La pantomima de Santa Lucía
Muchos se preguntan cómo es posible que, con la triple crisis: económica, salud y seguridad, la creciente pauperización y la corrupción en la familia y círculos cercanos de Andrés Manuel López Obrador, la aprobación del Presidente mantenga el apoyo de casi siete de cada 10 mexicanos. Su blindaje poderoso resiste todo, y una interesante explicación del fenómeno la tiene Francisco Abundis, director asociado de Parametría, que tiene que ver con algo que afirma Roy Campos, director de Consulta Mitofsky: a la sociedad mexicana no le interesa estar informada, sino sentirse informada.
La brecha conceptual es enorme, y es lo que, según Abundis, aprovechó López Obrador al ser él quien, con su narrativa mañanera, desglosa y explica la información a millones de mexicanos, sin importar qué tan cierta sea o qué falsedades o medias verdades cuente. El tema de la “inauguración” del aeropuerto “internacional” de Santa Lucía, donde el miércoles aterrizaron “aviones comerciales”, es un excelente estudio de caso, porque, en realidad, todo fue falso.
Lo que el Presidente “inauguró” fue una importante remodelación de la Base Militar de Santa Lucía, que eventualmente será un nuevo aeropuerto civil. Hay nuevos hangares militares y una pista más larga y mejor asfaltada, pero sin terminales y la nueva torre de control en construcción. El vuelo “inaugural” que realizó desde el aeropuerto Benito Juárez en la Ciudad de México, sólo fue un aterrizaje en la nueva pista que seguirá siendo de uso militar cuando acabe de construirse el aeropuerto Felipe Ángeles, empaquetado para el consumo público como un vuelo ordinario.
El viaje duró 11 minutos, lo que quiere decir que fue como un brinquito. Cuando un avión comercial alcanza lo que se conoce como altitud de crucero –para quienes han utilizado un avión, ese momento llega cuando pueden utilizar los dispositivos electrónicos en modo avión–, a una altura de entre 10 mil 500 y 12 mil metros, apenas han transcurrido escasos 10 minutos. López Obrador dijo que ese vuelo “había demostrado” que podían funcionar simultáneamente tres aeropuertos, el Felipe Ángeles, el Benito Juárez y el Adolfo López Mateos de Toluca. Otra farsa. Para realizar ese vuelo “inaugural”, se alteraron las operaciones aéreas en la Ciudad de México y Toluca.
Como siempre viaja en vuelo comercial a sus giras y no se suspenden las operaciones aéreas, se puede conjeturar que obedeció a otra razón: la aeronavegabilidad no permite la operación simultánea entre el Benito Juárez y el Felipe Ángeles, con la tecnología existente hasta ahora en México. Esto es lo mismo que ha reiterado la Corporación Mitre, la máxima autoridad global en la materia, a la que ayer refirió el Presidente que fue tocada por la corrupción de anteriores gobiernos mexicanos. La sandez es irrelevante, porque la afirmación se asienta en la narrativa acostumbrada de López Obrador, cuyo gobierno, por cierto, mantiene en secreto los estudios de aeronavegabilidad de Santa Lucía.
Para acompañar la puesta en escena que montó el miércoles en Santa Lucía, cumplió su promesa hecha la víspera de que aterrizarían aviones comerciales. En efecto, tres aviones de VivaAerobus, Volaris y Aeromar, que se prestaron a la teatralidad presidencial, volaron sin pasajeros –con dos horas de espera en el aire los dos primeros– y operando manualmente, porque la base militar no tiene certificación, ni permisos, ni autorización para recibir vuelos comerciales, y porque tampoco existe una torre de control. Simulación total; una treta engañabobos.
El evento, sin embargo, le sirvió al Presidente para repetir sus viejos argumentos contra el aeropuerto en Texcoco. Es verdad que éste iba a obligar el cierre del Benito Juárez y de Santa Lucía, pero no es cierto, como dijo, que en lugar de perder dos aeropuertos, ganó México uno más. De hecho, perdió. El aeropuerto de Texcoco, de acuerdo con el proyecto, iba a tener, una vez completado, 190 posiciones fijas y 85 remotas para atender a más de un millón de aviones al año y 125 millones de pasajeros, además de las operaciones militares. El Felipe Ángeles tendrá 70 posiciones y una capacidad para mover, anualmente, en su etapa máxima, 32 millones de pasajeros.
El costo en Texcoco iba a ser de 285 mil millones de pesos, como bien dijo López Obrador, pero era una inversión donde participaba el sector privado y se iba a recuperar. El proyecto era autofinanciable a través de la tarifa de uso de aeropuerto, que pagan los viajeros. Santa Lucía no tiene participación privada y todo lo que ahí se invierta saldrá del bolsillo de los contribuyentes. El costo, cuando menos lo cuantificable hasta este momento, será de 231 mil millones de pesos: 95 mil millones de pesos –20 mil más que el proyecto original– de infraestructura aeroportuaria, 16 mil 500 millones de infraestructura terrestre, y un tren rápido de 44 mil millones. Además, se pagaron 71 mil millones de indemnizaciones a los inversionistas –que aceptaron reducir 20 mil millones a la deuda–, mil millones más de obras nuevas en la base, que fueron demolidas por el nuevo proyecto, y lo que costará la expropiación de 128 hectáreas en Santa Lucía, casi 4 mil millones a valor comercial actual.
Todo para un sistema de aeropuertos cuatro veces más pequeño que Texcoco, que no podrá tener operaciones simultáneas y que pagaremos los contribuyentes, incluidos millones que nunca viajan en avión. López Obrador recordó que siempre prometió cancelar Texcoco, y organizó una consulta, para alegar que era una decisión del pueblo. Morena la organizó en octubre de 2018, y votó un millón 67 personas, 70% de ellas en Chiapas. En Texcoco, la comunidad que sería la más beneficiada por el aeropuerto, votó abrumadoramente a favor del proyecto.
López Obrador dijo respetar la voluntad del pueblo –aunque todas las encuestas favorecían a Texcoco– y canceló el nuevo aeropuerto. Terminaremos pagando y sufriendo más con Santa Lucía, pero es irrelevante. Es cierto, como dicen Campos y Abundis, la sociedad mexicana quiere sentirse informada, y que les narre el Presidente sus cuentos.