El perdón es —en el servicio público— el más saludable ejercicio de autocrítica —entre mujer y hombre de Estado— en democracias maduras. Y es que, perdón y disculpa, confirman que en democracia no cabe el pensamiento infalible, intocable, mesiánico y/o autoritario. El perdón es, además, prueba de que presidentes y/o primeros ministros no son dioses; prueba que son falibles. Hasta el papa Francisco ha pedido perdón.
Y solo en regímenes populistas, dictatoriales y de sátrapas del poder no hay lugar para la autocrítica y el perdón. ¿Por qué? Porque en su mesianismo los populistas, dictadores y sátrapas son infalibles y sus acciones, decisiones y declaraciones, son propias de una divinidad.
En México han pedido perdón presidentes como López Portillo, Felipe Calderón y Enrique Peña, éste último en dos momentos. En el primer caso, López Portillo pidió perdón por no haber acertado a sacar a los pobres de la miseria. Calderón pidió perdón a los padres de desaparecidos, y Peña Nieto por el daño causado a las instituciones, por el escándalo de la casa blanca.
En el mundo contemporáneo pidieron perdón —por errores de hoy y de la historia— Barak Obama, Ángela Merkel, Francois Holland, Mariano Rajoy, Juan Manuel Santos, Laura Chinchilla, Lula, Juan Carlos de España y el papa Francisco, entre otros.
Pero el segundo perdón de Peña Nieto tiene tintes históricos. ¿Por qué? Porque el Presidente no solo acepta un error político —el de la casa blanca—, sino que lo acompaña de la solución: el Sistema Nacional Anticorrupción.
Peña Nieto pidió perdón, no porque reconozca haber cometido un delito, sino porque cometió un error político: haber permitido que sus acciones privadas dañaran la imagen institucional. Por eso —y en respuesta al daño institucional, de sus gobiernos y del PRI—, ayer Peña Nieto mandó la señal de que el último tercio de su gobierno será de combate a la corrupción, que no habrá "año de Hidalgo" y que caerán los corruptos del PRI y de otros partidos, como dijimos en el Itinerario Político del 1 de julio.
Por eso el cambio generacional en el PRI y la llegada de Ochoa Reza; por eso el discurso del nuevo jefe del PRI a favor de sancionar de manera ejemplar a gobernantes ratas. Y por eso la acción de inconstitucionalidad de la PGR contra los gobernadores pillos de Veracruz, Quintana Roo y Chihuahua.
Es decir, Peña Nieto lleva a cabo lo impensable —luego del resultado electoral del 5 de junio—, inicia una cruzada contra la corrupción, con el ejemplo por delante. Y obliga la pregunta: ¿el PAN será capaz de entender el mensaje? ¿Lo entenderá el PRD? Veremos la congruencia de azules y amarillos.
Por lo pronto, está claro que la transparencia y la corrupción tienen sin cuidado a Andrés Manuel López Obrador, quien nunca pedirá perdón por pillerías como las de Bejarano y Ahumada; por las raterías de los "Segundos Pisos", por el cobro del diezmo a trabajadores del GDF; por las mentiras de que vive de la venta de libros y donativos de "solovinos"; por las mentiras del fraude electoral de 2006 y 2012; por el daño causado a millones de ciudadanos con el plantón Zócalo-Reforma y por el gran engaño de que en más de una década ha vivido sin trabajar, entre una montaña de mentiras y engaños que solapan fanáticos del populismo.
El perdón es cualidad de los demócratas y las democracias maduras; la mentira, el engaño y los políticos mentirosos son propios de dictaduras, populismos y totalitarismos.
Al tiempo.