Liderazgo y oposición
Entre muchas otras, una de las peculiaridades que tendrá el siguiente proceso electoral en Morelos es la carencia de liderazgos. Ninguno de quienes participarán en los diferentes cargos de elección popular tiene ascendencia social más allá de un pequeño territorio; en el mejor de los casos habrá algunos candidatos con cierta rentabilidad, pero nadie con las características que describen a un líder. Como si eso no fuera suficiente en el estado tampoco hay oposición.
La elección del próximo mes de junio es de enorme trascendencia para el gobernador y para todos los ciudadanos del estado; para el primero representa un punto de evaluación de su trabajo, el refrendo de la confianza obtenida en el 2018 y sobre todo la posibilidad de mantener el control de las instituciones. Para la gente es un momento que permite calificar el trabajo de las autoridades, replantear el camino o confirmar a través del voto la confianza en quienes ostentan el poder en el estado.
En la boleta electoral de junio habrá 23 partidos y cada uno de ellos tendrá la posibilidad de postular candidatos en 36 municipios acompañados de su respectiva fórmula al cabildo, 12 candidatos a diputaciones locales y 5 a escaños federales; además deberán registrar una lista con quienes accederían a los congresos por la vía plurinominal a los congresos local y federal.
Hablamos de cientos de nombres de mujeres y hombres, muchos más de los que un ciudadano cualquiera es capaz de recordar y muy por arriba de lo que hemos visto en las pasadas elecciones.
Pero en medio de tantos nombres y siglas lo que no hay es alguien que destaque por su liderazgo, que tenga la capacidad de llamar la atención o de sumar esfuerzos en una misma línea; está por supuesto el Movimiento de Regeneración Nacional cuya intención de voto es superior a la del resto de los partidos, pero incluso ahí, salvo excepciones como las de Jiutepec con Rafael Reyes o Jojutla con Juan Ángel Flores, en todos los demás espacios Morena va con perfiles discretos que no le garantizan el triunfo.
El proceso electoral del 2021 se ha analizado desde diferentes ángulos, cada uno tiene su opinión al respecto y lo observa a partir de su particular punto de vista. La constante es que no existe una figura con liderazgo, alguien cuya fuerza individual sea orgánica y no producto mediático de la inyección de recursos en publicidad.
No tenemos enfrente una voz que se escuche más allá de su espacio ni de las siglas que representa, alguien que trascienda el momento de la elección y a quien se le considere una luz en medio de la oscuridad. Ninguno desde la sociedad civil, en los partidos o en el gobierno tiene hoy las cualidades para considerarse un líder más allá de su cargo o su postulación.
El tema es delicado porque la falta de liderazgos es un ingrediente fundamental de la descomposición social y política que vivimos; al no existir una voz respetada ni tampoco una oposición social o política real, lo que queda es un escenario plano, donde todos son iguales y en el que los problemas se normalizan. Como sociedad hemos llegado al punto de acostumbrarnos a lo anormal y a democratizar la mediocridad.
Las consecuencias de esto vas más allá de un proceso político, porque pasada esta etapa los problemas seguirán ahí y quienes asuman las riendas de las instituciones después de la primera mitad del sexenio no tendrán la fuerza social ni la representatividad política para cambiar las cosas.
En Cuernavaca, por ejemplo, veremos la pelea entre una figura que representa la continuidad del status quo, alguien recién llegado al estado, con mucho dinero y cuya estrategia electoral tiene como base captar los votos del obradorismo y un abogado reconocido y respetado, pero sin equipo, sin experiencia en administración pública ni recursos. Ambos pueden considerarse buenos candidatos (depende de quien los vea) pero ninguno es un líder.
Lo mismo que estamos viendo hoy ocurre desde hace varios años, de ahí el declive que vivimos como sociedad; hace mucho tiempo que no tenemos un guía que represente los intereses de la gente más allá de un momento, alguien que conduzca a la gente, que promueva cambios y haga que algunas cosas mejoren. No lo hay en ningún partido político y por consecuencia tampoco lo hay en el gobierno, tampoco aparecen entre la sociedad civil y hasta en la iglesia la representatividad del obispo se ha apagado.
La falta de liderazgo nos ha llevado al punto en el que ahora nos encontramos: cuando no existe alguien que alce la voz, que represente el interés general, que organice a la sociedad y conduzca los movimientos, lo que queda es una sociedad plana, apática, inconforme, pero sin capacidad de reaccionar y actuar. Los liderazgos que tuvimos en otros tiempos han ido desapareciendo por diferentes causas: se han perdido, han quedado rebasado por las nuevas tecnologías o fallecieron; a pesar de que ahora existen los “influencers” de las redes sociales, su impacto no alcanza para mover a la sociedad.
El proceso electoral del 06 de junio en Morelos volverá a ser plano y difícilmente logrará un cambio de fondo en las cosas; puede ser que la fuerza de Morena catapulte a Jorge Argüelles y lo ayude a obtener los resultados que busca o quizá veamos que el hartazgo por la situación que vive Cuernavaca desde hace varios años le permita ganar a José Luis Urióstegui; en cualquier situación esto no hará una diferencia sustantiva, porque ninguno tiene liderazgo social, ni parece interesado en hacer algo más que ganar una contienda electoral.
La falta de oposición en Morelos desde hace años está directamente relacionada con la falta de liderazgos; el último gobernante morelense que tuvo un poco de oposición fue Marco Adame Castillo. Después de él y durante seis años Graco Ramírez no tuvo a nadie enfrente, situación que se repite hoy con Cuauhtémoc Blanco Bravo; los partidos de oposición ya no representan una oposición, han dejado de participar en la agenda del estado y no personifican los intereses de la gente.
Por eso hoy estamos como estamos, porque quienes están al frente de las instituciones no tienen contrapeso, hacen lo que quieren y como quieren sin que haya consecuencias. Antes los gobiernos se preocupaban por tratar de explicar algunas situaciones, por justificar sus actos y convencer a la gente. Hoy no hay nada de eso: pase lo que pase nadie dice nada, no importa si se trata de un hecho violento, de una acción como autoridad, de una obra pública o de una decisión que impacta a muchas personas.
En junio los ciudadanos tendremos la oportunidad de elegir a quienes nos representarán en los distintos cargos de elección popular; la decisión es importante, pero para hacer que las cosas comiencen a mejorar en la entidad es fundamental ir más allá del momento: debemos buscar e impulsar nuevos liderazgos que nos permitan avanzar en temas de fondo y que vayan más allá de la inmediatez de una elección.
La decisión en el 2021 es cambiar o seguir igual, pero en lo que todos debemos trabajar permanentemente es en revertir la pasividad en la que hemos caído como sociedad desde hace muchos años.
posdata
Los conflictos al interior del Partido Revolucionario Institucional continúan y complican el de por si difícil triunfo del tricolor en las próximas elecciones; el respaldo que brinda el dirigente nacional del PRI a Jonathan Márquez no ha servido de mucho, porque en lugar de fortalecer el liderazgo del joven temixquense se ha convertido en abono para su ego, lo cual ha ido debilitando su fuerza y representación con la militancia.
Recapitulemos un poco: Jonathan Márquez tomó el control del partido como nunca lo había hecho un dirigente priísta local: no tuvo que negociar con nadie, no tuvo que ceder posiciones a nadie, ni se topó con los frenos que de manera natural ponen los comités nacionales a las dirigencias locales. Jonathan es amigo de los gemelos Polanco, a su vez amigos de Alejandro Moreno; esta condición le abrió las puertas del comité nacional y le brindó la oportunidad de armar un partido a su gusto y trazar una estrategia electoral sin trabas.
El respaldo federal a Márquez no ha servido para consolidarlo como líder, por el contrario, se volvió un alimento para su vanidad y una razón para actuar de manera autoritaria; para muchos era evidente que al novel dirigente le hacía falta experiencia política, pero confiaban que con la tutela del exgobernador podría avanzar.
No ha sido así: Jonathan Márquez se ha dedicado a destruir lo poco que queda del PRI, ha demolido las alianzas que él mismo construyó y se ha colocado en un escenario en donde todos los grupos se han vuelto sus enemigos. Al presidente del PRI morelense le hace falta experiencia y capacidad, pero también mucha humildad para entender que los cargos son pasajeros y que la vida política va más allá del padrinazgo de un político.
Por supuesto que las expectativas del PRI ya eran malas desde antes de que Jonathan llegara a la dirigencia, pero ahora esos malos resultados se los cargarán a él; sus correligionarios lo van a responsabilidad de todas las derrotas, le endilgarán cada uno de los problemas y pasada la elección lo van a perseguir.
Indudablemente el joven Márquez seguirá teniendo el apoyo de la dirigencia nacional, pero la presencia de Alejandro Moreno en el comité nacional del PRI no es eterna. Jonathan está equivocando el camino, es arrogante y olvida que en política los cargos son pasajeros y las circunstancias cambian a cada momento. Él no tiene un liderazgo real en el estado y al pelearse con todos está anulando cualquier posibilidad de trascender en Morelos luego de que concluya la presidencia de su amigo.
No quiero decir con ello que sus opositores sean mejores o que tengan razón, simplemente apunto que el presidente estatal del PRI se metió a un pleito innecesario y se complicó solo las cosas.
El peor enemigo de un político siempre ha sido su arrogancia.
nota
La labor que está realizando Juan Pablo Adame al interior del PAN tiene más sentido de lo que algunos piensan; su objetivo no es ganar la contienda interna, sino posicionarse dentro de la militancia pensando en la renovación de la dirigencia estatal.
El panista está aprovechando los vacíos que ha dejado la familia Terrazas y utiliza el proceso de selección de candidatos para mandar un mensaje de identidad por encima del oportunismo de su presidente; el pleito de Juan Pablo Adame no es con José Luis Urióstegui, aunque de manera natural lo afecta; la lucha por la candidatura es un pretexto para exhibir a los hermanos, para tratar de revivir el espíritu panista y ensuciar un proceso que parecía de mero trámite.
Mal han hecho el CDE del PAN en dejar correr a Juan Pablo como si solo importara el resultado de la elección; el panista ya pidió un debate, ha solicitado que se amplíe el número de casillas para votar y está recurriendo a sus aliados para hacer notar que el proceso interno es una simulación; mediáticamente Juan Pablo Adame está ganando más atención que José Luis Urióstegui y eso, sea cual sea el resultado, no es poca cosa.
En algún momento Urióstegui tendrá que encontrarse con Adame para tratar de suavizar las cosas y para que el panismo no se divida más; obviamente los Terrazas no querrán que eso suceda, pero conforme avance el tiempo la hegemonía de los hermanos se va a ir deteriorando.
El pleito panista es entre ellos y José Luis Urióstegui debe tratar de salirse de ese enredo para que un problema interno no afecte su campaña. En la próxima elección cada voto será importante.
post it
Antonio Sandoval decidió que no participará en el próximo proceso electoral; el exsacerdote era buscado por varios partidos porque le veían rentabilidad. La decisión está tomada, dice el director de la Fundación Don Bosco.
Habrá que ver si en algún momento de la elección en curso Toño Sandoval decide apoyar a alguien; su inclusión puede ser importante aunque no compita directamente por ningún cargo.
redes sociales
Cipriano Sotelo se inscribió como aspirante a la candidatura del PRI a la presidencia municipal de Cuernavaca. El abogado penalista es una figura conocida, polémica, pero interesante si se acompaña de un buen equipo.
El tiempo dirá si su candidatura es competitiva o simplemente testimonial.
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