El 21 no será igual que el 18
Sin ola obradorista ni reforma electoral, el panorama del próximo año será muy diferente.
En las elecciones del 2018 la ola obradorista arrastró candidatos que nunca hubieran ganado una contienda electoral pos sus propios méritos; el voto en cascada promovido por Andrés Manuel López Obrador favoreció su proyecto de gobierno y en el camino jaló a muchos personajes sin capital político, sin trabajo social, ni virtudes profesionales. La idea del líder morenista era impulsar la cuarta transformación a partir del control mayoritario de las cámaras y la gente concedió al tabasqueño lo que pidió, pero los resultados aún no son los esperados. Las elecciones del 2021 serán diferentes.
Las oleadas electorales son más comunes de lo que mucha gente supone, aunque cada vez que ocurren hay quienes piensan que se trata de un hecho histórico. Al iniciar el nuevo siglo, en las elecciones del año 2 mil, Vicente Fox Quesada provocó una oleada que benefició al PAN y a todos los candidatos que compitieron bajo sus siglas; doce años más tarde volvió a pasar lo mismo con el PRI.
El impulso del candidato guanajuatense fue tan grande que no solo sacó al PRI de Los Pinos, también hizo ganar a una enorme cantidad de candidatos azules y obtuvo la mayoría en las cámaras locales y federales. Doce años más tarde apareció otra ola política estimulada por la personalidad de Enrique Peña Nieto; el priísta también movió masas y con su carisma abrió la puerta al PRI para regresar al poder presidencial y para controlar, como en los viejos tiempos, el Congreso de la Unión y el Senado de la República.
Insisto: aunque para algunos la oleada electoral de Andrés Manuel López Obrador fue sorprendente, no fue la primera que sucedió en lo que va del siglo y seguramente no será la última que se observe en las elecciones nacionales. Un dato vale la pena resaltar de las oleadas electorales: ocurren solo en contiendas presidenciales y pierden fuerza tres años después, en la elección intermedia.
No se requiere ser un erudito para anticipar que en el 2021 no habrá el ingrediente que hubo en el proceso anterior, es decir, que en la contienda del próximo año el electorado no estará influenciado favorablemente por el candidato presidencial; en todo caso el ánimo generalizado podría estar en contra de quien en el 2018 se consideraba el nuevo héroe político de la nación.
Hay que ver la tendencia que sigue la popularidad del presidente López Obrador y la que en general tiene Morena y sus representantes en todo el país, para advertir que lo que en el pasado era una ventaja, el próximo año puede ser un lastre. Obvio: gobernar es mucho más difícil que ser oposición y cumplir los compromisos de campaña resulta infinitamente más complejo que prometer desde un micrófono.
Este hecho es comprendido por todos los políticos y a partir de ahí diseñan sus estrategias; la oleada obradorista del 2018 ya no aparecerá en el 2021, por ello la propuesta electoral de Morena tiene que ser diametralmente opuesta a la anterior. El Movimiento de Regeneración Nacional necesita mejores candidatos, más preparados, más consistentes y sobre todo, verdaderamente representativos.
En el proceso electoral del 2018 el Movimiento de Regeneración Nacional no se preocupó por el perfil de los candidatos, ni por el desempeño que tendrían al frente de las instituciones y los espacios de representación popular; postularon a gente de todo tipo sin importar su profesionalismo, su educación, su historia de vida o sus convicciones, lo cual a la postre les ha generado muchos dolores de cabeza y los tiene con un desgaste mayor al que cualquier otro partido ha tenido en tan poco tiempo.
Para Morena en el 2018 la prioridad era que ganara Andrés Manuel López Obrador y por ello el plan fue sumar a todos los personajes posibles, sin importar su pasado: cualquiera que con su salida lastimara al rival era bienvenido, aunque se tratara de pillos; fue así como Morena se convirtió en el recolector de lo peor de todas las demás fuerzas políticas, en un refugio de chapulines que no sumaron nada a la campaña, ni aportaban nada al proyecto, simplemente se colgaban de la fuerza del candidato presidencial. Así llegaron los Bartlett, los Durazo, los Napitos, los Moctezuma, las Elba Esther, las Anas Guevara y otros tantos que han lastimado mucho la imagen de la 4T.
La fuerza de López Obrador en el 2018 era casi tan grande como el enfado de México con el presidente Peña Nieto y su partido; la mezcla de estos dos aspectos fue un potente catalizador electoral que impulsó a todos los candidatos de Morena y colocó en posiciones muy importantes a figuras que nunca (¡pero nunca!) hubieran podido ganar una elección por si solos.
El pragmatismo de Morena los llevó al poder, pero también les ha pasado una factura muy alta; hoy el Movimiento de Regeneración Nacional paga los costos de sus acciones: lucha contra fuerzas internas, lidia con el desgaste de tener entre sus filas a figuras que utilizaron la popularidad de López Obrador para llegar al poder, pero no comulgan con el proyecto del presidente.
Con todo eso a cuestas viene una nueva elección clave en circunstancias totalmente distintas: hoy la gente ya no ve a Morena como el salvador de México, un gran porcentaje de ese amplio sector social que apostó por un cambio de régimen a través de Andrés Manuel López Obrador ya no está de acuerdo en la forma como se conduce el país ni en la manera como se está ejerciendo el poder.
Lo explico de esta manera: la base electoral del obradorismo es grande, pero nunca fue lo suficientemente numerosa para hacer ganar por si sola a su candidato; la diferencia en el 2018 la hicieron millones de ciudadanos cansados con el PRIAN que vieron en Morena la posibilidad de un cambio. Estos millones de personas no eran ni son de Morena, votaron coyunturalmente por ese partido para expulsar al PRI, pero de ninguna forma representan una base electoral para ese partido.
En el 2021 la elección será muy diferente: los candidatos que manden los partidos deberán hacer una verdadera campaña porque no podrán colgarse de la figura de nadie; ítem más, en el caso de quienes vayan avalados por Morena, su trabajo será justificar los errores cometidos como gobierno y deberán afrontar un escenario post pandemia en donde mucha gente estará enfadada y sin dinero.
Lo anterior no quiere decir de ninguna manera que los otros partidos son mejores, nada de eso; a lo que me refiero es a que Morena por si mismo ya no es garantía de triunfo electoral, ni puede darse el lujo de postular perfiles como los del 2018: sin capital, sin liderazgo, que solo se montaron en la ola.
En Morelos como en otros estados en donde gobierna el Movimiento de Regeneración Nacional (aunque Cuauhtémoc Blanco milita en el Partido Encuentro Social, la mayoría lo considera un gobernador de Morena), la pelea por los votos será aún más compleja, por lo que implica el desgaste de las autoridades y porque en la tierra de Zapata el mandatario tratará impulsar a su partido.
Lo que pudo ser una suma de fuerzas en el 2021, con candidatos avalados por Morena y respaldados por el gobernador del estado, se transformó en un escenario en donde cada uno irá por su lado porque “alguien” descuidó la reforma electoral y no fue capaz de planchar el acuerdo con los presidentes municipales.
Las elecciones del próximo año son claves para el presidente y para el gobernador, ambos tratarán de conservar el control de sus cámaras para mantener la gobernabilidad en la segunda mitad del sexenio y para evitarse sorpresas en el 2024 (o en el 2022).
En Morelos el Movimiento de Regeneración Nacional tiene el mismo problema que los otros partidos: carece de liderazgos que le garanticen votos y necesita buscar entre la sociedad a figuras que les ayuden a acercarse a los ciudadanos.
Con la clase política que hay actualmente en Morelos, lo que veremos en el 2021 será un duelo sotanero, una contienda entre partidos sin credibilidad y entre malos candidatos.
Para ganar se necesitan votos; esa es la clave de la siguiente elección, porque no habrá ningún candidato presidencial del cual colgarse.
¿Qué candidatos tienen los partidos que posean votos propios?
posdata
Luchar contra la pandemia no ha sido fácil para nadie, incluyendo a los gobiernos. El ciudadano ha tenido que tomar precauciones para cuidar su salud, en muchos casos ha tenido que suspender su trabajo y mantenerse en casa hasta que la crisis pase.
Las autoridades locales tienen que equipar los hospitales y centros de salud, toman medidas económicas emergentes y ayudan a los sectores más desprotegidos. Unos y otros hemos tenido que actuar por nuestra cuenta, porque la ayuda externa es muy poca o de plano no existe.
En términos económicos la pandemia ha costado millones de pesos al estado, pero hasta el momento dice el secretario Alejandro Villarreal, no han llegado recursos extraordinarios para atender el problema. Al iniciar la jornada nacional de sana distancia el gobierno de Morelos, como lo hicieron otros estados, pidió al gobierno federal ayuda para atender la pandemia. Hasta ayer, dijo el titular de la Hacienda estatal, ni un peso ha llegado.
“El gobierno federal no nos dio ni un centavo, hasta el momento hemos podido hacerle frente a la pandemia, pero si esto llega a complicarse no habrá dinero que alcance, porque no hay recurso federal adicional”
No es sorpresa, pero ahora es oficial: ante el coronavirus, cada uno se debe rascar con sus propias uñas.
Lo bueno es que ya se domó la pandemia.
nota
El dato es duro y demoledor: Cuernavaca está ubicada en el lugar 19 entre las ciudades más violentas del mundo.
Desde hace cinco años que la capital de Morelos no aparecía en ese ranking; ahora regresa y se coloca por encima de urbes brasileñas, venezolanas, colombianas, estadounidenses y sudafricanas con amplia tradición de crimen. El estudio se basa en la tasa de homicidios en ciudades donde el fenómeno es un problema mayor.
En la lista de las 50 urbes más violentas del mundo las cinco primeras son mexicanas: Tijuana, Juárez, Uruapan, Irapuato y Ciudad Obregón; antes que la capital morelense aparecen Acapulco y Ensenada, en los lugares 7 y 17; debajo de Cuernavaca está Celaya en el sitio 20 y Culiacán en el 21.
Los números no mienten y los hechos están a la vista. Se puede decir lo que sea, pero la ciudad de la eterna primavera se ha vuelto peligrosa. De eso no hay duda.
post it
Jorge Argüelles intentó ser postulado por el PRI en el 2018, pero nadie le hizo caso. Renunció a ese partido y buscó cobijo en otros, pero nadie veía ninguna virtud política en él, salvo su dinero.
Entonces apareció Manlio Fabio Beltrónes y lo incluyó en una lista nacional de posiciones que acordó con Morena; Argüelles Vitorero iba a competir en el segundo distrito federal con cabecera en Jiutepec, pero tampoco ahí lo quisieron y lo aventaron hasta el cuarto. La ola obradorista llevó al diputado Belindo a San Lázaro.
Para el 2021 el plan de Argüelles era repetir la fórmula: ser candidato de la coalición al gobierno de Cuernavaca, tendría el aval de Morena, el apoyo del gobernador y mucho dinero para comprar conciencias. De la alcaldía saltaría a la gubernatura en el 2024 ¿Qué podría salir mal?
Cierto: Hugo Erick Flores no supo cabildear la reforma electoral.
El futuro del Belindo se ha complicado: no tiene capital político, ni liderazgo social, ni carisma personal; por si fuera poco, tampoco tendrá el aval de Morena.
¿Se animará a competir así?
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