Política chatarra
Hace ya casi una década decidí dejar de consumir sodas (o refrescos, como les llaman, castizamente, acá en el Altiplano).
Lo hice consciente del daño que produce a la salud el consumo de una bebida hecha de colorante, sabor artificial y mucha azúcar o endulzante.
Cuando lo relato, nunca falta la persona que me diga “pero tan rica que es una coquita bien fría” o me pregunte “¿con qué te tomas las cubas?”, porque la sociedad mexicana ha desarrollado una adicción a esas bebidas, que comenzó hace más de 60 años, mucho antes del llamado “periodo neoliberal”.
No soy, pues, un defensor de la industria refresquera ni de los alimentos chatarra.
Dicho eso, me causa escozor la campaña que recientemente emprendió el subsecretario Hugo López-Gatell contra esos productos y, sobre todo, contra quienes los fabrican.
¿Dónde estaba él, ya no digamos en el invierno de 2010, cuando yo cambié ese hábito personal –heredado de mis días de niño, cuando iba a la tiendita de la esquina por mis papas y mi soda–, sino el año pasado, cuando todavía no aparecía el covid-19?
La presencia constante de López-Gatell en los medios es muy reciente, de febrero a la fecha. Sin embargo, se puede hacer una búsqueda y no se encontrará una preocupación como la que hoy manifiesta, ni personal ni de su jefe –el fantasmal secretario de Salud– ni del jefe de su jefe, respecto de lo que comen o no comen los mexicanos.
Si hoy López-Gatell la emprende contra los alimentos altos en carbohidratos y bajos en nutrientes es porque le sirve de pretexto ante el desastre que ha sido la respuesta gubernamental contra el covid-19.
Hay que admitir que ése no es un rasgo exclusivo suyo, sino una actitud típica del movimiento político encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador: ellos nunca tienen la culpa de nada, ésta siempre es de alguien más.
Así que si el coronavirus se ha cobrado la vida de 40 mil personas en México –cifra que sólo acumulan cuatro países del mundo–, no es culpa de la estrategia de este gobierno, sino de las empresas refresqueras y de alimentos chatarra y, claro, de los gobiernos anteriores.
La narrativa que desea establecer el funcionario es que poderosas y malévolas empresas, en complicidad con funcionarios públicos de la era neoliberal, se pusieron de acuerdo para crear adicción en la población mexicana por las bebidas azucaradas y la comida chatarra, y eso provocó daños a la salud que hoy se pagan con una mayor propensión a enfermar gravemente de covid-19. Es decir, una versión victimista de la epidemia que lo deje a él y al resto del gobierno a salvo de señalamientos.
Pero basta someter los argumentos de López-Gatell a una mínima revisión para que se caigan. Y es que 1) al menos la cuarta parte de las personas fallecidas no tenían las comorbilidades que, efectivamente, hacen que muchas personas sufran la enfermedad más que otras, 2) muchos países tienen tasas iguales o superiores de obesidad, hipertensión, diabetes, tabaquismo, etcétera, y no tienen los malos resultados de México en el control de la epidemia, y 3) investigaciones científicas recientes han encontrado que las razones para sucumbir ante el covid-19 no tienen que ver sólo con esas comorbilidades, sino con cuestiones genéticas y hasta el tipo de sangre, por no hablar de la deficiente atención médica que reciben los pacientes.
La crítica de López-Gatell sería políticamente entendible desde la oposición, no desde el gobierno. Como uno de los principales servidores públicos del sector salud, él está obligado a ofrecer soluciones para salir del problema.
La industria refresquera no vende clandestinamente sus productos, sino de manera legal. ¿Dónde están las propuestas regulatorias para tratar de cambiar el alto consumo de bebidas azucaradas? ¿Qué hace el gobierno con el IEPS que se aplica a los refrescos? ¿Dónde está la campaña oficial para dotar a los mexicanos de agua limpia?
Lo de López-Gatell son simples pretextos. Todos los días demuestra que le interesa más la política que la salud, aunque como político sea bastante malo.