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BITÁCORA DEL DIRECTOR

Rumbo al escenario “muy catastrófico”

La explosión del martes 4 en Beirut –que mató a más de 200 personas, hirió a siete mil y dejó a 300 mil personas sin techo– derribó al gobierno del primer ministro libanés Hasán Diab.

No importó que Diab no hubiese cumplido aún siete meses en el cargo, al que llegó en sustitución de Saad Hariri, quien fue obligado a renunciar por las protestas multitudinarias del año pasado.

Alguien tenía que cargar con la responsabilidad política de haber dejado dos mil 750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas durante más de seis años en el puerto de Beirut y ese fue Diab, aunque su renuncia y la de todo su gabinete no deje satisfecha a la sociedad libanesa que ahora quiere la salida de los 128 miembros del Parlamento.

En cuanto al número de muertos, la tragedia en Líbano palidece frente a los efectos que ha causado el covid-19 en México. La semana pasada se rebasó la cifra de 50 mil decesos y ahora vamos rumbo a los 60 mil, que alcanzaremos en menos de 10 días.

Sesenta mil muertos es el escenario que el subsecretario Hugo López-Gatell fijó en sus pronósticos como “muy catastrófico”. Lo dijo el 4 de junio pasado, cuando se vio obligado a revisar su cálculo inicial, de entre seis mil y ocho mil muertos, que había lanzado el 4 de mayo.

Los seis mil fueron “la estimación más baja”, se justificó entonces. “Pero también se consideraron escenarios de ocho mil, de 12 mil 500, de 28 mil, de 35 mil; incluso un escenario muy catastrófico de 60 mil. ¿Cuál de todos es real? Todos pueden serlo. Lo que se hace es tener un intervalo de escenarios plausibles que dependen de condiciones”.

La declaración pinta de cuerpo entero al subsecretario. Es muy dado a soltar toda clase de vaticinios y opiniones para que después pueda decir que él ya lo había dicho. Apuesta a ser como el reloj descompuesto, que dos veces al día tiene la razón, aunque el resto del tiempo esté equivocado.

Pero dado que él mismo dijo que llegar a 60 mil fallecidos sería “muy catastrófico”, cabe preguntar cuál será la consecuencia. ¿Quién cargará con la responsabilidad política de tal escenario?

El brote de coronavirus, como el nitrato de amonio almacenado en el puerto de Beirut, es una tragedia que se vio venir. Seis cartas escribieron las autoridades aduaneras libanesas para pedir que se llevaran esa carga peligrosa a otro lado. En el caso del covid-19, la enfermedad apareció en China a finales de diciembre y el 12 de enero se describió la secuencia genómica del nuevo coronavirus.

Hubo tiempo de sobra para preparase para lo inminente. Algunos países lo hicieron muy bien, aplicando las recomendaciones de la OMS al pie de la letra. Ya he descrito aquí el caso de Belice, país vecino de México, que recibe anualmente a millón y medio de visitantes por avión y crucero. El país centroamericano sólo tiene 177 casos y dos fallecimientos. En comparación, el municipio quintanarroense de Othón P. Blanco (Chetumal), con el que colinda Belice y cuenta con dos tercios de su población, tiene dos mil 250 casos y 112 decesos.

México optó por una estrategia errada: la de dejar que la gente se contagie y sólo asegurar que los enfermos cuenten con una cama de hospital. Pero incluso eso, que el gobierno federal presenta como éxito, es una quimera. Como publicó esta semana el diario The New York Times, mucha gente en México tiene miedo de ir al hospital y prefiere morir en casa, y las autoridades de salud sólo están permitiendo que se internen quienes ya se encuentran muy graves. ¿Así cómo no van a sobrar camas?

Pero López-Gatell no ha de preocuparse. Su permanencia al frente de la respuesta del gobierno federal al coronavirus no está en duda. A pesar de que el escenario “muy catastrófico” no tarda en materializarse, él tiene seguro su puesto. Tan no lo va a despedir el Presidente que incluso ya le dieron mayores responsabilidades. Total, ya encontró en la industria de los refrescos y alimentos chatarra y en los gobiernos estatales a quién culpar de esta tragedia. Y cuando lea opiniones que no le gustan, como seguramente es ésta, dirá lo de siempre: que quien lo critica tiene “intereses”.

La ley de derechos de autor prohíbe estrictamente co

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