Turbulencia social
Se le acumulan al presidente Andrés Manuel López Obrador las insatisfacciones políticas y sociales. Algunas crecen, como la protesta contra los feminicidios, o la de los productores agrícolas por el problema del agua. Algunas se reciclan, como los bloqueos de vías de ferrocarril y carreteras en Michoacán, y otras simplemente no han dejado de suceder, como el secuestro de casetas en las carreteras del país. En camino viene la protesta lechera en varios estados y el incremento de beligerancia en la Ciudad de México, con el plantón del movimiento que quiere la renuncia del Presidente.
Javier Sicilia, el activista con quien luchó en algún momento hombro con hombro, le escribió una quinta carta este domingo donde dice que cada vez le cuesta más trabajo llamarlo “Presidente”, porque “has promovido demasiado odio, desprecio y agresión como para seguirte queriendo”, ante sus actitudes de linchamientos más propios de un inquisidor que de un fariseo del Evangelio. Dante Delgado, líder de Movimiento Ciudadano y que también fue aliado de López Obrador, le escribió otra carta el fin de semana donde afirma que “has cumplido la amenaza de mandar al diablo las instituciones”.
El caldero se le está calentando al Presidente, que en su incapacidad para solucionar problemas, eleva su temperatura. No deja de hostigar y burlarse de los casi 700 intelectuales, escritores, investigadores, académicos y miembros de la sociedad civil que le exigieron respetar las libertades, que respondió el día de su difusión con una fotografía escoltado por dos empresarios, Miguel Rincón, que es su compadre, y Carlos Slim, la persona más rica de México, para buscar un mensaje de inclusión y arropamiento. Patético, por falso e inútil.
La respuesta oficialista al desplegado fue la recolección de firmas, que ya suman más de 30 mil, de crítica a los críticos y pidiendo un debate público. López Obrador, en su posición de francotirador mañanero, se quejó de que los medios no le habían dado a esta recolección de firmas el mismo espacio que al desplegado. Imposible hacerlo. Les guste o no les guste algunos de los firmantes, el desplegado surgió de la necesidad de unir fuerzas ante la amenaza común que afecta a todos, mientras que la recolección de firmas la armó quienes manejan la escuela de cuadros de Morena, junto con uno de los asesores ideológicos del Presidente, y los principales propagandistas del gobierno. ¿Cómo darle el mismo peso a la sociedad que a la nomenklatura? Ni siquiera en los tiempos del PRI se hacía.
El Presidente se atrinchera, aunque parezca que marcha hacia el frente. Sus mañaneras se han vuelto irrelevantes en lo que tenga que informar, porque no informa, al haberlas convertido en un cuadrilátero donde se sube a pelear. Pero aún en la pelea, las cosas no salen como quisiera. La semana pasada, en las redes sociales donde piensa que suceden todas las cosas, porque cree que gracias a ellas ganó las elecciones presidenciales y no por los medios de comunicación, cuyas denuncias incansables sobre la corrupción del régimen las alimentaron, le fue, literalmente, fatal. No ganaron los suyos las batallas digitales, pese a los más de 150 millones de pesos que, según los expertos, está invirtiendo mensualmente en ellas para defenderse.
Domina la conversación, pero no los temas de la conversación. Quienes piensan todavía que es un genio en la comunicación política, no están analizando que lo que está haciendo el Presidente es reaccionar y defenderse de sus propios errores, que la prensa de carne y hueso le muestra como espejo en las mañanas de Palacio. No está en repliegue táctico, como mandarían los estrategas militares, porque no entiende de repliegues, sino, como los dictadores en Argentina, que inventaron la Guerra de las Malvinas para ocultar la profunda crisis económica, se fuga hacia delante, sin prever, como sucedió en aquel país, que al no tener control sobre todas las variables, los resultados pueden ser desastrosos.
López Obrador no tiene control sobre la variable epidémica, donde para evitar que la opinión pública siga señalando el desastre de la estrategia, los responsables de combatir el Covid-19 modificaron metodologías, dejaron de publicar proyecciones, y no están contando todos los casos de contagios y muertes que hay en el país. Los muertos no se ocultan, y cada vez aparecen más en el horizonte, identificados con otra enfermedad.
Tiene el control sobre las variables económicas, pero la forma como lo hace genera descontrol y una crisis que se profundiza. Sigue apretando a la burocracia central, y ajustes al presupuesto, que están afectando a sus programas sociales, porque el dinero que dice ahorrar mediante la austeridad, lo tira en obras tan estratégicas para el país como, por ejemplo, el complejo cultural en Los Pinos o el parque ecológico en Texcoco. Sus fobias perjudican a la población y dañan al erario.
El Presidente está emocionalmente afectado, y aunque es una observación que puede ser tachada correctamente de subjetiva, puede ser visto a través de las imágenes: Una, la forma como caminaba junto con su esposa en Palacio Nacional rumbo a dar el Grito del 15 de Septiembre, donde proyectaba agotada la investidura presidencial; dos, el viernes pasado, haciendo mofa con una risa forzada y extrañamente macabra, del titular de Reforma que mencionaba el número de masacres que ha habido en su sexenio.
El problema de López Obrador es que no se detiene un momento a reflexionar, porque no escucha ni a los suyos. O algunos de los suyos, también, le calientan las neuronas, aunque lo lleven a tomar decisiones equivocadas. Como le gusta leer, no está de más recomendarle que lea lo antes posible La Marcha de la Locura, de Bárbara Tuchman, donde documenta “la sinrazón” en la toma de decisiones. Algo debe sacar de ello, si lo hace en forma autocrítica, en beneficio de él y del país.