China y Estados Unidos: pandemia y hegemonía
Año de la irrupción de la llamada gripe española, 1918 marcó el ascenso de Estados Unidos como la nueva potencia global.
La hegemonía estadunidense se consolidó con la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, de las que Washington emergió como claro vencedor.
Poco más de un siglo después, la permanencia de esa supremacía está siendo cuestionada por la respuesta que ha dado a la actual pandemia.
El mundo está observando el desempeño de dos naciones frente al COVID-19: China y Estados Unidos.
Y China, país en el que surgió la nueva enfermedad, lleva una incuestionable ventaja.
Los chinos no sólo contuvieron la expansión del coronavirus en su territorio –claro, puede ser una impresión, producto de la manipulación de cifras, pero, en política, lo que parece es–, sino que ahora están exportando los insumos médicos cuya fabricación les fue cedida por otros países.
No hablo únicamente de lo más mencionado en las noticias, respiradores y mascarillas, sino también de los ingredientes activos farmacéuticos. La República Popular China produce 40% de ellos a nivel mundial. Por ejemplo, un porcentaje muy importante del paracetamol que se toma para combatir los síntomas del COVID-19 es fabricado allí.
China ha proyectado eficiencia en el manejo de la enfermedad. Su proceso de desconfinamiento es el más adelantado del mundo. En cambio, Estados Unidos, actual epicentro de la pandemia –con sus más de 82 mil muertos, frente a los 4 mil 600 del país asiático– ha ido de tropiezo en tropiezo.
Pese a que hay una evidente competencia entre los dos países, los estadunidenses son los que se muestran más desesperados. Sin dar pruebas, el gobierno de Donald Trump ha acusado a China de fabricar el coronavirus en un laboratorio de biotecnología. La mala sangre entre los dos ya se había generado con motivo de las sanciones comerciales que Washington impuso a China en 2018.
A diferencia de la rápida acción de las autoridades chinas, el presidente Trump desestimó el problema presentado por el COVID-19. De la incredulidad pasó a la burla. Se filtró que en privado llamaba “kung flu” a la enfermedad. Pero la sorna del inquilino de la Casa Blanca devino en enojo. El lunes, durante una rueda de prensa, sugirió a una reportera de origen chino que dirigiera su pregunta a las autoridades de ese país. Ante el reclamo de ella, Trump dio por terminada la conferencia.
En lo interno, los chinos construyeron una mejor respuesta al coronavirus sobre la base de un sistema político autoritario, que les permitió cerrar ciudades y regiones y aplicar una vigilancia electrónica masiva. Eso ha hecho parecer a los ojos de muchos que el modelo de gobierno chino es más eficaz que la democracia occidental. El artista y disidente Ai Weiwei ha dicho que el autoritarismo chino se está reforzando con pretexto de la lucha contra la enfermedad (The Independent, 22/IV/2020).
En lo internacional, Pekín ha jugado mucho mejor sus cartas que Washington. A diferencia de lo que sucedió con el gran tsunami que devastó las costas del océano Índico en 2004, ha sido China –y no Estados Unidos– el país que más rápido salió a ofrecer ayuda a otras naciones, incluido México.
La deficiente respuesta de Estados Unidos al coronavirus lo ha mostrado como un país que tiene muy poco que ofrecer al mundo. Eso puede significar que Europa se sienta menos inclinada por seguir directrices estadunidenses en temas como la tecnología 5G, motivo de gran controversia en los meses que precedieron al brote epidémico.
Nuestro vecino del norte aún tiene la oportunidad de recuperar el terreno perdido en el escenario global, pero dependerá de su manejo del levantamiento de la cuarentena.
Si lo hace tan mal como en la etapa de contención del coronavirus y Trump pierde la reelección ante Joe Biden, un hombre que inspira poco liderazgo y respeto en el mundo, seguramente la hegemonía estadunidense de un siglo empezará a vivir el principio de su fin y a sobrevivir de viejas glorias, como ya le sucedió al Imperio Británico.