Para documentar el pesimismo
Con 30 mil 472 contagios detectados hasta el viernes en laboratorios y hospitales privados, los afectados por covid-19 son ya casi 90 mil, de los cuales morirán más de 9 mil (y contando), porque la letalidad en México es 11.7 por ciento (frente a menos de 7 que promedia el mundo).
Por eso es incomprensible que el Presidente insista, como antenoche, en dar por “aplanada” la curva de la pandemia que su vocero vaticinó para hace tres semanas, y que en las vísperas fuera reiterativo en interpretar como “apoyo del pueblo” a su estrategia cuando amplios sectores de la sociedad toman precauciones por natural instinto de sobrevivencia.
“En medio de lo adverso se ha estado actuando bien. Ha sido muy eficaz el tratamiento que se le ha dado a esta pandemia; los medios, las formas, las medidas que se han tomado para domar esta pandemia; las recomendaciones que han hecho los médicos, los especialistas, los científicos, han resultado buenas en términos generales”, expresó, convencido de que “ya vamos a empezar a descender”.
Ve una “campaña de gente insensata. No es como lo dice esta prensa alarmista, amarillista; México ha sabido enfrentar la pandemia y estamos mejor que otros países…”.
Lo cierto es que, no desde el gobierno ni sus “estrategas” de las cuentas raras y vaticinios errados, sino desde el servicio público es el ameritado personal médico, asistencial, administrativo y de intendencia quien ha hecho lo que debe hacer: médicas, médicos, enfermeras, enfermeros, camilleros, trabajadoras sociales y personal de limpieza, con frecuencia mal pagado, peor equipado y sin respeto a sus derechos laborales, cumplen con encomiable responsabilidad.
(Por cierto: son incontables los reproches al “desastre” que la 4T heredó de anteriores administraciones con más de 300 hospitales inconclusos que hoy siguen sin completarse y equiparse, pero existen más de 40 mil de distintos niveles, muchos levantados en el neoliberalismo, donde se atiende todo tipo de males).
Las directrices oficiales no han pasado de ser meros puntos de referencia para que cada quien haga lo que mejor se le ocurra.
Ejemplo cotidiano del desorden es que el gobierno de Ciudad de México impuso límites de concurrencias, distancias y uso ineludible de cubrebocas que se incumplen en Palacio Nacional. Puede alegarse que la doctora Sheinbaum no tiene jurisdicción en ese recinto, pero la decencia elemental, la camaradería partidista y sobre todo la salud pública, debieran tomarse en cuenta.
Los integrantes del círculo presidencial y los invitados ocasionales están obligados a cumplir ciertas directrices, pero la secretaria federal del Trabajo, Luisa María Alcalde, sin protección sanitaria alguna, va de compras y desoye al policía de supermercado que le recuerda que no debe exponer la salud de los demás.
Ilustrativo, el problema es mayúsculo por ser ella quien, sin empacho, exhibe y amenaza con clausuras a empresas y establecimientos rebeldes ante una “estrategia” nada clara ni aplanadora…