Aquí pena el alma de Pablo Escobar Gaviria (III)
Miami, FL.- Al terminar la Pequeña Habana se cruza un puente y se abre un hemisferio de edificios modernos, elevados, blanquísimos, cristal y platino con formas prodigiosas que parecen una postal del futuro, en que la arquitectura y el mundo vegetal han hecho las paces en una región maravillosa, por obra y gracia del buen gusto y del dinero.
Es Brickell, el distrito financiero de esta ciudad, que colinda con la zona residencial del centro de Miami, donde llegan los cruceros, están los palacios de las artes plásticas, la ciencia, la ópera, del mundo submarino, del deporte, los espectáculos, y se pueden ver muchos de los 210 rascacielos de este condado que tiene dos millones 700 mil habitantes.
- Oiga don José, ¿de dónde sale tanta plata? Cuénteme, le pido al chofer del Uber que me lleva de regreso a casa.
- En realidad Miami ha progresado mucho, en los 90, porque esto antes era una zona no recomendable, con delincuencia, vendedores de droga, y se fueron sacando esos núcleos, llegaron las constructoras, inmobiliarias, las inversiones, grandes bancos. Cambió el perfil.
“Ya veo, hicieron un paraíso”, le contesto a este ingeniero venezolano con modales de médico familiar, pausado y minucioso en sus explicaciones –“llegué mucho antes que Chávez”–, quien me indica con la mano un enorme y elegante póster protegido con acrílico en una calle que da a Viscayne Boulevard:
“Nuestro amado Dios que se murió”, se lee, y como fondo tiene la inconfundible cara y melena ladeada del narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria.
Sonrió para indicarme que “mire, y estamos al lado de la Arena, del Teatro de la Ópera, de Bay Side… Lo que leyó usted ahí debe ser el anuncio de alguna obra de teatro”.
-No hay teatros desde hace meses don José, no hay teatros, están cerrados. Y he visto que se venden, desde ocho hasta 14.99 dólares, playeras con la cara de un criminal que no nació en Florida, y murió en un enfrentamiento en la lejana Colombia hace 27 años.
Hay cafés y bares que veneran el recuerdo del ex jefe del cártel de Medellín que levantó su imperio aquí en Miami, donde puso una mansión en North Bay Road, junto al mar, valuada en 15.9 millones de dólares.
Desde ahí inundó de droga al país. El 70 por ciento de la cocaína que entraba a Estados Unidos lo hacía por la costa de Florida. También llenó de dinero al sur del estado.
Forbes tiene en sus registros que las ganancias de Escobar y su clan eran de 29 mil millones de dólares cada año. Eso en un país en recesión como buena parte de los años 80, se notaba.
“Los bancos del sur de Florida consignaban reservas por seis mil millones de dólares al año, mucho más que las reservas de otros estados”, recuerda el documentalista Billy Corben en entrevista con Juan Miguel Álvarez.
Ejemplifica el cineasta que recreó, 30 años después, cómo esta ciudad se convirtió en la preferida de los narcotraficantes colombianos: “sólo en Miami los negocios de bienes raíces valían unos mil millones de dólares anuales –con Estados Unidos en recesión–, las joyerías no daban abasto importando Rolex de oro, y las agencias de coches tipo Ferrari agotaban sus existencias en menos de un mes”.
Y balaceras, muertes violentas en lugares públicos, ascenso de las defunciones por sobredosis. En los años 80, dicen los periódicos de la época, “la morgue de Miami se saturó de cadáveres y hubo que poner los cuerpos en camiones refrigerados”. Suena conocido… suena conocido…
La fiesta duró hasta que el presidente Reagan selló el litoral y después con el Plan Colombia llegaron los marines a ese país sudamericano a “asesorar” a las autoridades colombianas. Fue la desgracia para México.
Ahora la droga entra por México. De acuerdo con la DEA, el 87 por ciento de la cocaína que ingresa a Estados Unidos lo hace por la frontera mexicana, y sólo 13 por ciento por el Caribe.
Y el casi el 100 por ciento de la heroína y metanfetaminas que llegan a EU tiene a México como país de origen, dijo Donald Trump la semana pasada, cuando pidió al vecino del sur “hacer más” contra el narcotráfico.
Si Pablo Escobar tenía ganancias anuales de 29 mil millones de dólares, lo de los cárteles mexicanos raya en la locura y en lo increíble, por lo exagerado se la cifra: “entre 120 y 140 mil millones al año” del dinero de los estadounidenses.
El negocio cambió y se disparó: en Estados Unidos un gramo de cocaína cuesta 153 dólares. El gramo de heroína, mil 168 dólares. Y el gramo de fentanilo, mil 600 dólares.
Todo, o casi todo, entra por México.
Los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación rebasaron por mucho, muchísimo, al cártel de Medellín.
El jefe de la DEA en Miami, Kevin Jake Carter, lo dijo en entrevista reciente al Diario de Las Américas: “Las organizaciones colombianas y mexicanas permanecen al tope de la jerarquía del crimen trasnacional en nuestro hemisferio. Sin embargo los mexicanos poseen un portafolio más amplio de narcotráfico. Dependen de los colombianos para producir cocaína, pero los mexicanos dominan la producción de metanfetaminas, heroína y fentanilo”.
Con Biden o con Trump, Estados Unidos dará un golpe sobre la mesa –al estilo Reagan–, a su vecino del sur (aunque después la heroína les entre por otras vías).
Toda la droga entra por México, y ya no por Florida.
Aquí están los edificios, las avenidas paradisiacas con el mar a la izquierda y a la derecha, el follaje, el comercio, los cruceros, los yates.
Y por lo que veo, en algunos también está el recuerdo. El recuerdo del arcángel del dinero: Pablo Escobar Gaviria.
(Mañana: Florida, la pata de conejo)