El Presidente perdió el consenso
El país está dividido y es un logro indiscutible de Andrés Manuel López Obrador. Para quien ha seguido su carrera política, esto es redundante. Su estrategia siempre ha sido polarizar. Cuando perdió la gubernatura de Tabasco, denunció fraude y la sociedad tabasqueña, que no le faltaba mucho para partirse, se fracturó irreversiblemente. En la Ciudad de México, con la inopinada colaboración del presidente Vicente Fox, recrudeció la lucha de clases, que profundizó en las elecciones de 2006, y ha llevado hoy a la frontera de la conflictividad social.
López Obrador ganó la elección presidencial con una estrategia que potenció su discurso, desechando las fallidas tácticas de 2006 y 2012, y entregando el diseño de su nueva lucha a un grupo de expertos que diseñaron los temas de la campaña y cómo atacar al electorado a partir de un análisis con inteligencia artificial, que maximizó los agravios con el poder. En esa estrategia no participaron quienes siempre lo habían acompañado, pero al comenzar su gobierno los hizo a un lado y, gradualmente, víctima de su propia naturaleza, se entregó al ala radical de su movimiento y retomó la polarización primitiva, por religiosa y maniquea, que ha empezado a costarle.
Alejandro Moreno, jefe de Encuestas de El Financiero, publicó este lunes una medición elaborada después del discurso de López Obrador a principios de junio, donde habló del tiempo de definiciones, y que si no se estaba a favor de la transformación que impulsaba, estaba en contra. Al plantear esa disyuntiva en las preguntas, anotó Moreno, el 37% dijo estar a favor de su proyecto de nación, y el 37% dijo estar en contra, con un 25% que declaró no estar a favor de ninguna posición extrema. La fotografía del momento mexicano está clara.
Si alguien quiere ver cómo México está partido, la encuesta de El Financiero provee una buena ventana. Si quiere comprobar cómo va perdiendo López Obrador el consenso para gobernar, el estudio aportará respuestas que permiten calibrar el termómetro político en estos momentos. O si alguien piensa que las cosas mejorarán para el Presidente, el número creciente de muertos y contagios por el Covid-19 y la profunda crisis económica que está comenzando, le mostrará lo equivocado que pueda estar. Pero también, si cree que López Obrador no podrá salir del socavón en el que se encuentra, se recomienda la prudencia, porque él sabe muy bien cómo utilizar los recursos políticos de la Presidencia.
Apenas hace 23 días, El Financiero publicó que la aprobación presidencial de López Obrador había bajado ocho puntos en mayo, de 68% en abril a 60%. La encuesta este lunes permite suponer que ese dato se ha ensanchado, porque el Presidente refleja un mayor desgaste, particularmente en el segmento de los jóvenes. Quienes más se pronunciaron contra su proyecto transformador (46% del 37% de rechazo) tienen entre 18 y 29 años, un número no determinado de quienes se espera que voten por primera vez el próximo año en las elecciones intermedias. El segmento entre 30 y 49 años está equilibrado, y el que se inclina a favor de López Obrador en 41% del 37% de quienes respaldan la transformación, representan al grupo de mayores de 50 años, que podría explicarse en parte a los programas sociales, o que los agravios de anteriores gobiernos que recuerda sistemáticamente, les atañen en forma más directa.
Pero si demográficamente el país muestra líneas divisorias claras, la encuesta también enseña que las bases de apoyo de López Obrador están regresando, como observa Moreno, a la división regional de las elecciones presidenciales de 2006. Los números que arrojan las preferencias por Morena muestran debilidad en el norte y centro-occidente del país, que corresponde a la fortaleza que han tenido los gobernadores en esas zonas por su respuesta al Covid-19, donde la intención de voto por el partido en el poder está en 27%, con un rechazo de 37%. En el centro (la Ciudad de México incluida) y el sur, Morena tiene el respaldo del 39% del electorado, contra el 32%.
Es decir, la narrativa tramposa sobre el pasado, donde todo estuvo mal hasta que llegó al poder, está dejando de tener el impacto que gozó en un principio y que le dio su notable victoria en las elecciones presidenciales. Si en futuras encuestas se confirma el regreso del mapa electoral a como estaba hace 18 años, López Obrador habrá perdido el terreno ganado desde 2015, cuando comenzó a ganar electores de forma acelerada. La pérdida en sus niveles de aprobación y los crecientes negativos revelan que ha ido perdiendo consenso para gobernar, pese a mantener aún márgenes cómodos.
Los datos aportados por la encuesta dibujan, sobre todo, la división nacional. La declaración de López Obrador, de que quien no esté con él está contra él, fue preludio de la difusión en Palacio Nacional de un documento sobre un supuesto Bloque Opositor Amplio que reunía a empresas, instituciones, medios y periodistas en su contra, para que Morena perdiera las elecciones de 2021 y le revocaran el mandato. A la pregunta de si creían que el documento era verdadero o falso, la opinión se partió exactamente en 44%. Cuatro de cada 10 quieren u odian a López Obrador, sin matices y sin ambages.
La división del país no tiene punto de retorno. Al contrario. Con López Obrador, que habita en los extremos, se ahondará. El discurso radical consolida su núcleo duro, pero excluye y antagoniza con el resto, como muestra la encuesta. Esta división lo beneficiará siempre y cuando quienes expresan su oposición no encuentren quien los represente. Pero si surge alguien que aglutine a quienes crecientemente rechazan su modelo transformador, su proyecto enfrentará el riesgo, ante los costos que traerá el Covid-19 y la crisis económica, de que se descarrile.