El peor día en la vida de Adrián LeBarón
Un año más tarde la familia está a merced de un aparato de justicia que solo ha logrado cumplimentar dos órdenes de aprehensión por el delito de homicidio
Tres mujeres y seis niños de la familia LeBarón fueron asesinados brutalmente en Bavispe, Sonora, la mañana del 4 de noviembre de 2019. Los atacantes, miembros del grupo delictivo conocido como La Línea, incendiaron uno de los vehículos. La mayor parte de las víctimas fueron calcinadas. De ellas, solo quedaron “unos pocos huesos carbonizados”.
Adrián LeBarón se hallaba en Galeana, Chihuahua, cuando una llamada le informó que “algo había ocurrido”. Había hablado con su hija Rhionita la noche anterior. Le avisó que al día siguiente saldría en caravana rumbo a Galeana con sus cuatro hijos, así como con otras dos mujeres y varios niños de la familia. Rhionita pensaba ir a Phoenix para reunirse con su esposo. Sus acompañantes habían sido invitadas a una boda.
La hija de Adrián no llegó. Lo que llegó fue una llamada.
“Hubo tiros en la sierra —le dijeron a Adrián— y casi todos están muertos”.
Un niño de 13 años que había sobrevivido al ataque contra la caravana caminó 14 kilómetros hasta la comunidad mormona de La Mora y contó que las tres camionetas en que viajaba la familia habían sido balaceadas.
Así comenzó el peor día en la vida de Adrián LeBarón. “Organicé gente para que me acompañara, junté varias trocas, algunos policías federales se juntaron para que no llegáramos solos. Vino también un convoy de la Sedena, pero al llegar allá no quisieron subir, no nos dejaron subir, decían que había mucha balacera arriba”, relata.
Habían pasado casi 12 horas cuando LeBarón llegó al lugar:
“Fuimos los primeros en llegar. Vi las dos Suburban balaceadas, los niños muertos. Vi después, más arriba, la camioneta de mi hija calcinada. Adentro había figuras quemadas, cuerpos vueltos ceniza. Mi hija estaba completamente quemada, sus huesos hechos carbón. También sus dos cuatitos. La tercera niña estaba en el asiento de atrás y el cuarto niño había quedado con la puerta abierta, como si hubiera intentado salirse. Aquello era terrible. Algo imborrable. Sentí dolor, impotencia, encabronamiento. Un año después no se me quita el coraje”.
Desde hacía muchos meses se había denunciado ante las autoridades la presencia de grupos criminales en el camino de Bavispe. Habían desaparecido personas. El crimen organizado tenía puestos de vigilancia en aquella ruta. Con esa información sucedió lo de siempre: nada. Absolutamente nada.
De pie frente a los restos carbonizados de su hija y sus cuatro nietos, LeBarón juró “entrarle al toro por los cuernos, no parar hasta que hubiera justicia para ellos”.
Un año más tarde la familia está como al principio: lastimada, ignorada, rodeada de mentiras y a merced de un aparato de procuración de justicia que solo ha logrado cumplimentar dos órdenes de aprehensión por el delito de homicidio, cuando se sabe que al menos un centenar de sicarios tomó parte en los hechos donde nueve personas perdieron la vida.
Aquella madrugada, los sicarios de La Línea atacaron Agua Prieta, Sonora, donde opera un grupo ligado al Cártel de Sinaloa. Los agresores llegaron a Agua Prieta a las tres de la mañana y comenzaron a matar gente, a quemar casas y autos.
Cuando el ataque terminó, algunos de los sicarios “brincaron” a Estados Unidos. Otros regresaron por Bavispe. La versión más sólida indica que al ver las camionetas de las mujeres pensaron que sus contrarios los perseguían, y que al darse cuenta del error decidieron borrar con fuego todo rastro.
En agosto pasado el presidente aseguró que las investigaciones del caso estaban por concluir y que la mayoría de los responsables de la matanza habían sido detenidos.
“Es una reverenda mentira”, respondió Adrián LeBarón.
A nueve meses de los hechos, solo una persona había sido detenida en relación con el homicidio de la familia. Una de cien.
A lo largo de este año, los LeBarón han caminado de Cuernavaca al Zócalo; acompañaron en Tamaulipas a familias de “buscadores”; marcharon en Puebla al lado de víctimas de secuestro; apoyaron a los padres de niños con cáncer; se unieron a la gente que tomó las calles en Chilapa, Guerrero, para protestar por la violencia desatada por el crimen organizado; se han reunido diez veces con personal de la SEIDO y tres veces con el presidente de México.
Un año después ni siquiera saben cómo, en que orden ocurrieron las muertes de los suyos. Un año después saben que de los sicarios que tomaron parte en la masacre, al menos 20 han sido totalmente identificados, y que sin embargo “no hemos tenido justicia con respecto al fatídico día” y en cuanto a resultados “nos han quedado mucho a deber”.
“Todas estas omisiones y faltantes son responsabilidad de un gobierno poco capaz”, dice LeBarón.
La familia ha sido amenazada varias veces este año. El propio crimen organizado ha intentado amedrentarla. Julián LeBarón tuvo que salir del país. A Adrián LeBarón lo detuvieron en una caravana realizada en Nuevo Casas Grandes. Los gobiernos de Sonora y de Chihuahua han brillado por su ausencia.
Pero ayer, cuando “curiosamente”, según Adrián, se cumplía un año de la tragedia, la Fiscalía General de la República anunció la detención de otro probable involucrado en los hechos ocurridos en Bavispe.
Menos mal.
Ahora solo hace falta detener a los otros 98 involucrados para que por fin las víctimas del 4 de noviembre obtengan justicia.