El mito de “las estructuras”
Se hacen llamar “operadores políticos” y garantizan votos como si tuvieran el poder de la hipnosis colectiva. Sus mejores clientes son personas que nunca han incursionado en la actividad electoral pero que tienen el sueño de ser presidentes municipales o diputados y, sobre todo, cuentan con el dinero para pagar una campaña.
En otras ocasiones he platicado la anécdota de mis dos amigos que por separado buscaban un cargo de elección popular, aunque reconocían que nunca habían participado en la política. “Acabo de contratar al que operó la campaña de Garrigós; tiene el control de todos los ayudantes municipales y líderes de colonias. Voy de gane”, decía mi amigo muy emocionado. Paralelamente, mi otro amigo también buscaba una posición política, pero no para él, sino para su hija. Comenzó a organizar todo y en una reunión nos dijo: “Les voy a presentar a quien va a operar la campaña de mi hija, es un verdadero experto en operación política”. Y era la misma persona que me había presentado mi otro amigo, quien iba por un partido diferente. Entonces recordé lo que alguna vez me comentó un maestro de ciencias políticas: “Antes los partidos se aprovechaban de la gente, hoy la gente se aprovecha de los partidos”.
Efectivamente. En las últimas elecciones la gente de escasos recursos recibe lo que les dan los diferentes partidos, tanto en especie como en efectivo, pero eso no garantiza su voto. Ocurrió en aquella memorable elección del 2015, cuando competían para la presidencia municipal de Cuernavaca el hoy gobernador Cuauhtémoc Blanco, la priísta Maricela Velázquez y el perredista Jorge Messeguer Guillén. El PRI le invirtió mucho a sus estructuras; el PRDGobierno puso los taxis para acarrear votantes, y la gente votó por su ídolo del futbol.
En el 2018 ocurrió lo mismo con el candidato a gobernador Rodrigo Gayosso, quien desde seis meses antes de la elección comenzó a pagar a líderes de colonias y poblados una cantidad fija mensual para que convencieran a la gente y que el día de la elección acudieran a emitir su sufragio. Y así lo hicieron, pero en la soledad de la mampara cruzaron la opción de quien les simpatizaba, no de quien les había pagado.
Las anécdotas anteriores tienen como finalidad advertir a los aspirantes a diputados y presidentes municipales (sobre todo en esta ocasión que habrá más de 20 partidos políticos en las boletas), que no se confíen en los llamados “operadores políticos” que les prometen miles de votos a cambio de dinero. Para bien de la democracia, ya pasaron los tiempos en los que se podían aplicar tácticas como “el carrusel” o “el ratón loco” para garantizar un voto a favor, o bien, modificar las actas de casilla y comprar a los representantes de partidos.
Hoy al votante hay que convencerlo, no comprarlo. Eso lo tiene que saber el aspirante a un cargo de elección popular, pero también los presidentes de partidos políticos que andan en busca de candidatos que les garanticen el tres por ciento de la votación para conservar el registro, y de ser posible una diputación plurinominal o una regiduría. Cuidado con esos personajes que andan ofreciendo sus servicios a los pocos partidos que todavía no definen a sus candidatos, y que les aseguran que si los contratan como candidatos los votos caerán como caen las tortillas en una tortillería: una tras otra hasta llenar el canasto. Todos esos ex candidatos hacen lo mismo: contabilizar los votos que recibieron con anterioridad, como si ya los tuvieran cautivos, sin importar el partido por el que vaya.
Así, escuchamos frases como “traigo 20 mil votos de la elección pasada”, “mi capital político es de cinco mil votos asegurados”. Un ejemplo claro de esos “comercializadores de capital político” es el ex candidato del PRI a la gubernatura de Morelos, Amado Orihuela Trejo, quien presume haberle prestado su estructura a un priísta para que ganara la diputación federal por la coalición “Juntos Haremos Historia”.
Por eso, los morenistas le hacen el feo a Jorge Messeguer Guillén, pero nada dicen de Amado Orihuela Trejo, quien con total cinismo y desparpajo se fue a registrar como candidato a diputado federal, pero ahora por Morena, seguro de que AMLO lo aceptará con todo su pasado priísta, a cambio de los anhelados votos que garanticen la Cuarta Transformación.
Pero sin duda que el mejor vendedor de “capital político” es Manuel Martínez Garrigós. El ex presidente municipal de Cuernavaca se jacta de tener miles de seguidores en todo el estado de Morelos, quienes lo obedecen ciegamente sin importar nombre o color del partido. En sus pláticas con los interesados les cuenta cuántos votos tuvo en la elección del 2009 y lo poquito que le faltó para convertirse en gobernador del estado. Asegura haber sido “el fiel de la balanza” en aquella elección del 2015 cuando sus huestes operaron para que llegara Cuauhtémoc Blanco a la presidencia municipal de Cuernavaca y cómo fue traicionado por los hermanos Yáñez.
Y lo que nunca puede faltar: “Jurídicamente no tengo un solo expediente en mi contra cuando fui presidente municipal”. Eso nadie se lo refuta, por algo es catedrático de la UNAM al igual que su hermano José. Y sus problemas familiares, la denuncia del papá y de la ex esposa, pues él dirá que son cuestiones de índole personal. Originalmente el tema de la columna de hoy era sólo “el mito de las estructuras”, pero casualmente al momento de redactarla me confirman que el candidato del Partido Movimiento Ciudadano para la capital del estado, es precisamente Manuel Martínez Garrigós. Sí, aunque usted no lo crea.
Los que mandan en Movimiento Ciudadano tuvieron que analizar si se iban por un candidato ciudadano sin negativos como es Chacho Matar, o por un personaje con muchos negativos pero con una “estructura consolidada” como es Manuel Martínez Garrigós que sí les garantiza los anhelados votos. Como quien dice, aplicaron la máxima de que el fin justifica los medios. Ahora sí, ya no falta ningún otro ingrediente para tener la competencia electoral más reñida de la que se tenga memoria en Cuernavaca, y con el ingrediente de que se realizará en medio de una pandemia que pone en riesgo la salud de los votantes.