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El adiós de Romo y sus consecuencias

Alfonso Romo tomó la decisión de dejar la Oficina de la Presidencia de la República.

En el tuit en el cual el presidente López Obrador dio a conocer lo anterior, señaló que el acuerdo con Romo había sido que se hiciera cargo de esa posición durante un par de años y que el plazo había terminado.

Seguramente había ese trato. Romo nunca necesitó ser parte de la administración pública, sin embargo, desde la campaña electoral tuvo un rol protagónico que iba mucho más allá de sus necesidades y tenía que ver más con sus aspiraciones.

Casi con seguridad, tanto López Obrador como Romo sabían que la salida de este último podría ser interpretada como resultado de un distanciamiento con el sector privado.

Aunque el presidente haya señalado que Romo seguirá siendo su principal enlace con el empresariado, es evidente que su ascendencia no puede ser la misma sin una posición en la propia Presidencia.

Si los planteamientos de Romo hubieran tenido eco de manera cotidiana en la confección de las políticas públicas de esta administración, no hubiera importado el plazo que se hubiera fijado previamente. Seguramente hubiera seguido como uno de los hombres influyentes en la conducción del país.

Romo siempre explicó que tenía suficiente confianza con el presidente de la República para expresarle de manera abierta sus acuerdos y desacuerdos. Era el presidente quien decidía en qué medida tomaba en cuenta su opinión.

Ahora, es factible que el sector privado pierda un conducto a los oídos de López Obrador.

Corrijo. Viendo los hechos, es probable que ese conducto se haya perdido ya desde hace bastantes meses y que ahora simplemente se esté formalizando esa circunstancia.

Pese al cuidado con el cual actuaba para no herir susceptibilidades, Romo chocó desde hace mucho tiempo con los funcionarios públicos del sector energético.

La visión presidencial de fortalecer a toda costa a Pemex y a CFE, incluso en detrimento de las inversiones que ya había realizado el sector privado, desgastó permanentemente a Romo, quien en foro tras foro alentaba a las empresas a invertir.

La realidad es que no habrá cambios mayores en el corto plazo tras la salida de Romo, pero sí los hubo desde hace ya bastantes meses.

Hasta el tercer trimestre del año pasado se percibía la posibilidad de que los empresarios privados fueran tomados seriamente en cuenta en la confección de políticas públicas.

El primer choque vino en materia de electricidad e hidrocarburos. Pero, el punto culminante fue el diferendo respecto al modo de gestionar la crisis económica que derivó de la pandemia.

Y, ahora aunque se ha abierto la negociación en el tema de la subcontratación, se respira un ambiente de conflicto.

No importa que muchos empresarios tengan acceso al presidente y que las principales organizaciones sean recibidas frecuentemente en el Palacio Nacional. Lo que es claro es que las opiniones de este sector pesan cada vez menos.

A lo largo del primer semestre del 2021 esta circunstancia se hará aún más clara, pues la prioridad del presidente se moverá al terreno electoral.

Los criterios para definir el valor de una propuesta o de una política van a tener que ver cada vez más con la cantidad de votos que sean capaces de llevar a Morena o a sus aliados que con cualquier otra cosa.

Desde este espacio, hemos comentado insistentemente en la necesidad de un golpe de timón en las políticas públicas, si se quiere impedir que tengamos varios años de muy bajo crecimiento.

Pareciera que ese golpe llegó… pero para irse en sentido contrario del que hoy se requiere.

Ámbito: 
Nacional