¿Los abandonaron?
—¿A quién se los entregaste?
—A uno que le dicen El Chucky.
El Chucky, jefe de plaza de La Familia Michoacana, era cuñado del líder de este grupo criminal: Nazario Moreno, El Chayo.
Era el 13 de junio de 2009.
Policías federales habían llegado esa madrugada a Arteaga, Michoacán, en busca de 12 agentes que la noche anterior habían caído en manos de otro de los jefes de La Familia: Servando Gómez, La Tuta.
En la casa en que los federales fueron sorprendidos había manchas de sangre. Los policías municipales y los sicarios de La Tuta que se los llevaron los ataron con los cables de sus propios teléfonos celulares. Recogieron sus armas, sus equipos, sus pertenencias. Y también la camioneta que los agentes tenían estacionada a las puertas de la casa —la cual apareció quemada horas más tarde en Apatzingán.
El equipo de rescate de los federales había salido de la Ciudad de México a la medianoche, cuando se cortó la última llamada al teléfono del comandante Erik, que iba al frente del grupo. Al mismo tiempo, un convoy de la Policía Federal que se dirigía a Lázaro Cárdenas cambió de ruta y enfiló a Arteaga.
El comandante Erik había llamado a sus superiores para decirles que la noche de aquel domingo alguien tocaba la puerta insistentemente. Una versión de los hechos dice que vieron las luces de una patrulla, y supieron lo que significaba, porque la municipal de Arteaga, entera, estaba al servicio de La Tuta.
La célula de agentes federales enviada al pueblo para hacer trabajo de inteligencia tendiente a ubicar al capo, estaba formada por tres investigadores de campo (dos hombres y una mujer) que se hacían pasar por estudiantes normalistas, y por nueve elementos del Grupo de Operaciones Especiales que nunca salían de la casa, y cuya única misión consistía en brindar seguridad a los otros tres.
Arteaga estaba totalmente coptado. Los municipales trabajaban para La Tuta. Militares le filtraban información. Las calles se hallaban bajo la vigilancia de los halcones. Ninguno de ellos detectó a los falsos estudiantes. Pero la madre de La Tuta, que vivía en una casa contigua a la que ellos habían rentado, sí. Los sorprendió desde un piso alto y le avisó a su hijo: “Aquí hay gente rara que no es del pueblo”.
En la llamada telefónica cuyo contenido dí a conocer ayer, y que La Tuta hizo para que un subalterno averiguara qué se sabía del comandante Erik (La Tuta creía que había dado con un grupo de Zetas), se le oye decir que (al entrar a la casa) “se tumbó” a uno de los federales, y que los otros once no reaccionaron, “no pelearon”.
Uno de los superiores de Erik le marcó a su celular para averiguar qué estaba ocurriendo. Erik ya no contestó la llamada. Lo hizo uno de los miembros de La Familia. El mando federal que marcó le dijo al sicario que los 12 que a los que habían detenido no eran “contras”: “No son ‘contras’, son policías, no vayan a hacerles daño” (un reporte y tres testigos de lo que ocurrió esa noche, entrevistados por el columnista, coinciden en esta versión). El sicario colgó. A partir de entonces se interrumpió la comunicación.
En la llamada intervenida La Tuta dice “me aventé doce güeyes” y dice también “nada más que los mandé para otro lado”.
Los municipales les abrieron paso a los sicarios. Estos entregaron a los agentes al cuñado del Chayo: El Chucky. Fue él quien los torturó –y quien grabó la indescriptible tortura en un video de seis minutos.
A la mañana siguiente, Arteaga estaba infestado de federales. Los miembros de La Familia respondieron apilando los cuerpos semidesnudos en una carretera. También subieron el siniestro video a Youtube.
Para la Policía Federal esto marcó un antes y un después. Se prometió a la familia de las víctimas detener a los culpables. En los hechos, La Familia Michoacana comenzó a ser desarticulada desde aquel día de junio. Cayeron El Chayo, Kike Plancarte, La Tuta, jefes regionales y jefes de plaza. Cayeron los policías que los habían protegido.
Relaté ayer que hay una versión que indica que los policías fueron abandonados por sus superiores (para que la atención nacional se fijara en Michoacán, y no en Sinaloa). Recibí mensajes indignados de expolicías federales que esa mañana estuvieron en Arteaga: “A muchos, esa mañana nos cambió la vida. Los conocíamos, eran amigos, queridos como si fueran parte de la familia. Jamás les negamos ayuda. Jamás les hubiéramos negado ayuda”.
“Esa información es incorrecta —me explican en otro mensaje—: desde los granadazos en Morelia, que ocurrieron mucho antes, a la Policía Federal se le encomendó La Familia Michoacana. Cada institución, la Marina y el Ejército, tenía un objetivo asignado. A la Marina le tocaron los Zetas. El operativo tuvo fallas. Pero los compañeros no fueron abandonados”.
@hdemauleon
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