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EN TERCERA PERSONA

Las momias profanadas

El 23 de junio de 1870 un grupo de sepultureros abrió el nicho 270 del Panteón de Santa Paula, en la ciudad de Guanajuato. Ahí se hallaban los restos del médico francés Remigio Leroy, muerto de disentería cinco años antes. Por muerte o por olvido, su viuda, Dolores Madariaga Enciso, no había renovado el pago de derechos que, cada quinquenio, exigían las nuevas leyes de secularización de cementerios. Los restos del médico francés serían trasladados al osario.

Los enterradores, sin embargo, saltaron de terror al abrir el nicho. Leroy se convirtió aquel día en la primera momia de Guanajuato.

Al finalizar el siglo XIX habían sido encontradas en Santa Paula más de 70 momias. Todas se hallaban en nichos, donde no podían penetrar ni la humedad ni el oxígeno. Aquellos cuerpos habían sido inhumados en ataúdes de madera que absorbieron los líquidos de la deshidratación.

Aparecieron personajes de todo tipo: Ignacia Aguilar de Chirilo, muerta por una supuesta infección intestinal, y a la que se encontró, al ser exhumada, con los músculos contraídos, los brazos arriba de la cabeza y muestras de que se había arrancado el cabello (se le bautizó como “La sepultada viva”). Ahí estaba también, Aurora Campoverde de Castañón, conocida como “La China” a consecuencia de sus ojos rasgados y sus facciones de aire oriental, quien falleció de tifo en la epidemia de 1885.

En los primeros años las momias eran visitadas de manera clandestina, como uno de los atractivos secretos de Guanajuato. Sin embargo, imágenes de la fototeca del INAH, fechadas en 1880 y 1900, muestran que en esa época al menos 20 cuerpos ya se hallaban en exhibición, recargados contra los muros de la misma sala en que, casi un siglo más tarde, se filmó la icónica película “Santo y Blue Demon contra las momias de Guanajuato” (1972), cuyo éxito desbordante convirtió el panteón de Santa Paula en un verdadero museo del morbo.

Las 117 momias localizadas hasta hoy le han dado al museo de sitio la colección de momias no artificiales más grande del mundo, la cuales representan una alta fuente de ingresos para el ayuntamiento de Guanajuato (más de 40 millones al año).

La identidad de las momias no se indagó hasta tiempos recientes, en que llegó a la dirección del museo la maestra en Artes Paloma Robles Lacayo (2015-2018): solo unas cuantas poseían cédulas, no se se transmitía al visitante mayor información. La bitácora de exhumaciones del cementerio, así como las actas del registro civil, fueron analizadas por la investigadora María José Abreu, quien logró establecer los nombres, la fecha de muerte las causas de la defunción de 80 de los restos.

Las momias son en Guanajuato una seña de identidad. En 2008, 36 cuerpos fueron enviados a la ciudad de México. Al volver, cinco años más tarde, fueron recibidos por un grupo de personas que les llevaron, incluso, una estudiantina. Son comunes las historias de descendientes que visitan las momias de sus ancestros en determinados aniversarios, y que ven con orgullo su relación consanguínea con los cuerpos expuestos.

Para los investigadores, las momias son una fuente de conocimiento, una ventana al pasado: alumbran sobre hábitos, prácticas culturales. En un país en donde varias entidades cuentan con restos momificados, algunos académicos han criticado “la mercantilización, el morbo tanático”, y propuesto que a las momias se les inhume por respeto.

La Comisión Nacional de Bioética, órgano desconcentrado de la Secretaría de Salud emitió en junio pasado una opinión sobre la utilización de restos humanos momificados. La exposición no puede ser deshumanizada. Debe atender a propósitos científicos, culturales y educativos. Debe evitar que la exhibición se descontextualice y promueva el morbo. Debe contar con la autorización de los descendientes, para evitar la cosificación. Debe evitar la generación de información falsa que atente contra la probidad de quienes las momias fueron en vida. Debe exponerlas sin sufrir daño que atente contra la herencia del pasado y vulnere los derechos culturales en México.

En noviembre de 2018, durante el festival del Día de Muertos, ocho momias fueron sacadas el museo y colocadas en la calle Subterránea de la ciudad al lado de puestos de comida y de venta de artesanías.

En octubre del año siguiente otros cuerpos fueron enviados a Zacatecas, con juegos mecánicos y exposición ganadera, sin aprobación del Ayuntamiento. El presidente municipal panista, Alejandro Navarro Saldaña alegó que “no sabía” que este requisito era necesario.

El 10 de enero de este año otros cuerpos fueron enviados (por tercera vez) a la feria de León, a convivir, entre otras cosas, con catas de vinos.

En febrero de 2020, en la rueda de prensa en que se anunció el Rally México, “el acontecimiento de automovilismo extremo más importante del planeta”, dos momias más fueron presentadas ante los medios y se anunció que otras “asustarían” en “la primera ruta callejera por el centro histórico de Guanajuato”. La reacción provocó que los cuerpos no estuvieran en la “arrancada”.

Todo indica, sin embargo, que no se ha entendido que, según las leyes, esta colección antropológica de sociedades pasadas solo puede ser expuesta con fines docentes o de investigación.

Se les sigue exhibiendo sin información, sin explicar el bien cultural que representan, con cosificación y morbo.
Es casi una profanación de restos humanos entregados por las mismas autoridades obligadas a preservarlos, a la diversión, el entretenimiento, el espectáculo.

Ámbito: 
Nacional