Romper el pacto
Para Beatriz, por si sirve para la próxima vez que le pregunten
Monserrat Ortiz rompió el pacto, primero de manera anónima y más tarde con su identidad entera.
El pasado miércoles 17 de febrero ella despertó, como solemos hacerlo quienes nos dedicamos al periodismo, con el dispositivo celular en la mano.
La primera información con la que topó fue un video de la bailarina Itzel Schnaas, en el que denuncia al comunicador Andrés Roemer por violencia sexual.
Cuenta Monserrat que, en ese momento, un impulso superior a su consciencia la obligó a visitar con la escritura, otra vez, su propia memoria.
Narró por segunda ocasión que Roemer cometió violencia sexual contra ella en 2017, cuando comenzaba su carrera como reportera, a los 22 años, en el canal de televisión ADN40.
También que, en aquel momento, en vez de denunciar el hecho optó por encerrarse en el silencio. Contó detalles mínimos a su jefa para no tener que toparse de nuevo con el perpetrador, pero decidió no llevar más lejos las cosas porque no quería enterar a su entorno inmediato —familia, pareja y compañeros de trabajo— sobre lo sucedido.
Se forzó a olvidar, a sepultar, a simular; como diría Patrick Bruel, hizo cuanto pudo para que su corazón perdiera la memoria.
Sin embargo, hay lesiones que no dejan vivir en paz y aquella negación artificial cobró pronto su cuota cuando Monserrat vio crecer los ataques de ansiedad.
La atenazaba la culpa, por haberse dejado engañar: “por haber permitido que me atacaran de esa forma, por haberme dejado conducir a su casa”, sin que nadie le brindara la oportunidad de decidir.
Dos años después, en marzo de 2019, Monserrat decidió romper, por primera vez, el pacto de silencio; un pacto cuya fractura se conjuga, antes que otra cosa ocurra, en primera persona del singular.
Acompañada por la erupción de denuncias presentadas en el seno del movimiento #MeTooMx acudió a la organización Periodistas Unidas y en ese espacio protegido redactó, por primera vez, los pormenores de la agresión: el engaño laboral del que fue objeto, el lugar dentro de la casa del victimario donde fue ultrajada, la culpa y la angustia.
También hizo explicito que no estaba aún dispuesta a firmar ese escrito con su nombre.
Durante su carrera como periodista, Monserrat ha entrevistado a decenas de mujeres que, igualmente, han sido víctimas de violencia sexual. Debido a su propia vivencia, afirma, no es necesario que una mujer le explique por qué prefiere el anonimato, o de plano, mejor callar.
El estigma de ser víctima no es una carga que se lleva fácil, sobre todo —afirma Monserrat Ortiz— si el valor de tu reputación profesional depende de tu trabajo.
Pero el video de Itzel Schnaas la empujó a dar el paso que faltaba. Gracias a ese testimonio, Monserrat tomó conciencia de que la bailarina fue víctima de Roemer dos años después que ella. “Si yo hubiera denunciado públicamente desde el principio, quizá le habría ahorrado esa agresión —afirma—. Ya en 2009 se habían presentado otras dos denuncias, pero igual a la primera que yo hice, fueron anónimas y por eso no prosperaron.”
Desde que rompió el silencio y pronunció con voz valiente su nombre, dice Monserrat que recibió comunicación de al menos otras veinte mujeres víctimas del perpetrador.
Entre ellas, cuatro han denunciado ya ante la Fiscalía General de Justicia de la CdMx.
Romper el pacto de silencio significa quebrar el régimen patriarcal que sobrevive, entre otras razones, gracias a la complicidad dispensada sobre los actos de violencia sexual.
Se aprende a quebrar la negación imitando la valentía de otras personas. En este caso fue Itzel Schnaas quien contagió a Monserrat Ortiz para que se animara a sobrevivir la exposición pública que vino tras la denuncia.
A su vez, Monserrat, con dignidad y coraje, contagió a muchas otras mujeres. Ninguna de ellas está dispuesta a seguir negando su dolorosa experiencia porque eso significa sostener un régimen político y cultural tolerante con el sufrimiento y la humillación sexuales.
A los hombres nos falta tanto que aprender de este penoso recorrido. La mayoría somos incapaces de asumirnos promotores de la negación, el silencio y la complicidad que cobijan a los perpetradores.
Cuántos de estos victimarios limitarían el daño causado si tan solo, como Monserrat o Itzel, nos atreviésemos a denunciar lo que sabemos.
Pregunto a Monserrat por su reacción cuando Andrés Roemer afirmó públicamente que no la conocía. Responde con sinceridad: “siendo tantas las víctimas, le podría creer que no se acuerde. Tengo sin embargo pruebas de que me buscaba por redes sociales.”
Así como la violencia se alimenta de la negación, la paz lo hace de la palabra que se dice en voz alta.
“Tú eres lo que dices,” me interpela y yo recelo frente a mi propia identidad de género. Me pregunto cómo hacer para rebelarme ante el pacto patriarcal, en todos los entornos donde soy, digo y hago, como periodista y como individuo, en primera persona del singular, pero también en la primera persona del plural que perpetúa, con indolencia, el código machista del deshonor.
@ricardomraphael