Gente de confianza en el robo de Valle Escondido
Entre 40 y 50 hombres cubiertos con pasamontañas, que portaban armas largas y cortas, algunos de los cuales con chamarras negras con las siglas de la Agencia de Investigación Criminal de la Fiscalía General de la República, irrumpieron de noche en un domicilio del fraccionamiento Valle Escondido, ubicado en Atizapán, Estado de México.
Los agentes fingían llevar a cabo un cateo, como relaté en la entrega de ayer, porque habían recibido información de que el propietario de la casa, al que se ha identificado como Eduardo Natividad Maqueda, socio de Mava Group México, quien a la sazón se hallaba en Europa, guardaba en algún lugar de la casa una maleta negra con varios millones de dólares.
Un policía municipal de Atizapán que fue invitado a tomar parte en el “cateo”, y que más tarde se volvió testigo colaborador, visitó horas antes el fraccionamiento en el que los agentes darían el golpe. Acompañaba a un excomandante de inteligencia de ese municipio, Jorge Adrián Castro, quien iba a ponerse de acuerdo con el personal de seguridad que había dado el pitazo.
El testigo colaborador vio que Jorge Adrián hablaba con un hombre al que le decían El Gordo (su nombre, Rafael Almaraz, ex comandante de Vialidad y Tránsito en Playa del Carmen). Por esos días, El Gordo prestaba sus servicios como escolta a un vecino del fraccionamiento, un supuesto líder de la CTM.
Lo interesante es que el testigo colaborador vio también a otros dos sujetos, “dos hombres parados que parecían escoltas, uno de ellos de aproximadamente 45 años, de complexión robusta”, cuya seña particular es que “tiene en el brazo derecho tatuajes en forma de grecas de color negro y en el brazo izquierdo también tiene tatuajes de colores”.
El segundo era un hombre “moreno oscuro”, de complexión delgada, de aproximadamente 40 años, “que traía fajada a la altura de la cintura del lado derecho una pistola tipo escuadra de color negro”.
Fuentes de la fiscalía del Estado de México han determinado que estos hombres formaban parte del personal de confianza del empresario robado. Fueron ellos quienes planearon el robo y quienes movieron la ambición de policías estatales del Edomex, municipales de Atizapán y Tultitlán, de policías de la ciudad de México, y de elementos de la Agencia de Investigación Criminal de la Fiscalía General de la República.
Impresiona la facilidad con la que se armó la red. El testigo colaborador calculó que 40 elementos habían participado en el “operativo”. Otras versiones señalan que el comando estuvo formado por 50 agentes.
Cada vez surge más información sobre una práctica común entre los policías: la de realizar cateos, más que con el fin de atrapar delincuentes, con objeto de localizar el sitio en que estos guardan sus valores, a fin de robárselos y repartirlos en sentido contrario de como se barren las escaleras: de abajo hacia arriba.
¿Qué tan arriba? Fuentes del gobierno federal dicen que pronto habrá sorpresas.
“Ya tienen conocimiento de que vamos por papel (dinero)”, dijo aquella noche un hombre identificado como el comandante Rogelio Martínez, quien portaba una chamarra de la AIC. “Esta vez no agarren nada, no Tablet, no celulares, nada electrónico, no queremos que caiga el pedo por mamadas. Ya saben, entramos por ‘la muñeca’ (dinero y objetos de valor) y salimos. Quien trae armas largas a la derecha, las cortas en medio y los demás ya saben qué hacer”, agregó.
Esa noche, los agentes y sus “madrinas” encontraron una maleta negra tan pesada que tuvieron que cargarla dos hombres. Parte del botín fue repartido afuera de la instalaciones de la AIC.
Las cámaras del domicilio robado, del fraccionamiento Valle Escondido, así como las de la infraestructura metropolitana, permitieron a las autoridades detectar los vehículos que habían tomado parte en el falso cateo. Algunas unidades, arrendadas por la Fiscalía General de la República para completar su flotilla, contaban con GPS. El rastreo satelital hundió a varios de los participantes.
A partir del análisis de estos videos y de testimonios obtenidos en las primeras diligencias, la fiscalía del Estado de México informó a la FGR que varios elementos de la Policía Federal Ministerial estaban relacionados con los hechos.
La FGR se movilizó y aprehendió a siete de sus elementos (hay otros tres que están prófugos) Fueron aprehendidos, también, seis integrantes de otras corporaciones. El resto de los participantes, así como quienes planearon y organizaron el robo todavía se encuentran prófugos.
El resumen es para ponerse a temblar. Hace apenas seis meses, más de 40 policías y expolicías federales, estatales y municipales, se reunieron de noche para ir a robar a un fraccionamiento exclusivo. Todo a partir de información brindada por escoltas y personal de confianza.
Muchas cosas huelen mal. Como la formación de un convoy de policías que marcha por las calles sin reparar en que estas están infestadas de cámaras de vigilancia (¿o será que el grupo tenía garantías de que nada le iba a ocurrir?).
Después del robo, el testigo colaborador recibió una llamada de Jorge Adrián Castro, quien le dijo que le había salido “una orden de tacos” (una orden de aprehensión), “pero ya estamos arreglando esa situación”.
En el cateo “pirata” de Valle Escondido se asoma un México que no se quiere ver. Uno que la nueva FGR tendrá que limpiar, si quiere convencernos de que en verdad se está procurando un cambio.