El evangelio según san Andrés
Gran revuelo ha causado en ciertos sectores sociales —y llevada, tengo entendido, a los tribunales— la difusión de un “inocente” spot presidencial que, de nuevo, es burda publicidad engañosa en favor de su personalísima causa. Él, símbolo pío de la “purificación nacional”, camina hacia la cámara comunicando al pueblo de México que el Papa Francisco ya dijo que luchar en favor de los pobres no es comunismo, y que eso está en el centro de los Evangelios. Con esa “bendición” pretende ocultar que desgobierna en México un autócrata inepto y destructor, y que padecemos a un “fundamentalista tirano”, como perfecta y oportunamente lo acusó en 2018 su hermano Arturo.
De esa manera, López Obrador pretende validar que todo lo hace pensando en que “por el bien de todos primero los pobres”. Más aún, parecen gregorianos sus incesantes cantos amorosos para los “humildes”, los “desposeídos”. Nada le importa que las víctimas que van por delante sean precisamente los pobres que ya había, y los que su nefasto gobierno crea febrilmente por millones. La narrativa oficial niega la realidad con sus “otros datos”, pero afianza su clientela electoral.
No entraré a la discusión, algo arcaica y jacobina, de si la alusión presidencial al papa y los evangelios violó o no el laicismo constitucional provocando un movimiento telúrico en el Hemiciclo a Juárez.
Para mí, lo cuestionable no es lo que dijo el Presidente —pues no se trató de un acto religioso—, sino el hecho de haber mutilado tramposamente el mensaje del Papa, porque lo omitido era un golpe seco y sacrosanto en la nariz del susodicho, y un desmentido a sus constantes y perniciosas falacias. Cercenó el mensaje del pontífice en la pretendida justificación de su gobierno, ya que, de haberlo difundido completo, quedaría exhibido en su impúdica desnudez.
Claro que el papa dijo que ayudar a los pobres no es comunismo, ¡no podía decir otra cosa!, pero también afirmó:
“Un aspecto fundamental para promover a los pobres está en el modo en que los veamos. No sirve una mirada ideológica que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos y personales. Las ideologías terminan mal, no sirven. Las ideologías tienen una relación incompleta o enferma o mala con el pueblo; las ideologías no asumen al pueblo, por eso, fíjense en qué terminaron las ideologías en el siglo pasado: ¡en dictaduras, siempre… siempre! Las ideologías piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo”.
No hay duda de que, desde la plaza de San Pedro, el papa nos mandó a todos ese mensaje para que nos cuidemos de los impostores. Fue también, realmente, para este neoevangelista un: ¡tenga para que aprenda!
No se equivoque, y menos al votar: debemos botar a los bribones que manosean el Evangelio, porque no dejan pensar al pueblo, ¡lo aplastan!