El covid está en el aire
El impacto del coronavirus en la humanidad ha llevado a la ciencia a trabajar de manera acelerada para entender cómo se transmite entre personas.
Durante los primeros meses de la pandemia se creía que la vía primaria de contagio era el contacto con superficies contaminadas, como manijas de puertas, barandales, agarraderas y mesas.
Con base en eso, los gobiernos aconsejaron a la población lavarse las manos y desinfectar utensilios de uso común. Aparecieron en los estantes de las tiendas desinfectantes de todo tipo e incluso tapetes para sanitizar los zapatos.
De ahí se pasó a creer que la transmisión ocurría sobre todo por las gotas de saliva que despedimos al hablar, toser, estornudar, gritar y cantar, mismas que salen disparadas y caen a una distancia máxima de dos metros. La lógica era que si caían en el rostro de alguien más y entraban en contacto con las partes húmedas del mismo, podían ser la vía de infección.
Sin que ambas situaciones hayan sido descartadas como medio de contagio —por lo cual sigue siendo indispensable lavarse las manos con frecuencia y portar cubrebocas—, la ciencia ha revelado la que podría ser la principal vía de transmisión: aerosoles o micropartículas de excreciones, contaminadas de coronavirus, cuyo peso las hace capaces de flotar en el aire por varios minutos en lugares cerrados y ser inhaladas. “Si la transmisión por aire es un factor relevante en la pandemia, especialmente en lugares en los que se concentra mucha gente y hay pobre ventilación, las consecuencias para contenerla serán significativas”, publicó el diario The New York Times al comentar dicho hallazgo. “Los cubrebocas serán necesarios en espacios cerrados, incluso guardando sana distancia”.
Mañana se cumplirá un mes desde que un grupo de 239 investigadores de 32 países firmó una carta dirigida a la Organización Mundial de la Salud (OMS), llamando a esa agencia a revisar sus recomendaciones para evitar la propagación del coronavirus.
El grupo, en el que hay especialistas en diferentes disciplinas, desde la virología hasta la aerodinámica, urgió a la comunidad médica internacional a reconocer el potencial de la transmisión de covid-19 vía aérea. “Hay un potencial significativo para la exposición a la inhalación de micropartículas respiratorias a distancias cortas y medianas (hasta de algunos metros o a lo largo de toda la habitación) y estamos llamando a adoptar medidas preventivas para mitigar esta ruta de transmisión”.
Entre quienes suscriben la carta está la filipina Luisa T. Molina, colaboradora del Centro Mario Molina y coeditora del libro La calidad del aire en la megaciudad de México (2006). “Las recomendaciones actuales de numerosos organismos nacionales e internacionales se enfocan en el lavado de manos y distanciamiento social (…) Desde nuestro punto de vista, (éstas) son apropiadas, pero insuficientes para proteger a la gente de micropartículas con cargas virales que son lanzadas al aire por personas infectadas”.
Los científicos apoyaron su recomendación en una creciente evidencia médica sobre el peligro de los aerosoles en ambientes cerrados sin ventilación. El 9 de julio, la OMS reconoció la posibilidad de que ocurran contagios vía aérea.
En una entrevista que le realicé para Imagen Radio, el especialista español José Luis Jiménez, de la Universidad de Colorado, manifestó su convicción de que la vía aérea de transmisión está detrás de muchos episodios de “supercontagio” de covid-19 y subrayó el peligro de estar en áreas cerradas y poco ventiladas.
“Podemos comparar los aerosoles con el humo de tabaco. Si usted distingue el aroma a varios metros, ésa es la distancia a la que pueden llegar estas micropartículas cargadas de virus”, me dijo.
Esas evidencias debieran incidir en las recomendaciones de las autoridades de salud. La conversación tendría que versar sobre ventilación, pues se sabe que, expuesto al aire fresco y al sol, el coronavirus resiste poco tiempo.
En México, por desgracia, el gobierno federal aún se resiste a recomendar —mucho menos ordenar— una medida tan básica como el uso masivo de cubrebocas, al grado de que el propio Presidente de la República se rehúsa a usarlo.