Poder sin gobierno, gobierno sin poder
México ha vivido en los últimos meses a la vez una concentración extraordinaria de poder en el Presidente y un debilitamiento de los instrumentos del poder del Estado.
En algún sentido la concentración de poder en el Presidente ha sido al costo de que pierdan poder otros poderes y eficacia otras instancias del Estado como tal.
Y cuando el proyecto de ese poder concentrado encuentra sus límites en la realidad, no hay quien salga a enmendar la plana, a corregir el rumbo, a dibujar soluciones
Si se pasma el titular del Ejecutivo, se pasma también el gabinete, se pasman el Poder Judicial y el Poder Legislativo, los órganos autónomos y los poderes locales.
La debilidad operativa de ese gobierno centralizado, que ha sido capaz de colonizar y disminuir a los otros poderes, queda de manifiesto en estos días por la aparición de dos excepciones en el pasmo del poder central.
El Banco de México nos ha recordado que, en ejercicio de su autonomía, puede dar con decisiones que fortalecen a la economía, sin pasar por el poder presidencial centralizado.
El Banxico se ha anticipado al riesgo de una crisis de liquidez del sistema bancario y ha puesto en el mercado recursos suficientes para contenerla.
Algo semejante han mostrado algunos gobiernos locales ante la emergencia: la capacidad de dar soluciones regionales a problemas regionales que el gobierno federal atendía con lentitud y de manera errática.
Ninguna aportación equivalente ha venido del Poder Legislativo o el Judicial.
No deja de ser un síntoma de la centralización sin gobierno el hecho de que estén desaparecidos del público los secretarios del ramo de las dos grandes emergencias del momento: la sanitaria y la económica.
La paradoja se completa en el increíble espectáculo de un Presidente que golpea como a nadie a la burocracia federal en la que está parado, su primera línea de mando.
El Presidente ha concentrado poder, pero su poder está vacío de instrumentos de gobierno, de la creatividad y la capacidad de corrección de los otros poderes, del verdadero poder del Estado.
hector.aguilarcamin@milenio.com