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“No existen, nadie sabe que están aquí”

Detenidos durante las protestas de Guadalajara (México) denuncian secuestros y torturas por agentes vestidos de civil, hechos reconocidos por las autoridades, que aún no han aclarado por qué ni quién dio la orden de llevarse a los jóvenes

Carlos —nombre ficticio para proteger su identidad— perdió la fuerza en los brazos cuando sintió, por el traqueteo del coche, que estaban entrando en un camino de terracería. En México, esa ubicación remota acompañada de tipos armados le remite a uno directamente a lo peor: ejecuciones masivas, crimen organizado, desaparecidos. Con las manos en la espalda, la cabeza agachada y los ojos cerrados, un vehículo blindado transportaba el viernes a decenas de estudiantes y jóvenes asustados como él, capturados unas horas antes en los alrededores del punto de encuentro de una manifestación a las puertas de la Fiscalía de Jalisco en Guadalajara.

La polícia estatal ha tomado el control de Ixtlahuacan después de darse a conocer un video que se hizo viral en redes sociales la detención de Giovanni López fue grabada por sus familiares, se observa a un grupo de policías de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco, México que forcejean para subirlo a una patrulla. Al día siguiente la familia acudió a buscar a Giovanni a los separos de la policía de Ixtlahuacán de los Membrillos, donde les informaron que fue trasladado al Hospital Civil de Guadalajara y que había muerto. Familiares indicaron que el acta de defunción señalaba que falleció por un golpe en la cabeza y, cuando acudieron al Servicio Médico Forense. Giovanni habría sido detenido por policías municipales por una "falta administrativa" y no porque no portaba cubrebocas. 5 de junio del 2020, Ixtlahuacan, Jalisco, México.

Una de las metrópolis más importantes de México —con más de cuatro millones de habitantes— es el reflejo estos días de la indignación que genera la forma de actuar de las policías en México. También de la falta de claridad de las autoridades que no han explicado todavía a quién respondían los agentes vestidos de civil que se llevaron —“levantaron” es el término que se utiliza en México— a decenas de jóvenes que se dirigían a una concentración el pasado viernes contra la violencia policial y estuvieron retenidos durante horas en las instalaciones de la Fiscalía de Jalisco.

El Gobierno estatal ha reconocido los hechos y ha pedido disculpas, aunque ninguna autoridad ha aclarado todavía quién dio la orden ni por qué. En una primera versión de este reportaje, se decía que la fiscalía no había respondido a este diario. Poco después de publicarse el artículo, fuentes de la institución han explicado que se desconocen los motivos por los cuales fueron detenidos decenas de jóvenes; también, que el último responsable de estos hechos “debe decidirlo un juez”. Según informan, se trató de 15 agentes que no siguieron las órdenes del Gobierno y cometieron estos actos ilegales. Por el momento, hay una investigación abierta por la que están siendo acusados solo dos policías de abuso de autoridad y robo. El gobernador, Enrique Alfaro ha afirmado este martes en un vídeo que los agentes respondían a “órdenes ajenas a las de la autoridad estatal”, después de que en otra declaración asegurase que se investigaba “si surgió [la decisión de llevárselos] de algún lado que tenga que ver con grupos de la delincuencia”. Es decir, que es posible que las autoridades del Estado no tengan control de los policías. Al menos, de una parte del cuerpo.

La concentración del viernes venía precedida de una manifestación el día anterior, que terminó con fuertes disturbios: patrullas incendiadas, un policía herido al que prendieron también fuego, gas lacrimógeno y varios detenidos. Ambas —y una tercera, el sábado— se convocaron para protestar por la muerte de Giovanni López, de 30 años, detenido y asesinado a golpes en el calabozo de un pueblo de Jalisco. Según los testimonios recabados, muchos jóvenes no llegaron siquiera a la marcha del viernes. Las calles que rodean el edificio gubernamental se convirtieron en un coto de caza de estudiantes y sospechosos de apoyar la causa. “No fue una manifestación. Fue una trampa”, denuncia uno de los detenidos ilegalmente a este diario. Decenas de vídeos de vecinos corroboran la captura de jóvenes al bajar de un autobús o simplemente mientras caminaban por una calle a dos cuadras de la Fiscalía.

Muchos jóvenes que no acudieron a la protesta del jueves decidieron sumarse a la del día después. Karen y Sara —nombres ficticios para proteger su seguridad—, de 18 y 21 años, estudiantes de Economía Ambiental y Humanidades, recuerdan en un parque de Guadalajara cómo el viernes al cruzar la esquina tras bajarse del tren en la estación Unidad Deportiva dos camionetas cortaron la calle. Estaban a tres cuadras del punto de inicio de la concentración, eran las seis de la tarde. Dos grupos de hombres armados, vestidos de civil, con bates y tubos fueron directamente a por ellas.

—¿A dónde van? Ya se las cargó... No van a ir a ninguna manifestación.

Y en menos tiempo del que fueron conscientes, ya estaban contra una pared en medio de la calle, con la cabeza agachada — “¡No me mire”. Pum, golpe en la nuca—. “Nos pidieron que desbloqueáramos nuestros celulares para que pudieran revisar nuestras conversaciones. También esculcaron las mochilas y todo lo que traíamos”, recuerda una de ellas. Las separaron y las subieron a las bateas junto con otros ocho jóvenes, todos de la misma facultad, que venían caminando detrás.

El lugar al que trasladaban aquella tarde a los jóvenes que iban cazando por las calles lo describen como “perreras”, unas jaulas de malla con un techo de lámina que hacía insoportable el calor. Ahí permanecieron unas horas, entre gritos y amenazas de los agentes con la cara tapada. Algunos estuvieron hasta cinco horas, mirando a la pared, sin saber por qué estaban ahí, si sus familias —en la tierra de los desaparecidos— sabrían dónde estaban ni cuándo se acabaría esa pesadilla.

—No existen. Nadie sabe que están aquí.

Mientras detenían a Sara y a Karen, en una calle cercana, Carlos, de 30 años, y otros dos amigos estaban bajándose de un autobús. Habían recibido un mensaje con una advertencia de una amiga que había llegado antes: “No vengan, no es seguro”. Cuando levantó la cabeza del celular, cinco camionetas habían cerrado la calle. Unos hombres sin uniforme, pero con la cara tapada con un cubrebocas con las siglas de la fiscalía, bajaron a golpes a un chico joven del autobús. A Carlos no le dio tiempo ni a contestar. Lo agarraron junto a su amigo y lo subieron a la camioneta. El pecho contra el piso de la cajuela.

¿Cómo podían estar seguros de que todos ellos iban a la manifestación? No lo estaban, las mismas autoridades estatales lo reconocieron un día después. En un vídeo el sábado Alfaro señaló: “Mi instrucción fue no usar la violencia. Esa orden fue desacatada por este grupo que atacó a los jóvenes. ¿Quién dio la instrucción? No fue el fiscal del Estado. Tenemos que investigar si surgió de algún lado que tenga que ver con grupos de la delincuencia”, señaló en un vídeo en sus cuentas de redes sociales. Hubo jóvenes a los que detuvieron que solo pasaban por ahí. El objetivo, según los testimonios de los detenidos, eran chicos con apariencia de “revoltosos”. Hasta este martes había seis detenidos —de la marcha del sábado— a los que el Gobierno ha pedido que se les retiren los cargos, como un gesto para calmar los ánimos, y han liberado en la tarde. El gobernador ha pedido también comprensión a los agentes que habían sido agredidos e insistió en que “no se tolerarán más actos de vandalismo”. Sin embargo, cinco días después, sigue sin aclarar por qué ni quién dio las órdenes de llevarse a los jóvenes.

“No parecía una detención. Parecía un secuestro”, cuenta Luis Maldonado. Él fue capturado de una forma similar, a unas calles de donde se habían producido otros levantamientos. Iba en bici a cubrir la manifestación como periodista de un medio independiente, Dialogando en Espiral, cuando intentó tomar una foto de un grupo de hombres armados en una esquina, lejos todavía de la Fiscalía. Le quitaron el móvil y lo golpearon hasta someterlo en el suelo.

—Dense grasa.

Uno de los que parecía el jefe daba vía libre para golpear a Maldonado. En el cuello y en el hombro todavía conserva las marcas del estrangulamiento al que lo sometieron antes de cargarlo en la batea de una camioneta común, sin ninguna sigla. “Estamos en México y sabemos lo que puede suceder cuando te suben unos hombres armados a una camioneta”, agrega.

La policía que vigilaba a Sara no sabía que ella tiene claustrofobia. No aguantaba más con la cabeza hacia abajo. Pum. “Se te está diciendo”. Solo veía pies, muchos; ella calculó que en el lugar donde estaban detenidos había al menos cincuenta. Otros han hecho unos cálculos similares. Tampoco hay cifras oficiales sobre a cuántos jóvenes detuvieron, porque no fueron registrados oficialmente como detenidos, porque todo lo que sucedió fue ilegal y no se tomaron más datos que del nombre y apellido de los que les fue requisado el celular.

El miedo, cuentan los cuatro, iba y venía. Cuando estaban todos detenidos en aquellas perreras de la fiscalía pensaban que solo serían unas horas, un escarmiento, los agentes parecían divertirse al verlos a todos ahí concentrados. “Era como una fiesta de detenidos para ellos”, cuenta Karen. Algunos se burlaban y decían que esto les pasaba por haber quemado a un compañero —en la manifestación del día anterior— y otros insistían en que aquello no estaba siendo una detención. La esquizofrenia era total.

El terror regresó cuando los volvieron a subir, por grupos, a camionetas blindadas. Manos a la espalda, cabeza agachada. “No pregunten”, Pum, golpe con un palo en la espalda. “Ahora se los entregamos al cartel”, escucharon ellas. Carlos no escuchó eso. “Menos mal. Sentí que estábamos en una calle de terracería. Yo ya me lo estaba imaginando y tenía hasta ganas de vomitar. Tenía mucho miedo. Pero si lo llego a oír, me vomito ahí mismo”, cuenta.

Lo único que recuerda cuando abrió los ojos era la puerta abierta de la camioneta hacia un camino sin asfaltar. Bajaron a cinco.

—Ahora corran y no volteen.

“Pensábamos que nos iban a disparar. Corrimos. Mientras iba corriendo me di cuenta de que detrás venía mi amigo. Respiré. Cuando vimos alejarse la camioneta poco a poco entendimos que estábamos a salvo”, cuenta Carlos. La entrevista se realizó en la oficina donde trabaja en Guadalajara, tiene miedo de salir a la calle.

—Las vamos a llevar al basurero. Que les den un susto. Pa que aprendan.

A Sara la bajaron junto a otra chica que no conocía. No sabían dónde estaban. Después, supieron que estaban en el municipio de Tlaquepaque (a las afueras de la capital). Su celular se lo habían quedado en la Fiscalía, así que pidieron un móvil en una tienda cercana y llamaron a sus casas. “Estamos bien”. Media hora más tarde, Karen hizo lo mismo desde una cabina telefónica. A Luis lo tuvieron retenido hasta las 10.30 de la noche y lo dejaron libre desde la Fiscalía.

Cuando consiguió estar tranquilo en su casa, Carlos tuiteó: “Lo que ocurrió hoy 5 de junio de 2020 en Guadalajara solo representa un acto de odio por parte de la policía hacia toda la juventud”. El Gobierno insiste en que ninguna autoridad ordenó lo que sucedió esa tarde. Pero todavía no hay una investigación que resuelva por qué se detuvo de forma violenta e ilegal a decenas de jóvenes en una de las ciudades más importantes del país. Esta semana, volverán a marchar.

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