Los siete enanos
Les asiste toda la razón a quienes cuestionan la carencia de oficio político en un político que será presidente del más votado partido político mexicano.
Nos referimos, como saben, a quien será nuevo presidente del PRI, el tecnócrata Enrique Ochoa Reza, que no ha competido por el más básico cargo de elección popular y no ha sido siquiera jefe de manzana.
Por eso, también tienen razón aquellos que dicen que en los partidos políticos mexicanos —en manos de verdaderos dueños de empresas familiares y/o corporativas—, cualquiera puede ser presidente de cualquiera de los más importantes.
Sí, Ochoa Reza puede presumir un brillante paso por el sector público y una sólida preparación tecnocrática. Sin embargo, de política, del PRI y de los intríngulis del viejo partido, conoce lo mismo que los farsantes del PVEM saben de ecología: nada. Es decir, que Ochoa Reza sabe poco de política y menos del PRI.
Sin embargo —y a pesar de que muchos en el PRI ahora ven invisibles dotes políticas y partidistas en el ex director de la CFE—, otros aseguran que la real estratagema de Los Pinos es esa: mandar el mensaje de que el viejo PRI se aleja de los viejos vicios y esquemas de la vieja guardia política.
Dicho de otro modo: que el PRI pretende mandar el mensaje de que 2018 será una fuerza política identificada con los jóvenes, con las ideas y prácticas de los millennials y que luego del descalabro electoral de su más acabado producto político —el jefe Beltrones—, es tiempo de un cambio de 180 grados.
Nadie sabe cuál será el resultado y nadie sabe si el cambio radical será una estrategia ganadora. Lo que sí se sabe es que no se trata de una novedad y que el PRI no es el único partido que apuesta por jóvenes y, en el extremo, por verdaderos inventos engañabobos.
Y el mejor ejemplo reciente de una aventura juvenil es el PAN, partido que también impuso a Ricardo Anaya sin que el hoy jefe de los azules tuviera más dotes que el favor de su mentor, Gustavo Madero. Y si dudan, basta recordar que hace pocos años —muy pocos—, Ricardo Anaya era un servicial secretario particular del jefe del PAN; era el encargado de servir el café a los invitados. Hoy, sin embargo, muchos descocados lo perfilan como presidenciable.
En el PRD siguen idéntica ruta: dan tumbos desde una elección legitimada por el INE, de su dirigencia, a la imposición de un académico al que no pudieron controlar y, en el extremo, han llegado a postular a un "cartucho quemado" como Pablo Gómez; a una joven sin más méritos que su pertenencia grupal a los llamados Chuchos —Beatriz Mojica—, y a una dirigente sindical de cuestionable historial y dudosa militancia, como Alejandra Barrales.
Hasta aquí queda claro que tanto el PRI, como el PAN y el PRD nada entienden de la práctica democrática interna. En los hechos son corporaciones políticas que imponen "por dedo" a sus gerentes. Pero otros partidos, como Morena y el Partido Verde —por citar solo dos casos— se comportan peor; son verdaderas empresas familiares.
¿Cuándo, algún militante, simpatizante o crítico de Morena, ha visto un proceso democrático intramuros de ese partido? Nunca. En Morena, el dueño es AMLO, que impone y quita gerentes del partido. Durante años esa gerencia estuvo a cargo de Martí Batres. Hoy, AMLO es el partido y sus empleados los gerentes. ¿Y qué decir del Partido Verde? ¿Desde hace cuantos años el dueño y jefe del Partido Verde es El niño verde?
Si pocos creen hoy en los partidos, son menos los ciudadanos que creen en la simulación de sus dirigentes. Y es que si el sistema de partidos está lejos de la candorosa Blanca Nieves, lo cierto es que sí existen Los siete enanos.
Al tiempo.