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Al capo del huachicol se le agota el combustible

El Marro, líder de uno de los grupos criminales que saqueaban la petrolera estatal de México, ha sido detenido tras años de búsqueda

Hay pocos oficios en México que no tengan una grieta ilegal para estirar el salario. En la familia del Marro eran conductores de camiones antes de fundar uno de los carteles que más guerra está dando a las fuerzas policiales. Si además de manejar los camiones del patrón chupaban del depósito unos litros de combustible para venderlo, pues ya tenían paga extra. El cartel Santa Rosa de Lima surgió hace casi una década en la comunidad que lleva ese nombre, en Guanajuato, que pasó de ser un Estado próspero aunque desigual a convertirse en uno de los territorios más violentos del mundo en razón al número de víctimas. La detención en la madrugada de este domingo de José Antonio Yépez, el Marro, 10 días después de cumplir 40 años, es el gran golpe a este grupo criminal al que las autoridades venían cercando en los últimos meses. Su captura concede un respiro a las autoridades federales y estatales en su lucha contra el robo de combustible y el crimen.

Con pantalones vaqueros, una chamarrita informal y botas de campo. Así han detenido a este hombre de cara redonda y ojos rasgados que remata el mentón con una perilla que parece un murciélago. No da la imagen de capo tradicional de camisas de seda bordadas, botas de rodeo y cinturones de cuero repujado. En Guanajuato siempre le conocieron apegado al pueblo, sin grandes ostentaciones personales cuando salía a la calle, pero sí muy espléndido con las dádivas. “En los domingos de béisbol él ponía la cerveza para toda la comunidad. O traía puercos enteros para hacer carnitas. Así se fue forjando el carisma. Repartía mucho dinero y coches robados”, dice Jesús Padilla, director del medio digital am.com.mx.

El robo de combustible de la petrolera nacional Pemex ha sido la fuente de ingresos de este cartel, que se hizo fuerte en el centro del país. Los últimos tiempos estaban siendo, sin embargo, más complicados. Las gasolineras sintieron la presión de Hacienda y dejaron de comprar combustible ilegal, asfixiando la actividad del cartel, que fue endureciendo sus actividades con el secuestro y el asesinato, regando de cadáveres el Estado y dejando una estela de negocios y coches quemados que siembran el terror entre la población. Las ventas de furgonetas de lujo robadas también son su objetivo, un negocio que algunos afirman que se extiende hasta Centroamérica. Pero el huachicol siempre ha sido la marca de la casa, que ha generado en todo el país pérdidas millonarias a la petrolera. Agujerean los ductos y roban el combustible. En alguna de estas operaciones han perdido la vida decenas de personas que acudían con cubos para llenarlos de gasolina cuando todo saltaba por los aires en un aparatoso incendio.

El Marro se erigió como líder criminal del cartel tras su paso por la cárcel en 2008. Lo detuvieron con un cuerno de chivo, es decir, una AK-47 y le acusaron de robo de autotransporte y delincuencia organizada, pero pronto estuvo en libertad. El cartel era una empresa familiar, hasta 14 miembros del clan componían la dirección del grupo en el que participaba su madre, su hermana, su prima y algún cuñado policía federal. Las fiestas en los salones de su mansión eran el momento de hacer amistades corrompiendo a agentes y políticos que iban engordando la trama que hizo grande la organización. Eso y el apoyo vecinal. Decenas de mujeres bloqueaban las calles cuando se anunciaba una operación contra ellos y allí se estrellaba el dispositivo policial.

Las autoridades quizá minimizaron y dejaron crecer el cartel. “No es posible que alguien en un poblado tan pequeño y pobre, sin montañas siquiera donde esconderse, levante tantas mansiones sin que ocurra nada”, dice Padilla, el periodista local de am.com.mx. Pero el ordeño de los ductos de hidrocarburos dejó pérdidas millonarias al país y la violencia pudrió un Estado que hasta entonces era tranquilo. En 2018 se contabilizaron 3.517 asesinatos, tres veces más que en 2015.

La colaboración entre el Ejército, la policía y la fiscalía de Guanajuato han ido acorralando a la organización. El 20 de junio, un operativo conjunto detuvo a la madre, la hermana y una prima, supuestamente relacionadas con el núcleo contable del cartel. Como tantas otras veces, no tardaron en quedar en libertad porque el registro comenzó horas antes de lo mencionado en la orden judicial. Pero aquel día el Marro se vino abajo y grabó lloroso un vídeo en el que reconocía que se habían llevado a su mamá. Sentado en una silla repartía insultos en bucle contra el poderoso Cartel Jalisco Nueva Generación, contra los agentes y contra el Gobierno. Una especie de rabieta infantil que habla de su endeble formación educativa y de la inestable gestión de las emociones de un hombre quizá pasado por las drogas.

Con ese mismo pensamiento retardado respondía a las preguntas de los agentes tras su detención este domingo, como ha quedado grabado en un vídeo.

—¿Cómo se llama su mamá?

—María Eva Ortiz Reyes, dice lento, como si lo dudara

—¿Su papá?

—Rodolfo Yépez, afirma más confundido todavía.

—¿Cómo te dicen a ti?

—Marro.

Marro le llaman en México a un martillo pesadote, como para demoler tabiques. A José Antonio Yépez se lo pusieron por su cabeza amazacotada, dicen en Guanajuato, como la de un buda de piedra. El muchacho se crio en Santa Rosa de Lima, una zona agrícola perteneciente al municipio de Villagrán, de donde salían muchos jóvenes para trabajar en las maquiladoras de Celaya. Cuando sus actividades delictivas le fueron proporcionando millones, asfaltaba las calles de los pueblos y remozaba los quioscos de las plazas. Andando el tiempo sacó a su mamá de la casita de ladrillo y láminas y la llevó a vivir a una urbanización de puro lujo. Él no quería que lo agarraran por la ostentación pero en sus mansiones había grandes piscinas, túneles, murallas y salones de fiesta en los que repartía fajos de dinero a sus amistades. Y por aquellos predios dicen que se movían un tigre, o quizá dos. Las extravagancias propias de quienes tienen más nutrida la billetera que la cabeza. A pesar de todo, el Marro siempre se situó en un perfil bajo en los lujos frente a otros reyes de los cielos. Su organización tampoco alcanza la altura criminal de carteles como el de Jalisco o el de El Chapo, en Sinaloa.

Pero en 2019 le dio por amenazar al presidente Andrés Manuel López Obrador: “Ya viste que me metí con tus pinches policías y que si me tumbaste a X de mi gente yo te voy a reventar el doble, y por cada gente que me chingues, dos tuyas la van a pagar”. Sin embargo, el que tenía ya los días contados era él. Pronto se sucedieron las operaciones policiales a las que el cartel respondía metiendo fuego a media ciudad y sacando su pequeño ejército de sicarios a las calles para obstaculizar la operación. Y si la rabia no cesaba, grababa un vídeo con insultos y bravuconadas. El escurridizo Marro se resistía, hasta este domingo. Ahora duerme en la cárcel, pero cuánto tiempo estará en ella es un interrogante que en México se puede resolver en unas horas. O quizá pasen años.

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Nacional
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