Necia negación de la violencia
Un empresario aguacatero con huertas en Michoacán confiesa que no está dispuesto a invertir un peso más en México mientras tenga que seguir pagando derecho de piso para sacar su producto.
Un constructor del Estado de México me asegura que el precio de los materiales —piedra, arena y grava— se elevó en 30 por ciento porque el crimen organizado tomó control de las minas y monopolizó las ventas.
Un hotelero de Cancún me cuenta que, a pesar de la pandemia, los malos continúan merodeando su negocio: “Los dueños del territorio son ellos, o te arreglas o te dedicas a otra cosa”.
El jueves 29 de octubre el conductor de noticias del canal 6 de Ciudad Juárez, Arturo Alba Medina, fue asesinado por una ráfaga de balas.
Florisel Ríos Delfín, alcaldesa de Jamapa, Veracruz, fue secuestrada el martes 10 de noviembre y, horas más tarde, su cuerpo apareció sin vida en un municipio vecino.
El miércoles 11 de noviembre, durante la madrugada, un hombre que transportaba una maleta sobre un diablito fue detenido en la calle Magnolia de la colonia Guerrero de la Ciudad de México. Cuando la autoridad abrió aquella pieza de equipaje halló dentro los restos de dos adolescentes, de 12 y 14 años.
El miércoles 18 de noviembre una monja de la orden dominica recibió una bala en la pierna derecha, mientras llevaba víveres para un grupo de indígenas desplazados a la comunidad de Tabak, municipio de Aldama, en el estado de Chiapas. La autoridad señala como responsable a un grupo de paramilitares que operan en la zona.
La evidencia es incontrovertible: la violencia en México es un animal indómito. Por eso uno de cada dos mexicanos reprueba la política de seguridad del gobierno. A diferencia de otros temas, el presidente Andrés Manuel López Obrador es evaluado negativamente por su gestión de la amenaza criminal.
Acaso lo que más irrita es la negación. El pasado jueves 19 de noviembre Ricardo Mejía Berdeja, subsecretario federal de Seguridad y Protección Ciudadana, hizo una extensa presentación en la conferencia mañanera donde se atrevió a afirmar que la incidencia delictiva del país iba a la baja.
Según las cifras que expuso ante el Presidente, 15 de los 18 delitos más comunes mostraron un descenso. Solamente el homicidio y el feminicidio han crecido, argumentó, pero se encuentran en la línea de contención”
Desde Felipe Calderón a la fecha los gobernantes creen que, por obra de sus palabras, los demás pasaremos por alto su incapacidad para pacificar al país.
No se vale maltratar así la inteligencia de las personas. En este tema somos gente adulta a la que, después de tanto engaño, no es fácil dorarle la píldora.
Presumió Mejía Berdeja que en este 2020 descendieron las cifras de delitos como el hurto en casa habitación, el secuestro o el robo de vehículos, a transeúnte y en transporte público.
Los números no engañan, pero este funcionario sí lo hace. Estos crímenes se redujeron por razones ajenas a la autoridad.
El covid-19 modificó las conductas de los ladrones y de las víctimas. Este año solo una fracción de personas viajó en transporte público, las calles estuvieron vacías por semanas y muchos automóviles permanecieron estacionados.
Objetivamente no había condiciones para que los delitos mencionados por Mejía Berdeja crecieran.
Por otro lado, tampoco era propicia la circunstancia para que las víctimas acudieran a denunciar ante la autoridad. El riesgo de contagio en un lugar como el Ministerio Público inhibió la denuncia y probablemente también el hecho de que los tribunales estuvieran cerrados.
Sorprende, sin embargo, que en este mismo contexto de pandemia, la extorsión, el homicidio y el feminicidio hayan seguido creciendo. Es rematadamente falso que alguno de estos delitos se halle detrás de la línea de contención.
Retomando la metáfora bélica, en este año el enemigo brincó cuantas veces le dio la gana la supuesta línea, dejando un reguero de gente sin vida.
No hay evidencia de que el crimen organizado haya optado por el confinamiento. Todo lo contrario, al parecer los victimarios aprovecharon que la población estaba encerrada para crecer la frontera del territorio que gobiernan y, cuando encontraron resistencia de sus adversarios, no les importó utilizar pólvora para eliminarlos.
Según María Salguero, especialista en violencia contra las mujeres, ocho de cada diez feminicidios tienen también como origen las pugnas entre el crimen organizado. La mayoría de las bandas utilizan el cuerpo de las mujeres para mandarse mensajes macabros entre sí.
El ritmo de homicidios dolosos y feminicidios es muy parecido al que se observa desde hace más de 20 meses, entre 2 mil 500 y 3 mil mensuales.
¿Cómo explicar que la pandemia no haya inhibido la letalidad? Esta es la pregunta que Mejía Berdeja tendría que estar explicando en lugar de manipular los números.
El presidente Andrés Manuel López Obrador repite que esta circunstancia devastadora para el país es el resultado de 30 años de neoliberalismo. Suponiendo, sin conceder, que tenga razón, sus gobernados no tendremos paciencia para aguantar otros 30 años mientras el país se pacifica.
El recurso de echarle la culpa a los gobiernos del pasado ya se agotó. Felipe Calderón responsabilizó a Vicente Fox y Enrique Peña Nieto a Felipe Calderón. La cantaleta la hemos escuchado tantas veces que nos volvimos inmunes.
Este tema no se merece más propaganda gubernamental. La negación es una de las peores expresiones de la violencia. Lo sabe cualquier víctima, lo saben sus familiares, lo sabemos todos.
@ricardomraphael