Las últimas horas de libertad del Marro
“Todo tiene un principio y un fin. El mío ya llegó”, les dijo El Marro a los agentes
De este modo se tragó la tierra a un niño que no sabe hablar
Tres personas se quedaron rezagadas para servirle de escudo, en tanto El Marro se daba a la fuga. Uno de ellos, Saulo Sergio “N”, abrió fuego contra los agentes de la Agencia de Investigación Criminal de Guanajuato que habían entrado en la finca en la que el líder del Cártel de Santa Rosa de Lima se escondía, en el poblado de Franco Tavera, municipio de Juventino Rosas.
El Marro corrió al lado de su jefe de seguridad, Raúl Alberto “N”, alias El Diente, hacia un terreno baldío ubicado al fondo de la finca. Al llegar a la barda que separa los dos predios, El Diente dejó que El Marro brincara hacia el otro lado. Según agentes que participaron en el operativo, su idea era “sacrificarse” para que José Antonio Yépez Ortiz lograra escapar.
Pero Yépez no llegó muy lejos. Fue interceptado a unos metros de la barda. “Se acabó”, le dijeron antes de esposarlo. Tenía los ojos desorbitados por la adrenalina. Relatan los agentes que en su rostro se veían la ira y la frustración. Los agentes lo describen como un hombre visceral, impulsivo.
Lo primero que preguntó, mientras lo llevaban de vuelta a la propiedad, fue quién lo había vendido: “Como que no podía creer lo que estaba ocurriendo”.
Los hechos sucedieron en una finca situada al pie de la carretera Juventino Rosas-Celaya, un inmueble rodeado de establecimientos comerciales, y vecino de una Telesecundaria. En otros días El Marro habitó una casa que contaba con siete albercas construidas en distintos niveles y separadas por árboles, palmeras áreas verdes (la famosa “casa de las albercas”).
En esos días el Cártel de Santa Rosa obtenía del robo de hidrocarburos cifras de hasta 30 millones de pesos diarios.
Ahora, el líder de ese grupo se refugiaba en una más que modesta propiedad en la que solo había una caballeriza, algunas jaulas con gallos de pelea (se los acababan de llevar), una camioneta, un par de motos y dos pequeños cuartos de ladrillo con muebles rústicos, ropa revuelta, una televisión, y retratos de familia en las paredes.
Sus hombres se repartían entre el otro cuarto y la caballeriza.
Ahí pasó El Marro sus últimas horas en libertad.
La madrugada del operativo, la Sedena trazó un amplio perímetro alrededor de la finca y estableció filtros en la carretera Juventino Rosas-Celaya. Durante cosa de seis horas, ningún vehículo pudo transitar por el lugar.
Cerca de veinte agentes de la AIC ingresaron en el refugio del Marro. Forzaron primero la reja principal, protegida solo con una cadena. Más adelante había un segundo portón, pintado de verde.
Cuando lo forzaron, recibieron el primer y único disparo del escolta de Yépez. Alguien repelió el ataque, dejando a Saulo lesionado.
“Vimos a varios hombres corriendo hacia el fondo, tres se retrasaron para servirle al Marro de muro, pero no pudieron hacer nada. Mientras algunos de nosotros los sometían, otros fuimos por los otros dos. Al Diente lo agarramos antes de que saltara hacia el baldío de junto; al Marro, cuando acababa de brincar”, relata uno de los agentes.
El Marro iba vestido con una sudadera gris, un pantalón de mezclilla y botas tácticas de color caqui.
“Nos ahorró el trabajo de vestirlo, porque lo urgente era sacarlo de ahí antes de que su gente viniera a rescatarlo”.
Un helicóptero lo sacó de ahí. Había ocurrido el diálogo que pronto se viralizó:
—¿Cómo te llamas?
—José Antonio Yépez Ortiz.
—¿Cuántos años tienes?
—Cuarenta cumplí…
—¿Cuándo naciste?
—El 23 de julio del 80…
En esos momentos, los detenidos suelen descubrir de golpe la situación en que se encuentran. Muchas veces se ponen filosóficos. Según los agentes, El Marro dijo dos cosas: que sin él, su grupo iba “a irse abajo”, y lo que consigné en la entrega de ayer: que todo tenía un principio y un fin, y que este, precisamente, era el suyo.
En los últimos cuatro años sus guerras y sus vendettas habían dejado casi 10 mil muertos en Guanajuato.
El Marro mandaba a hacer escondites en los lugares que habitaba. En momentos de peligro iba a esconderse en ellos (al parecer, libró así algún cateo); otras veces ocultaba en esos sitios armas o dinero.
Al ejecutar la orden de cateo, los agentes encontraron, bajo un montículo de comida para animal, una especie de aljibe. Ahí se hallaba una empresaria cuyo secuestro era negociado por el grupo.
Ojalá esa haya sido la última fechoría del Marro.
@hdemauleon
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