- Los que no escuchan
Qué difícil es luchar contra la incredulidad.
Los que no escuchan
“Las próximas dos semanas van a ser muy duras, de muchos enfermos y muertes; hacemos todo lo posible, pero la gente no escucha, no cree y sigue saliendo”. Así comienza mi charla con un alcalde, un día después de que la capital del país alcanzara, según lo informó el subsecretario Hugo López-Gatell, el punto más alto de la pandemia. En Morelos el virus cambia de ritmo: primero fue lento y ahora es sumamente acelerado; aquí el pico podría llegar en un par de semanas, aunque nadie tiene certeza de cuándo estaremos en el momento de mayor contagio.
Las palabras del alcalde no me sorprenden, ni son distintas a otras que en los últimos días he escuchado de presidentes municipales y autoridades estatales. No se requiere ser experto en el tema, ni tener “contactos” para saber cuál es la situación que se vive en la entidad, basta observar lo que sucede, seguir la información periodística y leer las publicaciones que las personas hacen en sus redes sociales.
En Morelos hay muchos que aún no creen en el coronavirus y no se cuidan, argumentan que tienen que salir para trabajar, pero en las calles se les ve caminando tranquilos con sus hijos y en Facebook comparten historias conviviendo con amigos y haciendo una vida normal porque “no hay que creer en las mentiras que dice el gobierno”.
La pandemia en Morelos inició más lento que en otras entidades de la república y repentinamente hace tres semanas comenzó a acelerarse hasta colocarnos en el segundo lugar nacional en aumento de contagios. Marco Antonio Cantú, nuestro gris secretario estatal de salud, echa la culpa a los visitantes que hubo en la entidad durante la semana santa, pero sus dichos sobre este tema, como todo lo demás que dice, carece de sustento y credibilidad.
Lo cierto es que la lucha contra la pandemia ha dejado de ser solo contra el virus que a finales del año pasado apareció en Wuhan, una provincia de la China central; ahora la batalla de todos (autoridades y ciudadanos) es contra un amplio sector de la sociedad que se rehúsa a seguir los lineamientos de sanidad, porque los considera innecesarios, falsos o por rebeldía ante la autoridad.
En estos tiempos de aislamiento y charlas virtuales leo también el comentario de un amigo abogado que cotidianamente me comparte noticias sobre el tema y varias veces ha replicado información falsa. Él como muchos se mantiene en aislamiento domiciliario, pero expresa su incredulidad ante la situación porque en su círculo cercano no ha sabido de ningún caso de covid-19. Es un incrédulo responsable.
Lo que vemos y vivimos en Morelos ahora es, como en el resto del mundo, algo inédito; nadie sabe exactamente cuándo y cómo va a terminar esto, pero estamos ciertos de que al final no será bueno para nadie. Durante la cuarentena la mayoría ya hemos sido golpeados en nuestra economía; cuando termine muchos podrían perder sus negocios, sus fuentes de empleo o la vida.
La diferencia entre lo que pasa en otras partes del país y en Morelos es claramente identificable: incredulidad. Contra ello tienen que luchar las autoridades y los ciudadanos que tratamos de seguir las indicaciones preventivas. Lo sencillo es echar la culpa de todo al gobierno, acusarlo de las fallas y cuestionarlo por los resultados; pero en este caso el problema está en nosotros, en quienes no obedecen, los que siguen saliendo y propagan el coronavirus.
Desde que a nivel mundial se conoció de este nuevo virus, la Organización Mundial de la Salud emitió lineamientos para prevenir contagios; el SARS-Cov-2 aún no tiene cura, no existe una vacuna que lo prevenga y por tal motivo la única manera de evitar la enfermedad es aislándose. Lavarse las manos, distanciamiento social y resguardo en casa es el combo que lanzó la OMS a todo el mundo; a partir de ello derivaron acciones específicas en cada país para reducir la movilidad y favorecer la cuarentena.
En México el gobierno federal ordenó la suspensión de clases, al cierre de negocios no esenciales, la clausura temporal de espacios públicos y prohibió las reuniones de más de diez personas. Esto a la par de iniciar la jornada de Sana Distancia y mandar a casa a millones de trabajadores gubernamentales.
En los estados, incluido Morelos, se replicaron todas y cada una de las medidas instauradas por el gobierno federal, se hizo en sincronía con el resto del país y se lanzó una muy intensa campaña de concientización sobre el momento que vivimos. En casi todos los estados las medidas funcionaron y la curva se comenzó a aplanar; en Morelos un sector de la población atendió el llamado, pero el problema se agravó porque algunos decidieron no atender las recomendaciones.
Ahora estamos en una crisis de proporciones aún incalculables; hace tres semanas Morelos parecía un espacio controlado, con pocos casos y muertos que se podían contar con los dedos de una mano; hoy las cifras alarman a todos, empezando por el gobierno federal, se busca tomar medidas extremas para detener la velocidad de contagio, pero poco podrán hacer las autoridades de los tres niveles de gobierno si los rebeldes, esa parte irresponsable de la sociedad, sigue exponiéndose.
Culpar al gobierno de los problemas es la salida fácil y casi siempre es cierto; décadas de abusos y arbitrariedades, de ocurrencias y malas decisiones, de oportunismo e imposiciones nos convirtieron en un pueblo irreverente, que no respeta ni teme a la autoridad y responde con violencia a las imposiciones.
Pero lo que ahora sucede es diferente, es un reto global que pone en vilo a la humanidad entera. Nadie estaba preparado para una situación así y por ello todos debemos asumir responsablemente la parte que nos toca. Aunque muchos no lo crean, lo que ahora está frente a nosotros va más allá de una persona o un partido político, no es un invento del gobierno, ni un juego para cambiar el orden mundial, ni una confabulación para robarse el líquido de las rodillas de las personas. Quien lo crea así es un imbécil.
Lo que está en juego es la salud, la economía y la vida de todos; quienes siguen saliendo y exponiéndose son los primeros que se van a enfermar y muchos de ellos se van a morir; pero con sus actos pueden contagiar a otras personas y al hacerlo prolongarán una cuarentena que también está matando cientos de negocios y miles de empleos.
Organizar fiestas en medio de una pandemia, salir a la calle sin protección, no respetar la sana distancia y continuar haciendo una vida normal sin ningún tipo de medida sanitaria no es un acto valiente, ni tampoco es una forma de rebeldía, es una estupidez que nos afecta a todos, que lastima a la sociedad en su conjunto y pone en riesgo la vida de muchas personas.
“Lo único que nos queda es esperar que no le toque a alguien cercano (enfermar o morir) y cuidar mucho a los nuestros. La gente no quiere escuchar” me dice al final de la charla el alcalde.
¿Qué se puede hacer ante algo así?
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Desde hace casi dos meses los camiones de recolección de basura de la capital realizan perifoneo pidiendo a la gente que se quede en casa, que se cuide, que evite los contagios; lo mismo hacen las patrullas de la Policía Morelos en voz de sus elementos, llamando a la prevención y a la conciencia social.
Los mensajes de las autoridades de los tres niveles se han unificado: ¡Quédense en casa! ¡Lávense las manos! ¡Usen cubre bocas!; lo mismo hacen desde sus redes miles de ciudadanos que están en cuarentena, que salen a lo estrictamente necesario y entienden la gravedad del momento.
Las escuelas suspendieron labores y los alumnos de todos los niveles ya no tendrán clases presenciales este ciclo escolar; cines, centros comerciales y deportivos, gimnasios, clubes sociales, restaurantes, tiendas y en general todo aquello que no sea esencial ha bajado sus cortinas hasta nuevo aviso, como una medida para reducir la movilidad, para quitarle a la gente motivos para estar afuera.
Los que salen de sus casas no tienen a donde ir, salvo que sea a su trabajo, porque casi todo lo demás está cerrado. Aun así hay quienes se mueven, organizan reuniones en sus casas, los que cierran calles para armar fiestas y conviven como si la cuarentena fueran vacaciones. El último caso llamativo fue la boda del sábado en una calle de la colonia Antonio Barona, esa misma colonia que alzó la voz cuando el alcalde dijo que ahí se concentraba el mayor número de casos covid, es decir, donde la gente menos hace caso.
Hoy la sociedad se ha partido en dos: los que entienden la gravedad del momento y hacen caso a las recomendaciones y los otros, a los que olímpicamente les vale madre todo.
Triste, pero real: muchos incrédulos van a terminar enfermo, algunos hospitalizados y otros perderán la vida. Quizá en ese momento entiendan que lo que está pasando es algo serio, algo que nos afecta a todos.
nota
Esta semana, dice el presidente López Obrador, se darán a conocer las medidas de reincorporación a la normalidad después de superar el pico de contagios por covid-19. El levantamiento de las restricciones será gradual, por regiones y por sectores.
"El lunes me van a presentar ya una propuesta inicial y nosotros queremos ya darla a conocer a ustedes y a los mexicanos el miércoles o el jueves"
Mientras tanto del otro lado del mundo, en Wuhan, donde inició todo, este fin de semana volvió a aparecer un nuevo caso de coronavirus.
Espero que el presidente López Obrador tome decisiones correctas y ahora sí, haga caso a los científicos y especialistas que tiene a su lado.
Todos queremos regresar a la normalidad, pero lo queremos hacer con la certeza de que estaremos seguros.
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La renovación del Poder Judicial es un asunto de estado que, se supone, debía ser observado y cuidado desde la oficina política del gobierno de Cuauhtémoc Blanco Bravo.
La administración estatal tiene en contra a muchas instituciones y personas, además de los enormes problemas sociales que le dejó sembrados el gobierno anterior. Las Fiscalías, la Comisión de Derechos Humanos, la Comisión de Atención a Víctimas, una parte del Congreso de Morelos y el Tribunal Superior de Justicia, solo por mencionar algunos, son organismos que le juegan las contras a Cuauhtémoc Blanco.
La renovación del TSJ era la oportunidad para que el mandatario equilibrara las cosas, para que recuperara ese espacio con un personaje distinto, alguien imparcial, alguien que no estuviera a las órdenes de Graco Ramírez a través de Carmen Cuevas.
El Tribunal Superior de Justicia es un punto clave para la gobernabilidad, es uno de los tres poderes del estado, por ahí pasan los juicios políticos y se procesan a cientos o miles de delincuentes. El Poder Judicial debe ser un ente confiable e imparcial, dedicado a la impartición de justicia y no, como lo es actualmente, una institución que lucra con la ley, protege delincuentes y juega en el terreno político.
El gobernador necesita un Poder Judicial que le ayude a sacar adelante temas importantes para la entidad y para su gobierno, que actúe apegado a derecho, que participe en la agenda del estado, que entienda la grave situación que vive nuestra gente y se comprometa a cerrar filas frente a la delincuencia, incluyendo la delincuencia política.
Por eso era importante la renovación del TSJ, porque además de todo representa estabilidad social y operatividad jurídica, porque alguien ajeno al graquismo abriría paso a una nueva etapa y permitiría al Ejecutivo enfocarse más en resolver problemas sociales que en cuidarse de ataques políticos y legales.
Pero los operadores políticos del gobernador no vieron eso, se durmieron en sus laureles y se despertaron con la noticia de que, otra vez, les habían madrugado.
Es el costo de no ser de aquí, ni dejarse ayudar. Es el problema de confundir la cuarentena sanitaria con una cuarentena política.
redes sociales
Otra vez fue en Edomex: un audio falso desató la ira de la gente y provocó violencia.
No hay que creer todo lo que nos llega a través de las redes sociales o el WhatsApp.
Comentarios para una columna optimista:
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