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SIN RODEOS

¡Feliz Navidad!, pero en privado

Ayer se cumplieron 10 años de haber salido de la tumba que durante 7 meses y 7 días fue mi residencia, impuesta por unos secuestradores.

El secuestro es tan traumático y devastador para algunas víctimas, que jamás recuperan su libertad; quedan atrapadas entre cicatrices y recuerdos, y por fantasmas que entraron y siguen en sus cerebros. Cuando hay cura, suele ser larga y no siempre total; permanecen residuos tóxicos en sus inconscientes, y ellas deambulan abrazadas al terror.

Hay otros casos en que los secuestradores atrapan solamente a cuerpos humanos, y solo ahí golpea la saña que se requiere para que el negocio sea rentable. Afortunadamente yo fui y soy uno de estos. Mi ánimo de vivir y mi disposición para morir no entraron en conflicto; fueron aliados que recíprocamente se fortalecieron; se burlaban de rejas y candados, entraban y salían del lugar sin pedir permiso, con la certeza de que solo existe un destino para el hombre: la libertad; salvo que renuncie a ella.

Porque no hay mal que por bien no venga —y lejos del Síndrome de Estocolmo— las lesiones sufridas en el cuerpo son insignificantes frente a la riqueza que toda tragedia nos oculta, y que con buena filosofía podemos aprovechar.

Constaté que la prisión es un espacio propicio para meditar sobre lo trascendente. La rutina de ir y venir de todas partes y a ninguna, agota nuestro tiempo en la superficie, en lo de poca monta y en el espectáculo banal.

Repasé la Historia y el presente, de manera especial sobre lo risible que es el poder de los poderosos; la imbecilidad de soberbios encumbrados, y la gloria rupestre y efímera de dioses de pacotilla.

Me quedó claro que todos los seres humanos, sin pensarlo y sin cesar, rendimos tributo a la muerte, pues cada instante vivido, a ella le pertenece. Además —y de importancia para enfrentar los desafíos de la vida— recordé que todo lo material que somos o poseemos lo perderemos, y que nadie nos puede quitar algo que no nos vaya a quitar la muerte.

Cierto, cuando un año finaliza se acostumbra desear para todos una Navidad con paz en el alma, y con alegría en la familia y en la sociedad; sin embargo, no podemos cerrar los ojos ante las matanzas diarias de seres humanos; unas, a manos de locos con metralleta, y otras, ocasionadas por el desvío de cientos de miles de millones del erario para satisfacer los caprichos de su Alteza Serenísima (aeropuerto, Dos Bocas, Tren Maya y el despilfarro electorero) llevando a la muerte a niños con cáncer y a muchos miles infectados de covid, sin médicos, camas, instrumentos y medicinas suficientes, y sin fármacos que les permitan, siquiera, agonizar y morir sin horrendo dolor.

Con un gobierno que odia a los ricos, y mata a los pobres, en México ¡feliz Navidad! se ha de decir en privado; para millones es insulto cruel.

Ámbito: 
Nacional