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SIN RODEOS

El perdón y el veneno

Aun al referirse a la noble acción de perdonar se sobrepone en él su enfermedad destructiva, disruptiva y corruptora; saca de ultratumba odios, resentimientos y complejos de inferioridad alimentados por el maniqueísmo de la vieja historia oficialista.

Aprovecha que en 2021 se cumplirán 500 años de la caída de Tenochtitlán para exigir al gobierno español que nos pida perdón por los crímenes que fueron perpetrados por cientos de ambiciosos peninsulares europeos y docenas de miles de tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos también sojuzgados por los aztecas.

El absurdo reclamo nada tiene que ver con el perdón, pues este es un acto personal e interior que no requiere de solicitud ni sirve para deshacer agravios, sino para liberar la carga emocional del agraviado y la culpa del agraviante.

Al exigir que otro nos pida perdón, solo busca propagar su psicosis personal y lo impulsa su necedad de validar una idea neurótica y falaz. El supuesto obligado no fue parte de ese agravio; y siendo el perdón un asunto estrictamente personal, es estulticia hiperbólica demandar de alguien una disculpa por lo que hicieron otros, que, además, ya no viven, y cuando vivieron no mostraron arrepentimiento de lo que algunos consideran una ofensa contra los mexicanos de hoy (que tampoco existían entonces).

Es perverso reducir la compleja trama de causas y efectos, de acciones y consecuencias, de tiempos y creencias, producto (como toda conquista) del encuentro y fusión de sangres y de culturas, a la narrativa caduca y maniquea de “malos contra buenos”; es seguir infectando a la nación con el más viejo y tóxico: “ellos contra nosotros”; es distraernos del presente con la simplificación burda de un pasado que no pasó como lo presenta el hoy reclamante.

El Presidente falsea el concepto del perdón cuando exige que se nos pida, tuerce la historia al remachar nuestra condición de víctimas ultrajadas desde antes de nacer y para siempre; y pretende ser un magnánimo perdonador, ocultando la catástrofe que su cerebro enfermo causa a la nación.

Si tanto le importa el perdón, que lo otorgue a título gratuito (sin que nadie se lo pida) representando al “pueblo bueno”, aunque estalle la carcajada de los que (insisto) no son parte del supuesto agravio.

España no es el reino de Castilla ni México es Tenochtitlán. Si López Obrador, nieto de un español, no entiende el actual mosaico nacional, deberá esperar a que mexicanos y españoles lo perdonemos por andar de cizañero cazando quimeras y buscando penachos, en vez de cumplir su obligación de gobernar con dignidad y eficacia.

Juan Pablo II visitó en la cárcel al que lo baleó para decirle que lo había perdonado; el agresor respondió que, de salir, le volvería a disparar. El Papa remachó: “y yo te volveré a perdonar”. Ese Papa no fue un farsante.

Ámbito: 
Nacional