desde el primer minuto sentí una simpatía instantánea por Guillermo Fadanelli y Armando González Torres, con quienes he caminado en la amistad y en los libros desde aquel año lejano. En nuestra promoción estaban también Teresa Margolles, María Baranda, Eduardo Vázquez, Malva Flores, Iván Ríos Gascón, Enrique Blanc, José Castillo… no recuerdo cuántos más.
Ninguno de nosotros se conocía, no nos habíamos visto antes, no llegábamos recomendados por nadie. En el momento crucial del arranque, aquella beca constituyó el motor que a muchos de nosotros nos permitió consolidar nuestro proyecto.
Los becarios de generaciones anteriores y posteriores, Gabriel Orozco, Naief Yehya, Demián Flores, Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Mauricio Montiel, David Toscana, Eduardo Antonio Parra, Cristina Rivera-Garza, María Rivera, Guadalupe Nettel, Fernanda Melchor; los becarios eméritos y del Sistema Nacional de Creadores, Pedro Ramírez Vázquez, Alberto Gironella, Gunther Gerzso, José Luis Cuevas, Joy Laville, Óscar Chávez, Mario Lavista, así como Myriam Moscona, Fabio Morábito, Alberto Ruy-Sánchez, Francisco Hinojosa, Elsa Cross y Alberto Castro Leñero, entre muchos otros, han dejado una obra que ya forma parte de la cultura mexicana y que va a quedarse cuando los funcionarios que hoy se empeñan en despreciarla venturosamente se hayan ido.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador demostró muy pronto el desprecio que le merecen artistas e intelectuales. Una y otra vez los presentó como vividores del erario, cooptados para callar y aplaudirle al poder. Una y otra vez se refirió al fomento a la creación como un privilegio de fifís cuya única obra consistía en estirar la mano.
Aunque las cartas estaban sobre la mesa, la comunidad cultural decidió apoyar a AMLO. A pocos días de llegar al poder, en diciembre de 2018, el nuevo presidente anunció un recorte para la cultura de mil millones de pesos: ese año el 0.21% del presupuesto se destinó a ese sector, contra el 0.32% que se había destinado en tiempos de Peña y contra el 0.33% del tiempo de Calderón.
Cuando creadores y trabajadores de la cultura comenzaron a denunciar los recortes, los humillantes despidos, el retraso en los pagos, López Obrador contestó que “nunca se había apoyado tanto a la cultura como ahora”, y señaló que para él la cultura “tiene que ver con los pueblos”. Al mismo tiempo, Jesusa Rodríguez pidió el fin de las becas, para acabar con la casta injusta que las usufructuaba. Desde Notimex se criminalizó con servilismo abyecto a creadores que en el último cuarto de siglo legaron al país obras que ya son indispensables.
Aumentaron los foros, las protestas pero aún así se llevó a cabo la extinción del Fonca, que en un tuit cargado de ignorancia la secretaria de la Función Pública consideró “salinista” y “nacido para controlar rebeldes y premiar a los compadres”.
El Fonca, una idea de Gabriel Zaid que luego hicieron crecer Octavio Paz, Juan José Arreola, Vicente Leñero, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Pellicer y José Revueltas, entre otros, se hizo realidad a través de un mandato que obligaba a que la creación respondiera a la dinámica cultural de México, y no a proyectos oficiales de cultura; que obligaba a que el apoyo a los creadores fuera decididos por sus pares, y no por los funcionarios en turno.
En un cuarto de siglo las reglas del proyecto, afinadas por continuas demandas de la comunidad cultural, se hicieron cada vez más transparentes y rigurosas. El logro mayor del Fonca fue tal vez su autonomía artística.
Las ideas “transformadoras” de hoy decidieron convertirlo en una dirección administrada por la Secretaría de Cultura: devolverlo a los burócratas en un gobierno dominado por el clientelismo, la propaganda, la ideología, el pago de favores, la deshonestidad intelectual y el compadrazgo.
La primera idea sobre el Fonca surgió en la revista Plural en 1975. Una conquista de medio siglo acaba de ser echada atrás. Para colmo, en un tuit carado de arrogancia, la Secretaría manda decir a los artistas que se serenen, que al fin y al cabo su dinero ahí está.
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Héctor De Mauleón