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La felicidad en la tragedia

La felicidad solo podemos hallarla dentro de nosotros mismos, sin hacerla depender de nada ni nadie más. El acero se forja en el fuego, y el ser humano, en la adversidad.

Con salud, libertad, satisfactores económicos, el amor de nuestros familiares y amigos, la seguridad y reconocimiento sociales, podemos sentirnos fuertes, grandes y aparentemente felices; pero la felicidad es posible sin ellos, por valiosos que sean. Basta con tener conciencia de lo que somos, superarnos integralmente como seres inteligentes con albedrío, haciendo el bien a los demás; sin olvidar que quien a todo mundo da, acaba pidiendo a todos, y que primero hay que ser y tener para poder dar y hacer. ¡Cuidado con apostar a lo fácil y buscar el aplauso de los demás! Es torpe esperar de otros lo que suponemos merecer.

La realidad que vive hoy el mundo nos obliga a tomar en serio nuestro breve tiempo, la fragilidad de nuestra salud, las enfermedades sufridas y las posibles, lo más reducida que es y será nuestra libertad, la distancia —por tiempo indefinido— de quienes amamos y tal vez no podamos despedirnos, los mayores obstáculos para acceder o mantener un empleo dignamente remunerado, la precariedad de los servicios públicos y, además, en México, la poca defensa ante delincuentes y algunas autoridades ineptas, corruptas y también criminales.

Las causas que nos tienen en este infierno son de difícil y lenta solución, pero hay que enfrentarlo y sobrevivir en él.

Por ello, van tres ideas que tal vez sean útiles:

1) Vale la pena que en lo individual y familiar hagamos un esfuerzo metódico para tener sanos el cuerpo y la mente; esto implica aprovechar el tiempo de aislamiento —total o parcial— cuidando esos tesoros para lograr el bien ser y el bien estar, durante y después de este colapso.

2) En este país, donde juntos hacen mayoría los cobardes y los violentos, tengamos claro que entre la cobardía y la temeridad siempre está, en el centro, la valentía. La cobardía nos anula, la temeridad nos precipita, y ambos nos degradan y destruyen. A nuestra sociedad, tan dada a la cobardía, hay que recordarle que el valiente muere una vez, y el cobarde, muchas. El cobarde dura, el valiente, vive.

3) Entender la vida como el bien supremo, a condición de vivirla con honor, esto es, teniendo consciencia de nuestra propia dignidad; porque la vida sin honor, cede a los bajos instintos y puede ser peor que la animal.

Cuando un gobernante se trata de justificar con el pasado que recibió solo demuestra ser inepto y pequeño; si una sociedad se paraliza para llorar su presente, estará muriendo.

Pd. Me enterneció el Presidente al regalarle a todas las mamacitas el 10 de mayo “Amor eterno”, una canción para las madres difuntas. Que alguien lo ayude, el próximo año es capaz de dedicarles “La chancla”.

Ámbito: 
Nacional