Funesta gestión contra la peste
Si la tasa de letalidad de la pandemia en México es lo doble del promedio internacional; si ocupamos el cuarto lugar en muertes y ya mero alcanzamos al Reino Unido; si en vez de pruebas para detectar contagios, aislar pacientes y cuidar a sus contactos lo que se busca es que no se saturen los hospitales; si amplios sectores de la sociedad no toman precauciones y en populosos estratos creen que la plaga es puro cuento; si el semáforo de apertura económica es tan discrecional e inútil que, como en Ciudad de México, su área conurbada y hasta entre colonias cambia de color cruzando una calle; si incontables enfermos expiran sin auxilio médico; si el mariscal de campo justifica cuanto error comete y echa la culpa a gobiernos estatales y a gente que “no se cuida”; si desde mayo el Presidente repite: “Se aplanó la curva” y en pleno huracán alienta que viajemos a “la nueva normalidad”; si para colmo se resiste a ser ejemplo usando un triste, pero conveniente cubrebocas; si lo que priva, en fin, es el sálvese quien pueda, lo menos que puede afirmarse, argumentarse y documentarse es el fracaso rotundo, eventualmente criminal, de los responsables de velar por la salud pública.
(Alejandro Hope, El Universal de ayer: en Una historia personal, aporta una ilustrativa viñeta de la desventura nacional.)
Irresponsable de una pomposamente llamada “estrategia” en el combate a la peste, el subsecretario Hugo López-Gatell viene dando sobradas y jocosas muestras de incapacidad, limitándose a desempeñar funciones de archivista con un desaseado registro de cifras, estadísticas y proyecciones basado en un sentido silvestre de las matemáticas, las gráficas y la geometría.
Parafraseando al narrador (García Márquez) en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, al epidemiólogo le sopló el viento de la desgracia en la remota mañanera del 16 de marzo, cuando aventuró un galimatías indigno de cualquier hombre de ciencia: “La fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio, en términos de una persona o individuo que pudiera contagiar a otros; el Presidente tiene la misma probabilidad de contagiar que tiene usted o yo. El Presidente no es una fuerza de contagio, no tiene por qué ser la persona que contagie a las masas, o al revés…”. Autor intelectual del desastre sanitario, ha hecho suya la paranoia cuatroteiana imaginando conspiraciones para descalificarlo, pero cuenta con el apoyo resuelto de Andrés Manuel López Obrador, quien se ufana, como ayer, de tributarle su “respeto y admiración”.
Sin embargo, al Presidente, a varios de sus achichincles (¿en qué andará el decorativo secretario de Salud?) y a buena parte de sus gobernados, les viene “como anillo al dedo” lo que también ayer lamentó el director general de la Organización Mundial de Salud (Tedros Adhanom Ghebreyesus): “El virus sigue siendo nuestro enemigo público número uno, pero las acciones de muchos gobiernos y ciudadanos no lo reflejan…”