La venganza del auditorio
Elegante y elocuente la pequeña historia, preñada de simbolismo, que nos regaló Carlos Tello Díaz, ayer, en MILENIO, sobre la lógica de poder y sobre la lógica histórica, implícitas en la arquitectura del Palacio Legislativo de San Lázaro.
No fue construido, nos recuerda Tello, en el corazón de la ciudad de su época, sino en la entonces periferia, como para sugerir que el palacio no era parte del corazón urbano del país, sino solo una obra monumental, central si acaso para su periferia.
Vale decir que el Poder Legislativo no era visto como parte del corazón de la vida pública de México, a la manera del parlamento inglés, el Capitolio americano o la Asamblea Nacional Francesa.
A este expresivo exilio arquitectónico, digamos exterior, hay que sumar el diseño interno del recinto, planteado no como un ágora horizontal de iguales que discuten, un espacio de bancas enfrentadas como en el parlamento británico o en forma de herradura como en el francés.
El palacio legislativo mexicano fue diseñado como un auditorio, donde quien ocupa la tribuna es el rey del show hacia el que los demás solo miran. No es un espacio para la deliberación entre iguales sino para que los iguales miren al desigual del presídium. El presídium preside, el auditorio espera.
El diseño trasuda la idea dominante de la época: no un recinto para que los legisladores hablen sino para que escuchen al que preside, en particular al visitante que tienen cada año y en torno a cuyo discurso, el Informe Presidencial, se reunían los escuchantes como un rebaño emocionado.
Apenas habían alcanzado las cosas este clímax arquitectónico, empezó la revancha del auditorio.
Primero, algún habitante del auditorio increpó fuera de protocolo al Presidente. Luego lo increparon varios. Luego empezaron a no dejarlo hablar. Luego le tomaron la tribuna. Finalmente, le prohibieron la entrada, creo que a partir del último informe de gobierno del presidente Fox, que había sido, en sus tiempos de diputado, uno de los increpantes del auditorio.
Desde entonces, el presidente no puede entrar al Congreso a ocupar el presídium para informar a la nación. A nadie parece importarle la anomalía, y nadie da pasos para corregirla. Lo peor es que quizá nadie recuerda siquiera dónde empezó.