500 años después, la CDMX abre los ojos
El pasado se abrió en una habitación del Monte de Piedad. Los arqueólogos Raúl Barrera y José María García Guerrero habían acudido a supervisar trabajos de remodelación efectuados en la casa matriz de esta institución: uno de los edificios característicos, inevitables del viejo Centro.
El inmueble presentaba desniveles y hundimientos, por lo que era necesario cimentar, para nivelarlas, las columnas del patio principal. Se pensaba, también, reforzar los muros de una habitación contigua, de manera que los arqueólogos, con fines de registro arqueológico, abrieron doce pozos de sondeo de alrededor de dos metros de profundidad.
En el fondo de esos pozos los estaban esperando el final y el principio. El momento de contacto y destrucción. Todo un hito en la historia de México.
En el extremo noreste de la habitación apareció un muro macizo, elaborado con bloques de basalto y tezontle. Estos bloques, trabajados cuidadosamente, tenían forma de cubos. Había en ellos restos de estuco y de pigmento rojo.
Raúl Barrera, director del Programa de Arqueología Urbana, ha estado al frente de los hallazgos más relevantes en el Centro Histórico en los últimos 17 años. Excavó el Huey Tzompantli, el mitológico muro de las calaveras, con cientos y cientos de cráneos con orificios en los parietales. Excavó el Templo de Ehécatl, en Guatemala 16, y también el Calmecac, en el Centro Cultural España.
Ha explorado los aposentos del Telpochcalli, debajo de donde estuvo la cantina El Nivel, y parte del Cuauhxicalco, en el vestíbulo del Templo Mayor.
Supo de inmediato lo que había encontrado: aquellos muros macizos, como si hubieran formado parte de una fortaleza, solo podían proceder del momento más temprano del virreinato: los años posteriores a la Conquista: ¡los primeros días de la ciudad!
Se decidió ampliar la excavación: los arqueólogos levantaron totalmente el piso de aquel cuarto. Los muros se prolongaban más de tres metros bajo la tierra, más de tres metros bajo el piso del Monte de Piedad.
“A pesar de tantos años de excavar el centro, el corazón se me sigue acelerando”, dice Barrera.
En lo alto de uno de estos muros se hallaba, empotrada en piedra, la representación de una serpiente emplumada: cabeza, fauces, cuerpo, plumas. A un costado se encontraba otro relieve: un tocado compuesto por plumas —tal vez de garza.
Eran parte de la decoración de la primera casa que se levantó sobre las ruinas del Palacio de Axayácatl. Los relieves que formaron parte de aquel recinto, se sabe ahora, decoraron la parte alta de la casa de Hernán Cortés.
Porque eso era precisamente lo que Barrera había encontrado.
Cortés “no fue corto en tomar para sí cuanto quiso en lo mejor de la ciudad”, escribe el cronista José María Marroqui. Se apropió del inmenso palacio en el que Moctezuma los había hospedado, a él y a sus hombres, el día de su llegada a Tenochtitlan.
La casa del conquistador se extendía desde Monte de Piedad hasta Isabel la Católica y desde Madero hasta Tacuba. Solo para colocar las vigas de los techos fueron talados siete mil árboles. Poseía, según las crónicas, un “aire de fortaleza con cuatro torreones en los ángulos”. En el torreón que daba a la calle de Tacuba, Cortés hizo colocar el primer reloj público que hubo en la ciudad.
Para sostener aquella “ciudad dentro de la ciudad”, los pisos bajos (más de 70 accesorias) fueron rentados a los flotistas —quienes vendían los productos que traían las flotas—, y también a los cereros, los guarnicioneros, los silleros y los espaderos.
Parte del recinto se quemó en 1642 y fue repuesto “con mejor arquitectura”. En 1755, según un informe, las casas de Cortés, como era conocido el conjunto, se hallaban “deterioradísimas y pronosticaban inminente estrago”, así que se acordó hacer unas nuevas. Para entonces no quedaba nada de la construcción original.
En 1836 se instaló allí el Monte de Piedad.
Bajo el piso de la casa de Cortés, los arqueólogos hallaron 50 centímetros de escombros: material de destrucción, piedras que habían formado parte del Palacio de Axayácatl y que hacia 1524-25 sirvieron de cimiento a las casas de Cortés.
Los arqueólogos siguieron bajando. Bajaron más en el tiempo, hasta encontrar un piso mucho más antiguo, hecho totalmente de lajas.
Barrera lo supo de inmediato: tenía que formar parte de uno de los patios del Palacio de Axayácatl.
Antes de la Noche Triste, los soldados de Cortés soñaron con calaveras que bailaban en esos patios; soñaron con cabezas que rodaban en ellos. En esos patios se fundió el oro saqueado de una cámara secreta. Eran las lajas que habían pisado Cortés, Bernal, Alvarado. El suelo en que estuvieron presos Moctezuma, Cuitláhuac y los señores de Tlatelolco, Texcoco, Iztapalapa.
Qué rara es esta ciudad. Abre los ojos cada tanto tiempo, y nos mira. Todo surgió, mágicamente, cuando se cumplen 500 años de la Noche Triste. Medio milenio de todo aquello.
@hdemauleon