Normalizar la violencia
En los últimos años los mexicanos nos hemos acostumbrado a vivir con miedo, con incertidumbre, en un ambiente de hostilidades provocado por el avance de la delincuencia, todos los días se da cuenta de un hecho violento y no pasa semana sin sobresaltos. Los que se avecinan no serán meses fáciles, se conjugarán los efectos de la crisis económica con la violencia y el proceso electoral. Si las autoridades no ajustan la estrategia y refuerzan la prevención, vendrán tiempos mucho más sangrientos.
Los datos oficiales que las autoridades federales han dado sobre la violencia no muestran un panorama halagador; durante el primer año de gestión de Andrés Manuel López Obrador se hablaba de una cifra superior a las 37 mil muertes violentas, en el 2020 y pese a la pandemia la proyección oficial contempla que en este periodo se rebasarán los 40 mil decesos.
El problema delictivo parece imparable y está presente a lo largo de todo el territorio nacional; hay zonas que históricamente han sido violentas, pero de un tiempo para acá otras regiones que no presentaban niveles delictivos tan altos se han convertido en espacio de disputa.
En Morelos el problema no es nuevo, aunque las cosas se agravaron en el 2009 tras la muerte en Cuernavaca de Arturo Beltrán Leyva; ese fue el punto de inflexión en el estado, el momento cuando las cosas cambiaron radicalmente y la violencia se disparó hasta niveles que nunca habíamos visto. Luego de la muerte del también llamado “Jefe de jefes” los morelenses comenzamos a ver y vivir situaciones inéditas; a partir de ahí Morelos paso de ser un estado tranquilo a un lugar en pugna permanente.
Han transcurrido más de diez años desde que la delincuencia se disparó en Morelos; tres administraciones distintas han enfrentado esa situación con malos resultados; ninguna estrategia ha funcionado hasta ahora..
Marco Adame fue omiso con el tema, se especuló que su administración había vendido la plaza y generado acuerdos de impunidad con grupos de narcotraficantes. Graco Ramírez fue acusado de lo mismo y, aunque tuvo un jefe policiaco muy bueno para el teatro y la pantomima, en el ciudadano quedó la impresión que también pactó con la delincuencia.
Hoy le toca a Cuauhtémoc Blanco enfrentar ese reto y hasta el momento las cosas no le han salido bien; los niveles delictivos no disminuyen a pesar de que el discurso oficial afirma lo contrario, el caos es el común denominador en todas las acciones policiacas y los resultados confirman que la estrategia no funciona como todos quisiéramos. Igual que en el pasado, hay quienes afirman que otra vez hablan de complicidades.
Pero el problema más grave que deja esta situación no son solo las derivaciones del mando Coordinado de Policía y los constantes hechos violentos que cada día suceden en distintas partes de la entidad. Lo peor es la apatía ciudadana ante un problema que nos involucra a todos, que pega diariamente y que ha lastimado a miles de familias.
Obsérvenlo desde este ángulo, lectora lector queridos: todos los días, sin exagerar, todos los días están matando gente en el estado; un día se trata del ajusticiamiento de alguien que va caminando y es agredido por sujetos a bordo de una motocicleta, al otro es el ataque armado a un lugar, sin importar que estén presentes menores de edad; hoy escuchamos que en un municipio apartado de la capital alguien apareció descuartizado y mañana veremos cómo ejecutan a una persona saliendo de su casa en Cuernavaca. Es así todos los días.
¿Y qué sucede? Nada. Absolutamente nada.
En defensa de las autoridades se puede decir que es muy difícil, casi imposible, impedir el ataque programado contra alguien; no hay forma de saber con anticipación cuando va a ocurrir una ejecución, ni manera de prevenir que una cosa así suceda.
Lo que sí se puede hacer, pero no se hace, es actuar de inmediato y capturar a los responsables de la violencia cuando intentan escapar, no existe una estrategia de acción inmediata y efectiva que reaccione ante este tipo de hechos, que despliegue rápidamente a la policía y evite que los delincuentes se vayan con facilidad, como sucede siempre.
En Morelos se han colocado cientos o miles de cámaras desde el sexenio pasado, se presume que tenemos uno de los Centros de Control y Comando policiaco más modernos y funcionales del país, pero nunca ha sido capaz de captar nada en video. Aquí entra una interrogante ¿En verdad no se graban los hechos o quienes graban protegen a los delincuentes?
Se puede cuestionar el desempeño de las autoridades o se pueden escuchar o leer los discursos oficiales y revisar las estadísticas; al final lo que prevalece es lo que sucede todos los días en las calles, los hechos de violencia que le pegan a todo mundo y los crímenes que cotidianamente quedan sin castigo.
Desde hace años se aborda el tema de la inseguridad y la violencia como un problema estructural, que ha rebasado la capacidad de los gobiernos e involucra a figuras de todos los niveles en la política. Lo que poco se comenta es el rol que como ciudadanos hemos asumido ante esta situación, la pasividad en la que nos encontramos, el conformismo en el que caímos y la falta de solidaridad con los demás.
Ya nos acostumbramos a vivir entre balaceras y hablar todos los días de muertos, no nos hace mella que hoy maten a una decena de personas en un velorio, ni que mañana pierda la vida un niño en el fuego cruzado. En Morelos ya nos acostumbramos a vivir entre sangre y fuego, a compartir historias de violencia y contar los caídos como un simple número, no como una vida interrumpida.
Ahí esta el verdadero problema que estamos viviendo como sociedad, nos volvimos pasivos ante el dolor de los demás, ante el sufrimiento de la gente que no conocemos, indolentes ante la tragedia ajena, reaccionamos solo cuando las balas o la sangre nos toca y le pega a alguien cercano.
Esa indiferencia se ha convertido en la mejor herramienta de nuestras autoridades; por grave que sea la situación quienes nos gobiernan en México, saben que la gente ya no reacciona ni hace nada. Hay casos que son llamativos, pero incluso ahí lo único que hacemos es levantar la voz un día en las redes sociales y luego continuamos la vida como si nada hubiera ocurrido. El enojo social no duran más de 24 horas.
Esta semana las balas tocaron a varias personas, todas importantes, pero una particularmente llamativa; la ejecución de Juan Jaramillo Frikas consternó a muchas personas, se trató de un exdiputado local y federal, miembro dos veces del cabildo capitalino, activista social y comentarista en varios espacios de opinión.
Pero sobre todo hablamos de un personaje de la comunidad, alguien a quien muchos conocíamos desde hace años, parte de una de las familias más tradicionales de la capital y conocido por todos por su personalidad. Juan Jaramillo, dicho por su propia hija, era un hombre querido y respetado por muchos, a otros les caía gordo, pero para nadie pasaba desapercibido.
Su muerte nos tomó por sorpresa porque nadie esperaba que esto sucediera, pero trágicamente ocurrió. El día de su muerte hubo muchas expresiones de solidaridad e indignación en las redes sociales, pero al día siguiente la noticia de su muerte solo estuvo en la portada de un diario.
¿A quien le importa que hayan matado a Juan Jaramillo? ¿A quien le importa que todos los días maten a tantas personas? ¿Quién se preocupa de que los crímenes no queden sin castigo? ¿Quién hace algo para que las autoridades cumplan su labor y atrapen a los delincuentes?
Esa es la más grave tragedia que estamos viviendo en todo México: las historias de sangre llaman la atención un día y de inmediato se olvidan; la gente se ha acostumbrado a vivir entre la muerte y a desechar a las personas; contabilizamos el número de ejecuciones, pero no dimensionamos que cada número representa una vida cortada o una familia rota.
Todo puede pasar en México, porque aquí nunca pasa nada, porque entre los ciudadanos y los gobiernos existe un divorcio que favorece a los criminales.
posdata
Lejos quedaron los tiempos en los que alguien alzaba la voz en el tema delictivo; la nueva realidad social del país es más extraña que la nueva realidad sanitaria que nos dejó el covid-19.
Ya no hay grupos que pugnen por los derechos humanos ni que exijan justicia por los muertos que todos los días aparecen esparcidos en el territorio nacional. En Morelos desapareció la coordinadora de movimientos ciudadanos que en 1996 luchó contra Jorge Carrillo Olea y en el sexenio pasado contra Graco Ramírez; incluso el obispo de Cuernavaca bajó la guardia y se alejó de los problemas que golpean a sus feligreses y a su propia comunidad eclesiástica.
El estado necesita de este tipo de expresiones para avanzar, no para luchar contra alguien o contra algo, no contra un gobernador ni contra un gobierno, sino para expresar el dolor que sienten miles de personas a causa de este mal que nos golpea desde hace años y para que las delincuencia no se vuelva algo normal.
Si no existen este tipo de voces, si todos nos quedamos callados y aguantamos los golpes sin chistar, no hay motivo para que las autoridades hagan mejor su trabajo o reaccionen ante lo que está mal. Si todos volteamos la vista la violencia se volverá parte de nuestro día a día y seguiremos contabilizando muertos y tragedias sin inmutarnos… hasta que nos toque.
La delincuencia está acabando con nuestra tranquilidad, con nuestras esperanzas y hasta con nuestros líderes y voces sociales.
nota
El diputado Marcos Zapotitla, acusado de violar a una mujer, ha trazado una estrategia de defensa basada en los consejos y la opinión de su abogado. Pero no es cualquier abogado, se trata de Cipriano Sotelo, un profesionista del derecho que cotidianamente litiga en medios y en algunas ocasiones ha tratado de incursionar en política.
El abogado Sotelo dice que su cliente no pedirá licencia al cargo ni renunciará al fuero porque “se puede ir a Atlacholoaya”, es decir, porque derivado de la denuncia que existe en su contra lo pueden encontrar culpable y meter a la cárcel. Y añade: la denuncia, “va para largo” y quizá supere el periodo para el cual Zapotitla fue electo.
Vaya defensa la de Cipriano Sotelo; que desafortunadas expresiones de un hombre en un tema tan delicado; se trata de uno de los delitos más deleznables que existen, probablemente fue cometido por un representante popular y Cipriano Sotelo lo minimiza, como si fuera cualquier cosa.
El partido al que pertenecía Zapotitla ya dio un paso al lado; el PES se ha desmarcado del oscuro personaje porque al parecer se han dado cuenta que no se trata solo de dichos o de un “ataque político” como afirma el diputado. “Yo le pido que se separe del partido y le recomiendo que renuncie al cargo”, dijo hace unos días el presidente de Encuentro Social Jorge Argüelles Vitorero.
Marcos Zapotitla se rehusa a enfrentar esta situación sin cobijo político y eso hace pensar que tiene miedo, sabe que algo hizo y entiende que por ello puede ser procesado; por eso Cipriano Sotelo dijo que “se lo pueden llevar a Atlacholoaya”.
Es lamentable que un representante popular forme parte de una historia tan lamentable como esta y es terrible que su abogado litigue en medios para obtener favores políticos para su cliente.
Personalmente creí que Cipriano Sotelo era un hombre respetable, con principios y con ética. Ya no lo creo más.
post it
Los días de Hugo Erick Flores como súper delegado en Morelos podrían estar contados. Ahora que su partido obtuvo el registro nacional y necesita de muchos votos en la siguiente elección para conservarlo deberá decidir en donde quiere estar, allá o acá.
Imposible que esté en ambas posiciones.
redes sociales
¿Y si se va Hugo Erick quien llega?
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